"Aneth y las trabajadoras que no quieren morir"

"En Culiacán, ha buscado a través del activismo por el respeto a la vida de las sexoservidoras y el respeto a la actividad que realizan"
19/08/2018

Marcos Vizcarra / Coraima Mena

Aneth tiene 27 años, es travesti y trabajadora sexual. Ella no quiere morir.

“No quiero hacer otra cosa”

Hace 10 años comprendió su sexualidad. Casi al mismo tiempo descubrió ese trabajo, el de la calle, el de los cuartos oscuros, los focos rojos, las extensiones, las pelucas, la música alta, el maquillaje en exceso, las pastillas que arrojan la conciencia hacia el vacío, los padrotes, el alcohol que se toma a fuerzas y el del silencio perpetuo, casi religioso sobre los secretos de cama.

Lo descubrió casi sin querer, fue saliendo de una fiesta cuando un hombre bajó el vidrio de su coche y le ofreció dinero por un rato en la cama. No tenía qué perder, era placer pagado. Le gustó.

¿Quién les enseña a ser trabajadoras sexuales?, puede ser fácil asumir que ese oficio es sencillo. El cliché narrativo, de hecho, lo cataloga como el más viejo de la historia, ¿pero cómo entenderlo si quienes lo practican tienen miedo?

No todo son risas. No todo es placer. A las personas transgénero, transexuales, travesti, gays, lesbianas e intersexuales las están matando.

Según Tiago Ventura, activista por los derechos LGBT, en los últimos 5 años se han perpetuado 15 crímenes de odio, en el que sólo uno ha sido resuelto.

Aneth se fue de Culiacán. Dejó la capital, la calle y los bares con luces neón. Lo hizo en 2013, cuando en una semana asesinaron a tres trabajadoras sexuales, como ella.

“Me acuerdo que una de ellas era su primera vez en la calle. Estaba bien bonita, pero la mataron”.

Se fue de Culiacán y llegó a Mexicali, Baja California. Luego experimentó en la Ciudad de México. Se regresó al norte, pero directo a Tijuana, luego a Rosarito y después a Ensenada.

Allá se integró a los grupos de trabajadoras sexuales ya constituidos. Algunos de ellos, recordó, están inscritos, incluso como vendedores y trabajadores ambulantes.

“Es un trabajo más”.

Conoció otra faceta del trabajo sexual, el del activismo. ¿Quién querría que la mataran?, peor, ¿quién querría ser invisible?

Regresó a Culiacán en distintas ocasiones, siempre de vacaciones, porque trabajar aquí no es opción. Es un trabajo que se frecuenta, principalmente por hombres, pero es mal pagado.

“La mayoría son casados, que nos buscan porque quieren saber qué se siente o porque ya les gusta”.

El trabajo consiste en tener sexo, compartir la intimidad por un rato y ganar por ello hasta 600 pesos.

“Hay quienes te quieren pagar menos, unos 500 y a veces hasta 300, pero a esos yo les digo que no, porque luego se les vuelve costumbre y no sale”.

Estando en Baja California descubrió que podía hacerse diferente, fuera de la clandestinidad, que por sí sola está implícita en el trabajo sexual para personas trans y travesti.

Regresó a Culiacán. Lo hizo para vivir otra faceta, la de activista.

Descubrió que en su ciudad el trabajo que hace era tan difícil que, incluso en el Bando de Policía y Gobierno era considerado como una falta a la moral por ofrecer sus servicios en las calles. Prácticamente una condena que los obligaba ir a los separos cada vez que las policías las veían en las calles.

“Fui al Ayuntamiento, con los regidores, porque vi que en el Bando estaba como una falta y eso no permitía que nosotras trabajáramos. Fui con los regidores y les expliqué lo que queríamos, y una mujer regidora me dijo que eso no era posible, que nada más lo podían proponer los ciudadanos y que ella ya se tenía que ir. De repente se levantó y se fue. ¿Sabes?, como si yo no fuera ciudadana”.

No quedó conforme, y Aneth se plantó en más de una ocasión en el Ayuntamiento hasta que se retiró del Bando esa falta a la moral.

¿Dónde trabajar, sino en la calle?; porque no todos lo hacen en casas o cuarterías. No todas aceptan ser parte de catálogos de padrotes o nodrizas. No todas tienen la misma oportunidad y no todas están de acuerdo con que se les considere como una mercancía.

Aneth asumió un trabajo más complejo que el de cobrar por placer. Cree en la vida y que esta debe ser respetada. Piensa en que nadie debe desaparecer o ser asesinada, en que nadie debe ser considerado un criminal por su trabajo y que nadie debe ser invisibilizado.

“Porque todos tenemos los mismos derechos, por eso lo hago”.

Y es que ¿quién ha visto a personas travesti, transgénero o transexuales en los grandes corporativos, al frente de equipos o liderando proyectos ejecutivos?

Tampoco se puede dar por hecho que eso sucede en todos los trabajos, en todas las compañías y franquicias, ¿pero cuántas están abiertas a considerar a personas con esas preferencias sexuales al frente de sus mostradores?

Esa es la lucha de Aneth.

 

 

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