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"Opinión"

"¿Y las instituciones?"

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    Desde el triunfo de López Obrador escribí sobre la legitimidad que el éxito electoral le brindaba, la aritmética parlamentaria que lo beneficiaba, la bienvenida que le extendieron la élite económica y los medios y el entusiasmo que ha acompañado a la transición. Dije entonces que todos eran factores que le facilitaban el cumplimiento de sus promesas y que la realidad sería su mayor contrapeso. 
     
    Sería absurdo argumentar que AMLO no llegó consciente de los problemas que enfrenta México. Hay pocos mexicanos que conozcan al país tan bien como él: su pobreza extrema, la desigualdad, la injusticia, la violencia, la violación a los derechos humanos, la falta de oportunidades, la lamentable situación en que se encuentran las escuelas, la insuficiencia de los centros de salud, el deterioro de los caminos, las arbitrariedades de las autoridades y los privilegios de que gozan unos cuantos. La campaña de tierra que hizo durante 12 años lo puso en contacto con la realidad de manera que su conocimiento del país no es ni libresco ni burocrático. Este conocimiento es el que modeló su oferta política y ahora, en el periodo de transición, sus principales proyectos.
     
    Pero conocer los problemas e identificar las demandas más sentidas de la población no es equivalente ni a tener soluciones para ellas ni, en caso de tenerlas, encontrar la manera adecuada de implementarlas. Conocer México no es equivalente a conocer y mucho menos a tener el aparato público gubernamental necesario para llevar a buen puerto sus proyectos. 
     
    A pesar del ya muy viejo dictum de Plutarco Elías Calles de que México pasaría de un país de hombres a uno de instituciones, esto no ha ocurrido más que parcialmente. Hay excepciones como el Banco de México o el INE, pero uno de los grandes problemas del país ha sido la poca inversión que se ha hecho en la construcción de instituciones y de un servicio civil que sirvan independientemente de quien ocupe la silla presidencial. No se trata únicamente de que cada Presidente quiera imprimir su sello a las políticas del sexenio o de que cada uno busque hacer tabula rasa de lo construido hasta su llegada al poder. Se trata de que las instituciones al ser débiles sirven de poco para apuntalar cada nuevo proyecto.
     
    Ejemplos hay muchos. Cada Presidente ha anunciado que transformará el sistema de procuración y administración de justicia pero nadie se ha ocupado de construir una Procuraduría robusta con policías de investigación, peritos y ministerios públicos. Todos han prometido dar seguridad a la población pero nadie ha construido una policía capaz de brindarla. Todos han hablado del fortalecimiento del federalismo pero todos han optado o bien por el avasallamiento o bien por fomentar la irresponsabilidad de los gobiernos locales.
     
    AMLO ha bautizado por adelantado a su proyecto con el nombre de la Cuarta Transformación pero hasta el momento nadie sabe bien a bien de qué se trata. No ha sido plasmado en ningún documento que nos permita evaluar en qué consiste, qué requiere para ser exitoso, cuánto cuesta, cuál es su viabilidad y cuáles sus consecuencias previsibles.
     
    A lo más que podemos aspirar a tres meses y medio de su triunfo es a intentar adivinarlo a partir de literalmente decenas de propuestas que han sido únicamente enunciadas más no desarrolladas con algún rigor o detalle. Me temo que por más sensatas que sean sus propuestas y por más loables que sean sus propósitos, no podrán ser concretados en una Cuarta Transformación porque su anclaje es personal pero no institucional. 
     
    Doy algunos ejemplos. La violencia debe ser atacada desde sus raíces que es la falta de oportunidades para los jóvenes. De ahí que se proponga un salario de 3 mil 600 pesos a 2.3 millones de “ninis” mientras se capacitan como aprendices en talleres y empresas. 
     
    Los programas sociales salen muy caros porque están mal distribuidos y administrados, no llegan a donde tienen que llegar y no son acordes con las “verdaderas” necesidades de la población. Luego entonces hago un nuevo censo controlado por mí. Tenemos una burocracia dorada que goza de privilegios excesivos. Mi alternativa es decretar que nadie puede ganar más de 108 mil pesos brutos al mes y reducir en 70 por ciento a los empleados de confianza. La corrupción es un mal endémico que drena al país de recursos que podrían ser utilizados para inversión o gasto social. La oferta es que el Presidente y quienes lo rodean sean honestos y den el ejemplo. 
     
    Insisto, los problemas detectados son reales pero las soluciones propuestas tienen al menos dos problemas. No están conectadas entre sí y en ningún caso tienen un anclaje institucional que les permita ser eficaces y sobre todo trascender. No se ve por ningún lado que pudieran convertirse en políticas de Estado que por definición tienen que ser sistémicas, trascender los tiempos sexenales, ser transversales, apartidistas y tener la capacidad de generar condiciones y resultados sostenibles a largo plazo en lugar de maximizar los beneficios inmediatos.
     
    Eso falló con la alternancia de Fox y con el regreso del PRI. En este sentido, AMLO ofrece más de lo mismo. El hombre antes que la institución o, peor, el hombre dueño de la institución. Una transformación -con el numeral que sea- necesita crear instituciones y anclar las políticas en ellas. 
     

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