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"Mazatlán"

"EVANGELIZACIÓN, EDUCACIÓN Y CULTURA: Pandemia en Cuaresma"

"Columna Religiosa"
22/03/2020

Padre Amador Campos Serrano

Con temeroso caminar, el profeta recorre las calles de la gran capital, la imponente Nínive, centro del dominio del mundo conocido, escépticamente exhorta a la conversión, con un personal convencimiento de la ineficacia de sus palabras, frente a esa gente poseedora de todo y lo que menos necesita es conversión, aun con el anuncio de una amenaza cerniéndose sobre la población.

Jonás había recibido un mandato y con prepotente autosuficiencia pretendió desoírlo, engañando a su Dios, encaminándose por otro sendero, esa desobediencia reveló la ira del rostro divino, en la manera de una tempestad, sentencia segura de muerte.

La pregunta surge en la tripulación, desde la profundidad de su angustia, al unísono del crujir de los maderos de la frágil nave: ¿Quién ha osado ofender a su divinidad? ¿Cómo se puede reparar el daño de esa ofensa?

Jonás, el profeta del Dios Altísimo, acepta su responsabilidad, ha desobedecido una orden que lo impedía a salir al encuentro de los habitantes de la gran capital y refugiado en sus temores ha ignorado la orden dada, pretende esconderse de quien todo lo ve y las consecuencias de su error ahora amenazan a otros ajenos a su acción.

Echada la suerte, es el momento de enfrentar con valor y con sincera actitud la propia responsabilidad, a pesar de las contundentes consecuencias, enfrentando el reto de un inmenso océano, en donde la subsistencia pudiera parecer nula, pero aun ahí la respuesta divina no se hará esperar en la figura del cetáceo que será figura de una futura liberación.

Nínive, la gran capital del imponente imperio asirio, temido por la fiereza de su dominio arrollador, dejando a su paso una estela de fuego, dolor y de sangre erigiéndose, en un esplendor en el cual la vida del hombre pasa asegundo término.

El cambio se opera aún en contra de los humanos cálculos, la divina mano toca sensibles fibras, lo imposible se convierte en realidad, operando una impensable transformación; el arrepentido pueblo acepta su error e implora el perdón.

Un mundo hoy globalizado, el mundo de todos, contempla el pandémico azote, vacilante vuelve la mirada en busca de la fuerza de lo alto, olvidando incluso la busca de seguridad en el idolátrico culto al becerro de oro de la economía, pues la tragedia es ya inminente.

En un compás de espera, un rayo de luz abre el tono gris de los cielos reviviendo el milagro de la añoranza, renaciendo una vida ya olvidada, desaparece el caos mundano, los cielos vuelven a mostrar las estrellas ocultas por la contaminación y el calor de la familia se vuelve a sentir. El virus de la humanidad ha dejado de circular.

Una Cuaresma diferente, una Cuaresma 2020 se hace sentir, es el reconocimiento de los propios errores y la necesidad de una auténtica conversión, olvidando las diferencias de raza, credo o nivel social, porque todos somos hijos de un mismo Dios.

El punto culminante de la Pasión, en el Viernes Santo de la humanidad de Jesús, en la altura del patíbulo de la cruz, ese viernes se escuchará aquellas palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.

El momento de la resurrección, sin negligencia, ni estéril pánico, deberá de ser esperado, el surgir de un mundo más humano, en donde la religión no sea el motivo de una fratricida confrontación, sino una forma de vivir el amor de Dios, alguien lo dijo, quien haya sido: “Tenemos un detente y ese es el amor del Corazón Sagrado de Jesús”. La pandemia habrá ya pasado. ¡El hombre tiene siempre capacidad para alcanzar el perdón!

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