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"La Fórmula de la Felicidad: ¿Diseñados para reaccionar ante lo malo?"

"Columna semanal"
LA FÓRMULA DE LA FELICIDAD
23/05/2020

La tranquilidad de la caminata matutina se interrumpe por los gritos de una pequeña que desconsoladamente busca a su mascota, todo indica que la ha perdido. Hasta ese momento la escena puede ser considerada “normal”, ¿están de acuerdo conmigo en que si alguien pierde algo muy querido es válido que llore y tenga emociones de afectividad negativa?

La escena se vuelve incongruente ante la llegada de la “dulce madre” que con gritos más fuertes y tomándola de la mano como si fuera una muñeca de trapo, la jala hasta la entrada de su casa. Sus palabras retumban el ambiente: “¡Ya te dije que no llores! Tú tienes la culpa porque abriste la puerta y ese perro jsgdgdhjkakakaj está loco, así que ya no lo quiero aquí en la casa”.

¿Conocerá esa “dulce madre” la diferencia entre hacer a alguien responsable de sus actos a hacerlo sentir culpable?

El sentimiento de culpa en los niños no es algo innato, no se nace con él, aprendemos a sentirnos culpables por las cosas que hacemos o decimos a medida que crecemos y por las situaciones sociales que experimentamos, y más si son tan extremas como esta situación que describo.

Existen muchas teorías que han estudiado el manejo de la culpa en los niños, coinciden en que este sentimiento de culpabilidad aparece y se produce ante situaciones donde los padres queremos establecer disciplina, buscando generar consecuencias correctivas de las acciones de los hijos hacia los demás.

Actualmente se considera a este tipo de prácticas de disciplina como “riesgosas”. Es claro que hay una intención válida de los padres de asegurar que los niños deben aprender las consecuencias de sus comportamientos “no deseados”, pero utilizar la culpa como único medio de responsabilizar al niño de sus actos trae consecuencias a mediano plazo en el autoconcepto y autoestima del menor, no es lo mismo responsabilizar que culpabilizar.

Todos estamos de acuerdo en que es un reto para todos los padres el establecimiento de normas y límites que nos ayuden y permitan a nuestros hijos comprender las consecuencias de sus acciones, pero debemos hacerlo desde la responsabilidad y no desde la culpa. Responsabilizar significa enseñar a nuestros hijos a hacer las cosas sabiendo que están haciendo lo correcto, sintiéndose bien, no por obligación o por miedo a lo que pueda pasar.

La educación positiva busca responsabilizar con toda la intención de formar seres humanos en la independencia y la autonomía, generando que los menores desarrollen la confianza en sus capacidades, reconociendo el error como parte del desarrollo y ubicando la adversidad como un aprendizaje para la vida. Quienes han seguido estas columnas y mi programa dominical escucharán con frecuencia de mi parte la frase “Darnos permiso de ser humanos”.

¿Se imaginará esa madre la posible consecuencia de sus actos y los daños a la autoestima de su menor? Son reveladores los hallazgos que marcan que, si queremos niños inseguros, aseguremos hacerlos sentir culpables.

Escucho a los padres quejarse de que sus hijos evitan tomar decisiones o intentar ser creativos. Es una buena oportunidad para preguntarnos cómo forjamos su disciplina, quedándome muy claro que cada vez que observo jóvenes temerosos, que mienten con regularidad, es para evitar nuevos regaños que los hagan sentir culpables; entonces no van a intentar hacer cosas diferentes porque su miedo es a equivocarse y regresar a un sentimiento tan incómodo como la culpa.

Es en ese trance cuando quizás entenderemos que el sentimiento de culpa es una emoción altamente destructiva y paralizante. Escribir esta columna, más que señalar, lleva una intención más profunda, reflexionar y aceptar que todas las personas tenemos la capacidad de sobreponernos a un estímulo adverso, que el uso decidido y firme de esta capacidad es lo que nos hace realmente resilientes.

Permitamos que nuestros hijos se hagan cargo de sus comportamientos, aprovechemos cada “error” para conversar y premiar los aprendizajes, será en ese justo momento donde estaremos diseñando seres humanos preparados para reaccionar ante esas experiencias y hechos a los que otorgamos el adjetivo calificativo de “malo”.

Interpretar la resiliencia como el saber afrontar la adversidad de forma constructiva es generar la competencia y capacidad de saber adaptarse con flexibilidad para salir fortalecido del suceso traumático, como lo establecen los estudios de la Dra. Santos. (2000).

Para aprender un poco más acerca de la resiliencia te invito este domingo 24 de mayo a las 11:30 a.m. tiempo de Mazatlán, Sinaloa, para que juntos reflexionemos en mi programa “Platicando en tiempos de Covid-19”.

Mientras, seguimos conectados en mi página @LicOscarGarciaCoach.

 

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