¡Santo Cristo, qué impresión!, fue lo que dije cuando vi una de mis fotos preferidas del viejo Culiacán, justamente colgada en las paredes del Centro Dermatológico de Sinaloa. Entonces entendí el sentimiento de aquella generación que le tocó presenciar el alunizaje de 1969, porque con vivos ojos se dieron cuanta que había concluido el romance, que la luna, difícilmente, otra vez sería tema de inspiración de poetas y cantores, desde que se ofreció como un páramo desangelado de cráteres.
A mí la finca me parecía encantadora y hasta llegué a imaginar hermosos jardines en sus patios, además de vacas de pestañas rizadas, niños felices y un fantástico sembradío de hortalizas risueñas.
Jamás presentí que aquel caserón que se ubicaba al pie de La Lomita, el mismo que me hizo soñar por tantos años, la mansión que amuebló parte de mis fantasías sobre el devenir de la vida y la cotidianeidad de antaño, tuviera este letrero en su fachada: “Departamento de Salubridad Pública. Dispensario Antileproso ‘Dr. Ruperto L. Paliza’. Servicio Federal de Profilaxis de la Lepra”. El romance había terminado, ya no más historias de gallinitas ponedoras y contentas, adiós a la ordeña de amanecida, al pan de mujer haciéndose en hornos de barro, al café de olla y a las tortillas del comal.
Y es que de este modo uno puede construirse el pasado y a sus protagonistas, aunque si se pone empeño en los detalles, y si se investiga, es muy seguro que te topes con asombros sin coqueterías.
Definitivamente me sorprendí, hasta escandalizado, la vez que leí una página del periódico La Voz de Sinaloa, de los años 40, en donde se reportó una “caravana fúnebre” en Culiacán, compuesta de leprosos que recorrieron las calles pidiendo limosnas para cubrir sus necesidades; y me volví a estremecer esta vez que fui al Centro Dermatológico de Sinaloa, no sólo por la pérdida del romance, sino además porque vi fotos muy tristes de cómo vivían los leprosos y lazarinos de aquel entonces.
No sabía que hacia finales de 1800, los enfermos a los que me refiero ya vivían prácticamente en el Panteón Municipal, en chozas paupérrimas entre la promiscuidad y el abandono; y por si fuera poco, entre los desperdicios del basurón de la ciudad, que en ese entonces se localizaba en parte de lo que hoy es la populosa Colonia Mazatlán (o Benito Juárez), casi rodeando al ahora viejo cementerio.
Pues ese Lazareto fue reconstruido en 1928, proveyéndolo con mejoras. Me quedan dudas respecto a fechas sobre el Primer Dispensario Antileproso “Dr. Ruperto L. Paliza”, que existió en una casa citadina, hasta que se mudó, en 1935, al caserón ubicado al pie de La Lomita, ése de mi imaginación.
De acuerdo a la exposición que vi sobre el devenir histórico de los leprosarios de Culiacán, concluyo que el segundo Dispensario Antileproso “Dr. Ruperto L. Paliza” (el de La Lomita) funcionó hasta 1943, lo que se entiende, porque hacia la década de los años 40 se fraccionó toda esa área para darle vida a la Colonia Guadalupe. En 1954 se inauguraría el Primer Centro Dermatológico de Sinaloa (enseguida del Hospital Civil), que duró hasta 1975, al ser invadido por estudiantes de Enfermería de la UAS. Y el de ahora, el que conocemos hasta los días que corren, empezó a dar servicio en 1961.
Es allí donde ahora es director el Dr. Guillermo Alfonso Moraila Moya, un caballero de rancia estirpe quien dispuso una exposición sobre el historial de los leprosarios. Es cierto que perdí inocencias, pero la foto de aquella fina aún me enamora. Y punto. Comentarios: contacto@al100xsinaloa.com
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