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EL OCTAVO DÍA

Las imágenes de los paisanos nuestros paseándose en los jardines de Los Pinos me recuerda a las de los zapatistas y villistas en Palacio Nacional, viéndose en los espejos de las casas abandonadas de los porfirianos, imagen que Carlos Fuentes analizaba y retomaba en sus novelas y ensayos.

Buen efecto mediático fue el de esa medida política, que da la idea de un poder presidencial al fin puesto al descubierto. Ojalá no se revierta como ha ocurrido en el pasado, a otros avances de la democracia.

Transformarse o morir. Acabar con la corrupción o con “el priista que llevamos dentro” será un proceso similar al que se propuso Gandhi al cambiar a la India. La independencia no era su objetivo principal, sino uno de los pasos para cambiar a los habitantes del subcontinente, solía decirlo.

Su lucha no fue en vano. La India pudo haber sido un conglomerado de diferentes reinos y sultanatos pequeños, pero todos esos autócratas y teócratas aceptaron renunciar a sus poderes en pro de fundar una sola y gran nación.

Rajás y marajás se hicieron a un lado para formar la democracia más grande del mundo. ¿Los gobernadores de este País sabrán renunciar ordenadamente a sus parcelas de poder?

Sin querer justificar los grandes errores de EPN, él vivió traiciones de los gobernadores que heredó. Ahí están los casos de Veracruz y Coahuila, dilatados ejemplos de corrupción.

Pero no solo está el balón en manos de los jerarcas de la administración pública, también está el mexicano de pie, aquel que siente que si no tranza, no avanza.

He visto a luchadores locales muy bravos que luego son dominados en un solo desayuno con un alcalde, que ahí mismo les resuelve el futuro laboral de una hija fuera del matrimonio, a quien ya no volverán a tener que atender, con todo y su madre, a partir de esa “alianza” o “pequeño favor político” que “todo mundo hace”.

Ya estamos en una etapa en que las experiencias nos han demostrado que no todos esos rasgos negativos eran del PRI, sino parte de nuestro inconsciente colectivo, surgido en la cultura dominada y de burocracia covachuelar del Virreinato.

Todas las colonias y dictaduras se resguardan bajo un monolito de reglas, trámites, sellos y firmas para disolver cualquier ímpetu de cambiar las cosas, además de los acuerdos familiares y compadrazgos simbólicos o reales.

En la África poscolonial, aún siguen usando esa llave mágica de la corrupción familiar, a la que llaman “la wasta” y vale igual para regatear un rebaño de camellos o tumbar a un presidente en funciones.

Temo que a este presidente, sus ha-llazgos y logros se le vuelvan en su contra como suele suceder. Fox nos dio la transparencia y él fue la primera víctima con el “Toalla Gate”, los gastos de la ex residencia oficial del Los Pinos estaban a la vista y eran correctos, salvo una toalla de 5 mil pesos.

En Francia, la izquierda en el poder homologó las elecciones, cambió las reglas del juego modernizando el proceso y no han vuelto a recuperar el poder, con todo y la gran figura que fue Mitterrand y sus poderosas organizaciones sindicales, que todavía logran impresionantes huelgas nacionales y paralizan el país, incluyendo el metro y servicio de taxis.

Pero tengamos fe y moderemos la expectativa. Todos seremos parte de este proceso.

De la ciudadanía dependerá si esto es una transformación real o una transformación de cuarta, pero ojalá todos seamos congruentes cuando el ejecutivo meta los cambios: primera, segunda, tercera y cuarta.

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