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"COLUMNA"

"Las alas de Titika: Falsas alternativas"

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LAS ALAS DE TITIKA

Una madre le decía a su hija adolescente, cuando ésta le mostraba su reciente compra: —Ya te dije que no me gusta que uses esos zapatos, además de deformarte el pie te hacen ver como cabaretera. —Mamá, cómo te explico que es lo único que encuentro en las tiendas, acompáñame un día para que veas. Escuché eso y fui yo la que echó ojo a los aparadores. En efecto, es difícil encontrar variedad de modelos no sólo en zapatos sino en ropa, accesorios, decoración, comida, bebidas, distracción, destinos, películas, series…en todo predomina una cierta tendencia que predispone a la elección, entre un supuesto universo de alternativas.

 ¿Los aparadores ofrecen lo que el cliente pide o éste elige lo que se exhibe?,  muchos asegunes. Para salir de duda, qué mejor que un taxista, —siempre conocedores—. El hombre al volante, me decía que su trabajo estaba ‘muy flojo’ porque ahora los turistas ya no toman un taxi para visitar el lugar: “todos traen su paquete all inclusive. Hasta los restauranteros han empezado a protestar porque nadie come en sus restaurantes. El hotel les incluye todo”. El hombre tiene razón, el panorama que predomina en el sitio turístico son los camiones ejecutivos desplazando decenas de paseantes a los destinos sugeridos sin tener siquiera que comprar un helado en el puesto de la esquina.

 Apenas un poco de atención y los zapatos de la adolescente te llevan a la cuenta de que no sólo los aparadores dictan el estilo o los all inclusive programan la diversión, el menú —¡tremenda comilona! mañana, tarde y noche—, los souvenirs, el fondo de la selfi sino que también tenemos la tranquilizadora anuencia para enfermarnos —con la de farmacias que hay sólo el muy necio se enferma—. ¿El precio? no es pretexto, hay medicinas para todos los bolsillos y para que nunca falte. Con tanta oferta tan a la mano hay que ser doblemente necio para no aprovechar y multiplicar nuestro dinero; comprar de todo para prevenir.

 Si ahorramos tanto a la hora de comprar, pensaríamos que tenemos más dinero, que lo multiplicamos, pero no ni siquiera hay tiempo de acariciarlo un poquito y decidir qué cosas interesantes podemos hacer con él, algo así como sentarnos en plena banca de concurrido parque, saborear tremenda concha glaseada, ver pasar a los transeúntes —darle glotona mordida a la concha glaseada— e imaginar la idílica compra que trae en la cabeza la chica-con-zapatos-de-cabaretera , cuál es el origen del turista —darle otra mordida más sosegada a la concha glaseada— y con qué medicamento saldrá la señora que recién entró a la farmacia. Apenas en un rato, saboreando la exquisita concha, nos daríamos cuenta de que estamos enfrascados en todo eso que no elegimos.

 Madre e hija terminan en profunda y amigable plática. La segunda admite que en efecto estamos burdamente prostituidos, que ni siquiera puede dar paso con la desequilibrada plataforma; la primera piensa en lo cosificada que están sus vidas. Todo eso en lo que no reparamos y que está allí, tan a la mano y parece que sólo falta que elijamos para estar bien satisfechos.

 

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