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"OPINIÓN"

"EXPRESIONES DE LA CIUDAD. La Universidad que se nos fue"

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La ruta del paladar
21/10/2020

La vida. O los entresijos del recuerdo. Sucede que se me ha ofrecido ubicar situaciones ocurridas en tiempos pretéritos, pero seguido soy traicionado por la memoria. Y sin embargo de súbito devienen remembranzas, como acaba de pasar tras haber visto una fotografía vieja: lo que hice con precisión (o lo que no hice) como a las ocho de la noche del 15 de septiembre de 1985, frente al edificio central de la UAS, cuando aún no existía la explanada que une al inmueble con la plazuela Rosales.

Festejábamos el Grito de Independencia, a pocos meses de que Audómar Ahumada Quintero ganara la Rectoría, por lo que aún existían retazos de despechos vivos del lado de la fórmula perdedora.

Ya Pedro Carreón había hecho correr a varios con el torito a cuestas, aquella armazón de juegos pirotécnicos que se llevaba sobre la espalda, desde donde tronaban petardos y giraban luces chillantes. Era un ambiente alborozado, cuando de pronto empezaron a llover olotes, y entonces ocurrió el hecho: como faltaba poco para el mensaje oficial, el coordinador de Cultura, Juan Palazuelos, nos instruyó a mí y a varios que recorriéramos el área y juntásemos al paso todos los olotes, de modo que la humanidad de Audómar no fuese tocada ni con el roce de una hoja maicera.

Y como que nos fuimos a la faena, pero en realidad nos dio vergüenza semejante papel de pizca universitaria, y por supuesto que volaron los olotes metros arriba del escenario, a la hora del Grito.

Todo devino al observar una imagen del cuarto informe de quien fuera Rector de la casa centenaria, Rubén Rocha Moya, durante el periodo 1993-1997. La foto hace constar una situación que ya es asunto del pasado: los rectores de ese entonces ofrecían sus informes al aire libre, incluidos los que se hacían al interior del edificio central, porque se realizaban en el patio abierto que se ubica en el ala derecha. Ya no se diga de los que se armaban afuera, en plena calle, como este que les digo.

Era un contento estar en los contornos mientras el Rector rendía cuentas, sin vigilantes oficiales, sin nadie que nos preguntara por el gafete y sin nadie que nos reprimiera nuestra presencia. Pues claro que eran otros tiempos, años en que la UAS adolecía de mucha de la infraestructura actual, como áreas refrigeradas, porque nosotros espabilábamos los calores con tremendos abanicos de pedestal.

No había Torre Académica, no teníamos teatros, tampoco contábamos con tarjeta de débito y hacíamos unas colas terribles en el banco. Y como eran tan nuestros los alrededores del edificio central, odiamos cuando construyeron el puente que va al Fórum, que además escondió al estadio.

La plazuela Rosales era muy de nosotros. Y tan tremenda la apropiación, que nos dimos el lujo de ponerle paredes al kiosco para que funcionaran allí la Galería Frida Kahlo y la Dirección de Actividades Artísticas. También le construimos un segundo piso para que lo ocupara la Dirección de Construcción y Mantenimiento. Al centro de esta memorable plazuela, organicé el primer homenaje póstumo para Amparo Ochoa. Y esta misma querencia arboleada fue testigo de cuando la tucumana Mercedes Sosa estuvo sentada frente al edificio central, aplaudiendo a Gabino Palomares.

La otra vez me pregunté por qué escribo del pasado, entonces recordé La peste del olvido en la novela Cien Años de Soledad, de García Márquez. Y quizá para no pegar papelitos en las paredes, como los Buendía, es que trazo estas líneas. Y punto. Comentarios: contacto@al100xsionaloa.com  

 

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