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"Mazatlán"

"Evangelización, Educación y Cultura: Paulo VI y Óscar Arnulfo Romero"

"Columna religiosa"
14/10/2018

Padre Amador Campos Serrano

Con una visión diferente, pero un gran compromiso de entrega al servicio de la Iglesia, el Papa Paulo VI y Monseñor Óscar Arnulfo Romero vivieron la pasión por llevar a cabo la construcción del Reino de Dios entre los hombres, mientras una mutua y profunda amistad los unía.

Paulo VI, el gran Papa de Siglo 20, aunque no haya sido el más popular, dejó un legado difícil de superar, en el momento de poner a la Iglesia en una transformación que la colocara en concordancia con la actualidad del avance de los tiempos, aunque con ello tuviera que enfrentar la controversia con quienes vivían con la mirada anclada en el pasado.

Óscar Arnulfo Romero sintió encenderse la llama de la vocación al servicio de Dios como sacerdote, siguiendo con pasión el camino de entrega a Dios en el prójimo, desde un impulso interior, entendiendo que esto solo puede ser entregando su voz a quienes el poder de los hombres se lo niegan.

La profunda visión de Paulo VI contemplo el horizonte de la Iglesia, para permitirle penetrar en una era de cambio de época, en el cual ya la humanidad había dado sus primeros pasos, después de la gran conflagración que enfrentó, conocida como Segunda Guerra Mundial y el advenimiento de las nuevas tecnologías.

Finalmente, el Reino de Dios se ponía a tono a su época, paradójicamente volviéndose al modelo inspirado desde el inicio por su divino fundador.

Pero anclados en un pasado ya caduco, estaban quienes se resistían a dejar un ritualismo anquilosado y los antiguos privilegios, producto de un romanticismo ya pasado, en un tiempo que no siempre fue mejor y el Papa Paulo VI sería asediado por quienes se negaban a un cambio para seguir viviendo en el pasado.

Óscar Arnulfo Romero, contrastando en su visión con la de este Pontífice, tenía una muy personal del modelo de Iglesia. Él había ingresado al Seminario de los Claretianos y posteriormente al de los Jesuitas, para después, a causa del inicio de la Segunda Guerra Mundial, ser enviado a Roma, donde terminó sus estudios.

Ya ordenado sacerdote, inició su ministerio en la Parroquia de Anamorós. Ocupó algunos cargos en la Conferencia Episcopal de El Salvador y en 1970, fue consagrado como Obispo Auxiliar de San Salvador, mostrando en su lema episcopal el ideal que regiría su ministerio: “sentir a la Iglesia”.

En 1974 fue nombrado Arzobispo de Santiago de María y un año después, ocurrió el asesinato de un grupo de campesinos por las fuerzas armadas del gobierno, conocido como el de tres calles, en donde fueron masacrados, estando entre ellos, incluso, algunos niños; Monseñor Romero alzó la voz denunciando el genocidio.

En 1977, el Papa Paulo VI lo nombró Arzobispo de San Salvador y desde ahí, se convirtió en el heraldo defensor de los derechos de los desprotegidos, denunciando la violencia y la injusticia.

Acusado ante la Santa Sede, acudió a Roma, en donde el Papa Paulo VI, después de escuchar sus razones, mostrando la actitud comprensiva que lo caracterizó, le dijo, “sigue los dictados de tu conciencia”. Monseñor Romero regresó a su diócesis, para seguir la construcción del Reino de Dios, desde la opción preferencial de los más necesitados.

Finalmente, en 1980, fue acribillado mientras celebraba la santa misa, convirtiéndose él mismo en ofrenda a Dios por su pueblo.

Paulo VI y Oscar Arnulfo Romero, aunque diferentes en un principio en su visión del modelo de Iglesia, siempre estuvieron unidos en mutuo respeto y estima; ahora esta Iglesia los une, elevándolos a los altares para ser modelos e intercesores para el Pueblo de Dios, al que entregaron sus vidas.

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