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"Opinión"

"Un país de prejuiciosos"

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11/12/2018

    Joel Díaz Fonseca

    La nuestra es una sociedad bastante dada a prejuzgar a las personas. Antes de conocerlas ya estamos dando por sentado que son lo que realmente no son, y que no nos consta que lo sean. Nos basamos en prejuicios antes de cualquier interacción con nuestro prójimo.
     
    Prejuicio, de acuerdo con los diccionarios, es la “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”.
     
    La historia universal está llena de casos en los que las presunciones y prejuicios llevaron a conclusiones que doblegaron a la justicia y desembocaron en la condena, incluso a muerte, de aquellos a quienes se acusaba sin bases.
     
    La Carta Universal de los Derechos Humanos, de la que nuestro país es firmante, establece en el artículo 11 que, conforme a la ley, toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad.
     
    Paradójicamente, esta sentencia que condena los prejuicios al momento de juzgar se fundamenta a su vez en una presunción, la de que toda persona es inocente en tanto no se demuestre su culpabilidad. Nadie está obligado a demostrar su inocencia, pero cuando la vox populi se dispone a conseguir mártires, los consigue a costa de lo que sea.
     
    En nuestra sociedad se presentan con frecuencia casos en los que una persona tiene que demostrar que tiene los mismos derechos que el resto de los mortales, incluso tiene que demostrar que cuenta con las habilidades y los conocimientos necesarios para que se le abran las puertas de las oportunidades.
     
    Los prejuicios encasillan a las personas. Por ejemplo, un actor que desempeñó de manera bastante convincente el papel de villano en una película u obra de teatro, termina siendo encasillado en ese tipo de papeles, y por más que se esfuerce en demostrar que puede caracterizar a otro tipo de personajes, difícilmente se le dará la oportunidad de demostrar su real valía como actor de carácter.
     
    Alexa Moreno es una de esas personas que han tenido que nadar contra la corriente de los prejuicios para demostrar, a pesar de tener todo en contra, excepto su tenacidad y fuerza de voluntad, que vale lo que pesa en oro.
     
    En las competiciones de gimnasia artística vemos siempre figuras menudas y estilizadas, mientras que en otras competiciones, como las pruebas de pista y campo, los atletas casi siempre son de músculos bien desarrollados.
     
    Con excepción de Vera Caslavska, aquella gimnasta checa que fue la sensación en los Juegos Olímpicos de México, y que a sus 26 años y con una complexión bastante alejada de lo que son las gimnastas de hoy se impuso en todas sus competiciones, la inmensa mayoría de las gimnastas (Nadia Comaneci, Natasha Kuchinskaya, Larisa Latynina, entre muchísimas otras) son menudas y mucho más jóvenes, apenas unas niñas.
     
    Con esas imágenes era difícil pensar que una gimnasta con las características de la mexicana Alexa Moreno pudiera tener una participación destacada, y mucho menos que lograra subir al podio con la medalla de oro en el pecho, enfrentando a las mejores del mundo.
     
    Me viene a la memoria una película de 1993, protagonizada por el entonces bastante exitoso John Candy, en la que interpreta a un instructor de bobsleigh.
     
    El bobsleigh o bobsled es una competición de los juegos olímpicos de invierno, en la que los participantes se desplazan sobre el hielo en trineo.
     
    Basada en una historia real, la del equipo jamaiquino de ese deporte en los Juegos Olímpicos de Cálgary, muestra los esfuerzos del instructor y su equipo para lograr lo que parecía imposible, demostrar al mundo que sin las condiciones para practicar ese deporte y sin haber nunca participado en ese tipo de competiciones podrían ganar el pase para estar allí.
     
    Por supuesto que no ganaron. Ni siquiera se ubicaron en los primeros sitios, pero demostraron de qué estaban hechos.
     
    Esta historia es muy parecida a lo que enfrentó la mexicana Alexa. Si bien en los últimos años nuestro país ha ido escalando en el ranking mundial de la gimnasia artística, México está todavía muy lejos de ser considerada una potencia en esta disciplina, pero las montañas se suben de poco en poco.
     
    La joven gimnasta mexicana logró hace cinco días lo que parecía imposible. Se colgó la medalla de oro en la Copa Toyota de Gimnasia, celebrada en Japón, superando a fuertes contrincantes como la rusa Lilia Akhaimova, y la competidora del país anfitrión, Hitomi Hatakeda.
     
    Los prejuicios pueden acabar carreras, pero con fuerza de voluntad es posible derribar murallas.
     
     

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