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"Opinión"

"Tiempos de confusión"

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24/06/2019

    Roberto Blancarte

    roberto.blancarte@milenio.com

     

     

    Vivimos, sin duda alguna, en tiempos de gran confusión social y política. Las religiones no escapan al fenómeno. Tenemos ministros de culto de diversas Iglesias acusados de delitos sexuales, de homicidio, de evasión fiscal, de abuso de confianza y de otros crímenes. Y tenemos por otro lado a mucha gente que insiste en que las agrupaciones religiosas son siempre buenas y pueden ser la solución a una sociedad que aparentemente ha olvidados sus “valores”.

     

    Muchos medios de comunicación, por su parte, tienden a confundir cualquier nuevo movimiento religioso con una secta y de inmediato le adjudican connotaciones negativas y peligrosas. La confusión es incluso lingüística. Se traduce del inglés la palabra “cult” como “culto”, cuando ese término es utilizado en los países anglosajones para las agrupaciones (religiosas o no) peligrosas para el individuo.

     

    En México, como en América Latina, a pesar de haber sido casi erradicada del lenguaje común por su connotación peyorativa, la palabra “secta” vuelve por sus fueros.

     

    Quizás la mejor manera de comenzar a aclarar las cosas es remitirnos a los especialistas en la materia, para entender mejor el concepto.

      

    Mi amigo Enzo Pace, en un clásico libro titulado “Las sectas” nos dice que desde hace algunas décadas se enfrentan por lo menos dos escuelas de pensamiento: “La primera tiende a clasificar como secta todas las nuevas formaciones religiosas nacidas en los últimos tiempos, considerando esta últimas como expresiones de desviación y, por lo tanto, fuentes de alarma social. Se trata de una antigua actitud, porque en la historia de las grandes religiones la aparición de realidades no conformes a una tradición religiosa dominante ha sido frecuentemente etiquetada de manera negativa… La segunda escuela de pensamiento se esfuerza en mostrar cómo no todos los nuevos movimientos religiosos son reconducibles al tipo secta y señala, como quiera que sea, que no todas las sectas pueden ser puestas en el mismo plano y consideradas peligrosas por quien se adhiere y por la sociedad en su conjunto”.

     

    En realidad, sociológicamente hablando, una secta es simplemente “una organización religiosa formada por separación respecto a una tradición religiosa históricamente consolidada”. Hay que recordar, con esta lógica, que el cristianismo surgió como una secta judía. Luego, como muchas otras sectas, se transformó en una Iglesia.

     

    En todo caso, para sentar las bases de una mejor comprensión del fenómeno, retomo a Pace en lo que él señala como los cuatro aspectos fundamentales de una secta: “1) alteración de los confines de una determinada creencia religiosa; 2) constitución de un nuevo principio de autoridad; 3) búsqueda de conductas de vida que marquen la radicalidad de la opción religiosa que se busca llevar a cabo, y; 4) temporal o definitiva salida del ‘mundo’, es decir simbólicamente, de los comportamientos retenidos como normales en un ámbito social y del complejo de las instituciones (modelos de familia, sistema escolar Estado) que regulan una comunidad humana”.

     

    Si vemos desde esta perspectiva a muchos nuevos movimientos religiosos, entenderemos mejor su lógica y funcionamiento.

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