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"COLUMNA"

"ALAS DE TITIKA: Puras… ¡Clementinas!"

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LAS ALAS DE TITIKA

Mujeres como la tía Ventura han tomado desde siempre las riendas de su vida. Así lo hizo aquella que se encerró en un convento para tener derecho a leer y a escribir. También la niña que, entre la adversidad, escribió la corta historia de su vida. Mujeres que han trascendido al tiempo pese a las prohibiciones y dificultades. Las anónimas que se pierden en la cotidianidad. La adolescente que fue violada y obligada a ser madre con el argumento de que si abortaba cometería un grave delito.

La jovencita que encuentro en el metro, quien en horas pico y entre apretujones entra al vagón con su rígido hijo en brazos —que apenas sí sostiene— con parálisis cerebral. Qué hay de las que son prostituidas, sutil o burdamente, por sus propias familias para salir de la miseria.

En plenas campañas vienen las promesas de igualarles su sueldo con el de los hombres, de acabar con el hostigamiento laboral y académico, de garantizar su seguridad en las calles y en el hogar… Los candidatos abrazan sonrientes a todo tipo de mujeres y se toman la foto; ellas contentas corresponden el gesto, aunque saben que jamás los volverán a ver.

Fuera de reflectores, en pleno ánimo proselitista, escuché el entusiasmo de una señora de la tercera edad que incitaba a otras damiselas de su colonia para que apoyaran a los candidatos del partido. Decía que, gracias a ellos, ahora tenían sus bonitos y grandotes televisores digitales donde podían ver bien clarito las caras de sus galanes de telenovelas.

Que no olvidaran que antes tenían una tele vieja con alambres por todos lados. Que no había que ser ingratas y que era momento de corresponder. Unas decían que claro que los apoyarían y otras encorajinadas renegaban que nadie se las había pedido y que si querían que se las llevaran los muy cab%&$.

Estos días, con tantas promesas al género, “…una tarea que se debe abordar con urgencia”; ¿urgencia?, fui a dar a un lugar donde un joven contaba historias para niños. En su segunda narración me di cuenta de que, aunque para niños, sus cuentos de ese día estaban dedicados a las niñas.

Arturo y Clementina eran dos tortugas. Se conocieron, se enamoraron y decidieron que podrían hacer muchas cosas juntas. Ella, era romántica y soñadora; quería viajar y conocer muchas cosas y lugares. Él era trabajador y responsable, seguro harían una buena pareja. Los años pasaban y Clementina se aburría en su casa. Un día le dice a Arturo que le gustaría tocar la flauta. Ese mismo día, él regresa con un tocadiscos y le dice: “qué habilidades tendrás tú para tocar, mejor te traje un tocadiscos para que escuches y disfrutes de la música. Pero amárratelo bien a tu caparazón, pues eres tan D I S T R A I D A que lo puedes perder”. Así lo hizo Clementina, se amarró el tocadiscos a su caparazón y escuchaba la música.

Otro día le dice que quiere pintar. Arturo: “ahora resulta te crees artista”. Regresa con un cuadro y le dice que qué sabrá ella de pintura: “…amárratelo a tu caparazón, pues eres tan D I S T R A I D A y torpe que lo puedes perder”. Al poco tiempo, Clementina tenía una montaña de cosas amarradas; todas se las traía su esposo. Sin embargo, ella seguía triste. Un día, cansada de tanto peso, se desprende de su caparazón y disfruta del campo y de la compañía de otros animalitos. Así al otro día. Una tarde dio vueltas de pura alegría, caminó al estanque y sintió la frescura. Fue tan feliz que decidió abandonar su propio cuento. Clementina siguió caminando y así empezó a trazar su propia historia. Cada quien su moraleja…

 

Comentarios: majuliahl@gmail.com

 

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