"REALIDADES Lo que hace el huachicol"

"Debemos reflexionar acerca de nuestro consumo para volvernos menos vulnerables ante estas crisis, así como también pensar en nuestras reacciones ante ellas"

Dr. Javier Lomelí Ponce

A raíz del reciente desabasto de gasolina quedan a la vista varias cosas respecto a quiénes somos: una sociedad histérica, consumista, egoísta y absolutamente manipulable, a pesar de que cada uno de nosotros piense que es el más inteligente, o cuando menos no un tonto o un cretino.

Lo cierto es que la escasez de este producto nos ha dejado algunas enseñanzas respecto a este fenómeno y que van más allá del robo mismo.

La primera se encuentra en cómo establecemos nuestras prioridades, pues nadie se muestra así de indignado por las desapariciones, los feminicidios y en general por la miseria extendida por el país.

La segunda se encuentra en cómo reaccionamos ante una crisis de esta naturaleza sin importar su magnitud: pésimamente.

La tercera y, quizás más importante, es que esta carencia representa un llamado de atención de lo que se avecina, pues esto no es nada en comparación con lo que se nos viene si mantenemos este ritmo de consumo y dispendio.

Un escenario complicado

El escenario es el siguiente: Pemex ha sido de las industrias más rentables del mundo y está de sobra documentado que ha sido fundamental para la economía del país, pues según datos oficiales ninguna empresa aporta individualmente al PIB lo que Pemex.

Es la gallina de los huevos de oro de la que habló EPN y no sin razón. Una de las empresas más exitosas aún a pesar de los malos manejos y de la mala fama que intencionadamente se le ha construido.

Pues bien, resulta que desde hace décadas, pero sobre todo en los últimos sexenios, el robo de combustible se ha ido agravando y como probó con datos en rueda de prensa el actual presidente de la república, el robo equivale a una quinta parte del consumo total nacional de gasolina, que se traduce en unos 3000 millones de dólares anuales. Esto en un país cuyo mercado de combustibles es el sexto más grande del mundo tal como lo afirma la Secretaria de Energía.

A Pemex llevan años ordeñándola tanto el crimen organizado como sus mismos funcionarios y el Gobierno. Sí, porque el robo a Pemex ha estado facilitado por la misma empresa y consentido por las autoridades, quienes están coludidas en dicho robo desde el sindicato hasta los altos mandos.

Luego, están los dueños de las concesionarias de la gasolina, quienes quedaron en evidencia por su deshonestidad y ambición, pues compraban la mayoría de su producto robado a un costo menor, aún cuando la vendían al mismo precio, lo cual multiplicaba sus ganancias considerablemente.

Nosotros, en tanto ciudadanos, comprábamos gasolina robada a través de un único canal de distribución que eran las propias sucursales de Pemex. Un negocio redondo para todas las partes implicadas en el desvío a costa del bien común ante el cual el gobierno decidió actuar.

Una estrategia ¿política?

Ahora bien, no vamos a negar que la nueva estrategia de AMLO para el combate al huachicoleo y el consecuente desabasto en combustibles tiene consecuencias económicas negativas que, al parecer, es lo único que nos importa y que, también es cierto, nos afecta a todos, como el mismo robo de gasolina.

Las redes de distribución de bienes y los servicios se ven afectadas. Los costos de transporte habitual presentan dificultades y sí, mucha gente se ve afectada pues los precios aumentan a veces por costos operativos y a veces por simple abuso; además, otros productos podrían ser que escaseen (lo cual, por cierto, al momento de escribir este artículo, no ha sucedido). También se atenta contra el disfrute de la propiedad privada, pues no poder disponer de nuestro vehículo resulta molesto y engorroso, además que buscar formas alternativas de transporte resulta misteriosamente impensable.

Resultaría inocente no asumir que hay en todo este asunto un golpeteo político.

Lo mismo que con el aeropuerto, lo que presenciamos es una lucha entre AMLO y otro grupo de la llamada "mafia del poder", un enfrentamiento del cual, esperemos, el objetivo real sea erradicar el robo a Pemex y no simplemente de un ardid de poder por cualquiera de las partes.

La supuesta disminución diaria de 1000 pipas a 27 robadas que mencionó AMLO en una de sus ruedas de prensa son un buen indicio y esperamos también que caigan los responsables sin importar su cargo, pues ante la magnitud del escándalo no puede haber impunidad aún cuando se resuelva el tema.

Esperamos, a final de cuentas, que todas las partes implicadas hagan lo mejor para todos, y no sólo para su beneficio económico o político, lo cual se antoja cuando menos difícil de buenas a primeras, dada la experiencia histórica del país.

Hay pérdidas económicas y eso es un hecho, pero según lo estimado, también ahorro, o cuando menos no la pérdida de los millones de pesos que implican lo robado y que nunca llegaban al erario, dinero que, de recuperarse, se traduciría en servicios públicos y en una mejora en las condiciones de la sociedad.

Claro, si este dinero no termina en los bolsillos de alguien más como ha ocurrido sistemáticamente en este país. Sólo queda esperar, no sin exigencia y vigilancia, los resultados del gobierno.

¿Y el ciudadano?

Ahora bien, si todo esto es cierto, resulta indispensable abordar ahora también la parte que nos toca en tanto ciudadanos e individuos. Comencemos por la obviedad: estamos enojados por la escasez de combustible y por cómo nos afecta esencialmente en lo individual. No nos indignan los otros problemas del país, estos sí más graves, sino que nos molesta no tener gasolina para hacer nuestro día a día.

Nos quejamos del nuevo gobierno (no del sistema) y exigimos soluciones.

Demandamos un cambio y que éste sea inmediato, siempre y cuando sea otro el que se vea afectado en el proceso, como ocurre, por ejemplo, con obras públicas, cortes de agua, recortes al presupuesto, etcétera. En este caso, acusamos y nos indignamos por la terrible e incómoda situación en que, durante unos pocos días, nos ha colocado esta situación que no es grave si lo tomamos con perspectiva, lo cual evidencia nuestra insensibilidad y egoísmo.

Compartir el auto resulta poco práctico individualmente y pedalear se vuelve imposible por la falta de cultura vial y la dificultad física que implica; el transporte público mejor ni pensarlo, por su mal servicio e inseguridad. Sin embargo, no se buscan soluciones ni veo a la gente exigiendo un mejor transporte público. Preferimos hacer filas en las gasolineras y gritamos enfurecidos a otro que esperamos nos dé soluciones.

Empírica y culposamente, y a pesar de intentar no usar mi auto durante los últimos días, ante la inminente vuelta al trabajo, me vi en la necesidad de ir por combustible y pude corroborar las filas a veces de kilómetros para poder acceder a tan preciado bien y el malestar ante una espera que podía extenderse por horas.

En cualquier caso, esas horas de espera deberían llevarnos a pensar en lo obvio: es preciso quemar gasolina para no quedarse sin ella, lo cual es en sí un absurdo.

Somos omisos y obviamos que el asunto importante está en que, a raíz de este desabasto, dejamos ver bastante quiénes somos en tanto sociedad. Filas de horas, peleas en las gasolineras y una mala leche que, intensificada por los medios de comunicación, enturbia los ánimos en general. Un individualismo exacerbado y una irracionalidad que nos muestra a veces lo inconscientes que podemos ser en relación a nuestro exagerado consumo y el impacto que causamos.

La solución está en todos

Nada cambia si no hay voluntad general y esta implica a las autoridades, pero también a cada uno de nosotros. No vendrá nadie con una solución mágica a arreglar esta situación, cuyo valor tal vez se encuentra no en la carencia de gasolina sino en la lucha contra el cáncer que implica la corrupción y en hacernos conscientes de nuestras prioridades y de cómo nos conducimos.

Debemos reflexionar acerca de nuestro consumo para volvernos menos vulnerables ante estas crisis, así como también pensar en nuestras reacciones ante ellas. Pensar en, por ejemplo, reducir nuestra dependencia y nuestro uso desproporcionado del automóvil, pues lo usamos hasta para ir a la tiendita del barrio; o en compartirlo o usar otros medios de transporte, y en ello también está el incentivar eso por parte de las empresas, centros educativos e instancias de gobierno.

Hay que ser más empáticos, informarnos, no dejarnos manipular ni violentar y ver que quizás de todo esto sí se puede sacar un beneficio general y no sólo individual. Porque hoy sólo estamos hablando de unos días sin combustible a cambio de un combate aparentemente real contra el robo y la corrupción.

Además, hay que pensar que en no muchos años se nos vendrá la verdadera lucha ya no por un desabasto de combustible, sino por su agotamiento; o por agua o cualquier otro bien indispensable para la vida.

Y ahí sí cuidado, pues si ante un desabasto parcial y temporal de gasolina se presenta una crisis social de esta magnitud, qué pasará cuando las cosas se pongan mal de verdad. ¿Quiénes querremos ser entonces? ¿Cómo quisiéramos reaccionar? Esas son las cuestiones medulares que hay que meditar y no sólo en las molestas filas de las gasolineras, pues al margen del combustible, lo importante es construir una mejor sociedad.

El autor es profesor del Tecnológico de Monterrey en Guadalajara.

 

Responsable

Ernesto Diez Martínez Guzmán

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diez.martinez@itesm.mx"Las opiniones expresadas en esta página son responsabilidad de sus autores. No necesariamente representan el punto de vista del Tecnológico de Monterrey".

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