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"Mazatlán"

"Evangelización, Educación y Cultura: El derroche del rico y la miseria del pobre"

"Columna religiosa"
25/03/2019

Padre Amador Campos Serrano

El sonreír de la vida, producto del manejo adecuado de los recursos o tal vez de la fortuna heredada, había sido un factor importante en el logro de éxitos cada vez mayores, sin olvidar el oportuno aprovechamiento de las oportunidades que, gracias a eso, tienden a multiplicarse, siguiendo la premisa de no dejar escapar el momento; esta ha sido la clave.

Ahora es posible disfrutar de los merecidos logros, pero ahí están esos harapientos, símbolos vivientes de la falta de la voluntad y del esfuerzo, que siempre andan buscando la ayuda de alguien. La orden es tajante: “ciérrenles la puerta”.

Lucas, el Evangelista de la Misericordia del Señor Jesús, es un explorador de la interna naturaleza del hombre, sabe profundizar en el misterio de las pasiones impulsoras de las actitudes de la humanidad, ya sean las que llevan a las mayores perversidades o hasta los dinteles de la sublimidad.

En la parábola del miserable Lázaro, yaciendo tirado en medio de sus males, acumulados por errores causados en actos de él mismo o de otros, que marcan ahora su suerte, tras un recorrido por difíciles senderos, el evangelista ejemplifica la mutación que más adelante plasmaría José Manuel Mallorquín, gloria de las letras colombianas, en su poema, La perrilla, cuando describe: “No era una perra sarnosa, sino una sarna perrosa con figura de animal”.

Ahí está, suplicante en su miseria. El rico especula: “quizás es en vago que nunca trabajó. Los vicios cavaron hasta llegar a la profundidad de su propia ruina”. Ahora es un lacerante espectáculo, del cual es mejor apartar la mirada para disfrutar de los éxitos logrados y para no contaminarse con su mal ejemplo.

La misericordia divina es un ejemplo y una invitación a bajar hasta la profundidad de las miserias creadas por los seres humanos, de una o de otra manera, en un acercamiento y también es una oportunidad de construir un mundo mejor, ayudando a sanar a quienes no han tenido la oportunidad o tal vez la voluntad de seguir por otro camino para construir su vida.

El prejuicio tiende a justificar la insensibilidad ante las miserias, creando un abismo separador entre los seres humanos, en una fragmentación que tiende a multiplicarse.

El abismo profundo, producido por el prejuicio y el desprecio al valor del ser humano en su dignidad, se va creando por quienes la vida les sonríe, la justicia divina lo cambiará de drástica manera, invirtiendo los lugares; ahora, quien derrochaba de manera indiscriminada es quien suplica una miseria a quien antes despreciaba.

La ocasión de tender puentes donde hay abismos, de acercarse a quien sufre sin anteponer prejuicios, es una oportunidad de hacer vida entre nosotros.

La misericordia divina, al hacer presente su amor en este mundo, en una opción preferencial por los más pobres entre los pobres.

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