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"Opinión"

"Toledo Corro, pasado y presente"

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    ‘El ex Gobernador sinaloense vivió una buena parte de la etapa de esplendor del llamado partido de Estado y eso lo hacía en vida un testigo privilegiado de esa época, pero se fue como muchos otros sin dejar su testimonio’.
     
     
     
    Extraña, curiosa e irónica coincidencia la muerte de Antonio Toledo Corro y la derrota aplastante del partido en que militó toda su vida. Extraña porque sus compañeros de generación política se fueron silenciosos una semana cualquiera y él cuando las urnas deciden una segunda alternancia por la izquierda. Curiosa porque sucede en la víspera de que él cumpliría cien años y se cumplirían cincuenta del estallido del movimiento estudiantil del 68 que representó un parteaguas en la historia política del país. Irónica porque su partida sucede con un triunfo electoral de una parte de la izquierda a la que combatió a principios de los años ochenta y es Rubén Rocha, uno de los universitarios quien se perfila para disputar la Gubernatura en 2021 con posibilidades de éxito electoral si hace lo que prometió en campaña.
    El ex Gobernador sinaloense vivió una buena parte de la etapa de esplendor del llamado partido de Estado y eso lo hacía en vida un testigo privilegiado de esa época, pero se fue como muchos otros sin dejar su testimonio. Pepe Franco, quien alguna vez intentó escribir sus memorias me dijo: No suelta prenda. 
    Y es que Toledo sabía de cómo operaba la política priista y si bien la ejerció, también la sufrió, cuando la desgracia política alcanzaba a uno de sus miembros. No obstante, el también llamado “Lobo Filantrópico”, si bien castigaba era generoso con los más leales y él era uno de ellos, ni en los peores momentos, pensó en irse a jugarla a otros partidos. 
    El PRI, recordemos, nace más que como un partido político como resultado de los esfuerzos (PNR y PRM) por institucionalizar los intereses y conflictos que habían aparecido luego de la balcanización que había dejado la Revolución de 1910. Ese propósito mayor se logra no sin dejar una estela de muerte para desde ahí empezar todo el proceso de modernización económica sin dejar de pasar tenuemente por la política: Las reformas electorales, desde la de 1953, que concede el voto a las mujeres, hasta las de los años noventa tuvieron como objetivo reconocer derechos ciudadanos, sin que esto significara soltar el poder. Fue el torrente político el que terminó llevando a la creación de instituciones democráticas a las que lamentablemente se les vació el contenido sustantivo.
    La máxima de Fidel Velázquez: “llegamos al poder a balazos y solo a balazos nos van a sacar”, sintetizaba la idea que en ese entonces se tenía del poder, afortunadamente no fue necesario que así ocurriera y en el año 2000 el país vive su primera alternancia presidencial en forma ordenada, pacífica, serena. El PRI se replegó en las cámaras legislativas y en los gobiernos de los estados. Fidel Velázquez ya no estuvo para presenciar esa derrota que tenía como antecedente una serie de fracasos electorales en los estados, algunas que fueron asimiladas por el sistema y otras de plano todavía cumplía la máxima del hombre fuerte de la CTM (para no ir muy lejos los comicios recientes de Gobernador en el Estado de México).
    Toledo Corro gobernó Sinaloa de 1980 a 1986 y lo hizo con la mano dura que caracterizaba a esa generación de políticos priistas que no estaban de acuerdo del todo con liberalizar el sistema político, como lo había hecho Jesús Reyes Heroles con la reforma electoral de 1978, quien consideraba la necesidad de reconocer especialmente los partidos surgidos a iniciativa de la generación del 68, y eso lo vivimos los sinaloenses en las elecciones intermedias de 1983, cuando el neopanismo entró a la contienda electoral y movilizó a la sociedad al punto que fue necesario aplicarle un gran fraude electoral en Ahome, Culiacán y Mazatlán.
    Más esa visión autoritaria de la política, no se agotó contra la derecha electoral, también alcanzó a una izquierda que se había consolidado en la UAS, luego de una década convulsa, y aunque su influencia era marginal fuera de la Casa Rosalina, fue quizá el último intento de un Gobernador por tener control absoluto del estado, al neopanismo fue derrotado electoralmente y la izquierda se impuso luego de grandes movilizaciones de defensa universitaria que llamaron la atención del recién estrenado gobierno neoliberal de Miguel de la Madrid, quien reconvino a Toledo aceptar aquello como parte del proceso de cambio político.
    Más aun, Toledo no pudo influir en la designación de su sucesor y, por el contrario, el gobierno delamadridista envió como candidato a Francisco Labastida Ochoa, con quien nunca tuvo una buena relación ni personal, ni política, sin embargo, él siempre estuvo atento al proceso político en el estado. 
    Hay una anécdota que se me confió y que refleja el grado de atención que Toledo presumía tener del estado: En una ocasión llegó a su rancho Las Cabras y se dirigió a su caporal para preguntar por una de las reses finas, la pinta para mejor identificación, aquel hombre le contestó que cómo podría saber de esa vaca, si en esa propiedad que linda con el mar, había cientos, y se le quedó mirando antes de responderle: Mira Juan, yo sé lo que pasa en cada municipio del estado y tú cómo es posible que no sepas lo que sucede en un corral.
    Creo que Toledo Corro nunca se adaptó al cambio político que trajo el neoliberalismo y es que siendo tan proactivo no aceptaba estar marginado aun con sus privilegios. Así, que probablemente sufrió una nostalgia profunda por aquellos hombres que describió excelentemente Gonzalo N. Santos en un libro memorable, no obstante, nunca se alejó del círculo del poder y siempre estaba en los actos protocolarios de gobierno y de partido, incluso en este periodo largo sus negocios florecieron, y seguramente deja una fortuna invaluable que asegura la vida de los suyos por varias generaciones.
    Sin embargo, la vida es un ciclo que culmina inevitablemente con la muerte, este hombre de buen ADN no sería la excepción. Toledo Corro entró en terapia intensiva, cuando paradójicamente el país entraba en la fase de reflexión del voto, otra coincidencia premonitoria de lo que se incubaba en su cuerpo y en un tejido social exaltado dispuesto a castigar democráticamente el abuso al que le había sometido durante el gobierno de Peña Nieto. La gente salió a votar y aquello fue el final. El PRI fue castigado severamente y con él todo lo que representa. Toledo fallece.
    En definitiva, este personaje de la historia política sinaloense con todos los asegunes que se le quiera poner, un mediodía de las últimas semanas coincidimos en La Fonda del Chalío y lo vi muy desmejorado pero dispuesto a seguir la vida con alegría. Me acerqué a saludarlo y vi que tenía un habano en su mano derecha y bebía un sorbo de whiskey Old Parr que le daba un toque de reciedumbre, esbozaba una sonrisa suave que rayaba en la complicidad. Estaba feliz rodeado de sus amigos de toda la vida. 
    El Gaby, uno de los entrañables, me preguntó sobre qué opinaba del proceso electoral y le respondí que me parecía que Peña Nieto se había equivocado, que no era quien podría sacar adelante el triunfo priista, no me atreví a sugerir quién sí podría hacerlo, quizá porque estaba convencido que no había quién podría ganar a López Obrador. Toledo al escuchar mi respuesta asintió con un gesto dulcificado, convencido, nostálgico y hasta con una chispa de melancolía.
    No lo volví a ver en Olas Altas, me enteré de su estado de salud “estable” por la prensa, y luego de la breve agonía que lo llevó a la muerte, no cabe duda que hay personajes bisagra que en vida sintetizan toda una época y su muerte se inscribe en un antes y un después en la historia de los pueblos, en esa síntesis en donde lo viejo no termina de irse y lo nuevo no termina por llegar, uno de ellos es sin duda Toledo Corro. Se le va a extrañar especialmente en la heterodoxa Fonda del Chalío, donde por cierto nos vamos haciendo pocos.
    ¡¡Descanse en paz!!

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