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"Columna semanal"

"El Octavo Día"

"Espacio para acrecentar la cultura general"
EL OCTAVO DÍA

    Mi padre tenía un primo lejano que a finales de los 60 arreglaba televisiones... cuando las televisiones se arreglaban y el técnico iba a tu casa a hacerlo.

    Él le quitaba la tapa trasera al artefacto, analizaba con mucho detenimiento los transistores y, luego te volteaba a ver muy serio y te decía cuál era el problema: “A esto lo que le falla es el Tupperware”. Acto seguido, le dabas un billete de 100 pesos de aquella época, y ya no lo volvías ver. La televisión sin tapa se quedaba como un recordatorio de que no debías confiar ya ni en la familia.

    Esas tapas eran de un material que parecía madera y eran como de tela prensada con aserrín; lo recuerdo porque un día, desesperado de no tener tele, me puse a jugar con ella y contar las ranuras de ventilación, que parecían una base espacial.

    Aclaro que los productos “Tupper” no era tan comunes en los hogares y era una palabra que escuchabas de repente y te daba flojera preguntar qué cosa era, sobre todo para no demostrarle a los otros tu ignorancia.

    Otra cosa que te pedía comprar era una pieza de su invención, llamada “la chafalandra”, que para justificar la fuga, era menester encargarla a Guadalajara y aguardar varios días o semanas.

    Lo curioso es que se dedicó a eso antes en la Ciudad de México, donde este señor tan provinciano, inexplicablemente, sobrevivió un tiempo.

    Parece ser que estudió dos años de electrónica en el Poli y de ahí se agarraba para ofrecer sus servicios de técnico desde que era estudiante.

    “Allá aprendió esas mañas”, decía la familia a coro en su autodefensa. Tiempo en que la tele era artículo de primera necesidad.

    Hoy tenemos pantallas y cuando se descomponen es porque ya es definitivo. Salvo que sean las luces LED, sale más caro comprar la nueva tarjeta con la otra tarjeta.

    La gente no se queda sin nada hoy. Si se descompone su pantalla, se puede acudir al teléfono, la lap o cualquier otro adminículo. Hoy existe una tele en cada cuarto y antes era una sola de bulbos, que hasta regulador requería para no incendiarse con tanta programación idiota.

    Ya no hay necesidad, como en mis tiempos, de ir tres o cuatro días a sentarse en la sala del vecino y entre unos muebles que debes respetar y jamás subirles los pies, veías las caricaturas ante las teatrales fotos de cumpleaños de tus vecinitos, que desde su pastel tieso y las cortinas del estudio, te miraban como intruso.

    En el teléfono móvil hoy hay películas gratis y con las imágenes guardadas se tiene ya todo una nostalgia portátil.

    La pantalla, con su capacidad de guardar fotos, se vuelve el hermano pobre del smartphone. La tele ha sido destronada y hasta el Canal 2 agoniza.

    Markheim, un personaje de Stevenson que está ante un anticuario, se niega a comprarle un pequeño espejo como regalo para una dama. Recrimina que eso es un maldito recordatorio de años, de pecados, de locuras, una conciencia de mano.

    Algo idéntico hoy en día es lo que se ha vuelto un teléfono celular, pero nadie puede vivir sin ellos.

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