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"COLUMNA"

"EXPRESIONES DE LA CIUDAD. Los clavelitos blancos de La Ballena"

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La ruta del paladar
27/10/2020

Vi a Carmen Aristegui en el aeropuerto de Madrid y charlamos sobre aquella visita a Culiacán en septiembre de 2002, cuando ella y Javier Solórzano vinieron de Televisa a hacer el programa Círculo Rojo con Arturo Pérez-Reverte como protagonista, quien acababa de presentar su novela La Reina del Sur en el Casino de la Cultura, evento al que convocaron firmas que juntas provocaron escozor: UAS, Difocur, Tatuas, Ayuntamiento de Culiacán, Editorial Alfaguara, Cervecería Pacífico y El Quijote.

Carmen esbozó una sonrisa cuando le recordé que Arturo no la había dejado entrar a La Ballena, cantina donde fue la entrevista, porque rompería cristales de la magia que él contaba en su historia.

El asunto de La Ballena a mí me había dolido antes, por los días en que Reverte me envió el borrador de una sección de la novela, justo los pasajes donde habla de Culiacán, para señalar imprecisiones en cuanto a nombres de sitios o de cosas. Amé desde entonces la escena que tiene lugar en esa cantina, y me odié por no haber contado con su mirar literario que vio a las botellas de cerveza, las famosas media Pacífico, como si fueran servidas con un clavelito blanco encima, cuando en realidad eran las servilletas de papel que medio metían en los golletes para ser limpiados antes de beber. 

Cómo es posible, me preguntaba, si yo no salía de La Ballena; ¿cómo fue que no imaginé esos clavelitos blancos cuando compartía mesa con mis semejantes de la cultura, como Adrián Rivera?

La cantina se coló a La Reina del Sur mucho tiempo atrás, en un mediodía en que cierto colega del periódico La Jornada no soportó más la cruda: él, Reverte y quien esto escribe nos dirigíamos al mercado Garmendia, porque mi amigo españolito se había comprometido de puro orgullo a comprar los ingredientes de la salsa para acompañar la carne asada que tendríamos en el domicilio de un malhechor medio, quien le contaría al escritor algunos embrollos delincuenciales de por aquí.

Presentación de La Reina del Sur, el 6 de septiembre de 2002.

Me urge una cerveza, comentó el periodista, y yo propuse entrar a La Ballena porque la teníamos enfrente. Ya dentro, Arturo observaba todo con cuidado y le sorprendió descubrir a un solo hombre por mesa, como meditando. ¿Qué canción toca la sinfonola?, preguntó. -Caminos de la vida, con Los Dos Reales -concluí. “Aquí enviaré el Güero Dávila cuando ocupe estar solo”, nos dijo. Y así fue. 

Lo de los clavelitos blancos llegó después por correo, relato impreso en hoja corriente, porque el internet no era de fiar en tratándose de una historia original. Y porque Reverte la describió como una cantina de hombres que ocupaban estar solos, fue que a Carmen Aristegui le negó la entrada. 

Pero esta cantina que ya no existe me decía además otras cosas, incluido aquel letrero en la puerta: Prohibida la entrada a vendedores, limosneros y menores de edad. Cuando joven, era el punto de encuentro del grupo con el que hacía vida bohemia, de donde partíamos a otros bares que ahora sólo cobran vida cuando los nombras. Sumaría que era magnífico contar con un restaurante-bar en pleno corazón citadino, barato y de toque familiar, porque había señoras que atendían las mesas y regalaban sonrisas como soles. Para el recuerdo: la vitrina con carnitas de cerdo con vista a la calle. 

Tal etapa se iluminó tras charlar con la fotógrafa Susana Medina, autora de la imagen principal de esta nota, que forma parte de una serie de fotos sobre los sitios de Culiacán que se nombran en La Reina del Sur. Gracias por hacerme recordar. Y punto. Comentarios: contacto@al100xsionaloa.com  

 

 

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