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"Mazatlán"

"Saber Vivir: 'En pro de la cultura del envejecimiento'"

"Habla sobre el poco valor que los hijos dan a sus propios padres cuando estos llegan a la tercera edad"

Don Juan, desde muy chico, llegó a Mazatlán. Venía de una familia numerosa; eran siete hermanos; el padre, dedicado a labores de siembra y engorda de ganado; una madre muy humilde y trabajadora, que se encargó de educar con valores a sus hijos y llevarlos a la escuela, ya que ella y su esposo solo tenían la primaria; en el pueblo solo había hasta la secundaria, así que ella los motivaba a cursar la preparatoria y llegar a la universidad en Mazatlán. Con mucho sacrificio, los padres fueron dando esa educación a sus hijos. Lamentablemente, dos de ellos murieron, así que se concentraron en los cinco hijos restantes.

Todos estudiaron una carrera universitaria, poseedores de una gran inteligencia y educados por unos padres que les inculcaron el amor a la familia y un espíritu de superación.

Poco a poco, los cinco hermanos fueron labrando su propio destino, hasta traerse a sus padres a vivir al puerto, pues ya eran muy mayores y las enfermedades “típicas” de la edad y el gran desgaste laboral comenzaban a hacer presencia en su salud.

Juan se dedicó, desde su juventud, a la venta y reparación de electrodomésticos y con sus conocimientos de licenciado en Administración de Empresas, el negocio poco a poco se fue consolidando hasta posesionarse como el mejor por muchas décadas. Fue mucho esfuerzo y afortunadamente, fue inteligente en seleccionar y enamorarse de una gran mujer, que siempre lo ha motivado a seguir adelante en los negocios.

Juan no quiso tener muchos hijos, solo engendraron a dos; era del pensar de “pocos hijos para darles todo lo que yo carecí de chico”. Esta frase se oye muy amorosa, pero fue el gran detonador en la educación de sus hijos, ya que él y su esposa nunca les negaron nada y comenzaron a dar de más, a tal grado que no se les enseñó a valorar las cosas y que esos beneficios venían del trabajo, tanto del padre como de la madre, logrando así hijos que se pensaban merecedores de todo, prepotentes, groseros con sus amigos, exigentes con sus padres. No les enseñaron ni las labores mínimas de una casa: cambiar un foco, lavar platos o tender su cama.Ahora Juan cumple 76 años y su esposa 73, cansados, viejos, presentan enfermedades “clásicas”: alta presión, diabetes y problemas de visión, pero lo que más les duele es la soledad y el abandono de sus dos hijos.

El negocio poco a poco fue perdiendo su éxito, gracias a los avances tecnológicos y las competencias comerciales. Tienen pocos ahorros o lo correcto sería decir: los hijos les dejaron poco dinero del que ellos tenían guardado para su vejez. Los dos, Marcela y Juan, están preocupados por su futuro incierto. Uno de los hijos se quedó a vivir en Guadalajara y el otro aquí vive, pero ninguno se ocupa de ellos, quizás unas pocas veces al año los visitan y unas llamadas por teléfono reciben esporádicamente. Marcela y Juan son solo un ejemplo (doloroso) del abandono de adultos mayores.

El pasado 28 de agosto, se celebró el Día del Adulto Mayor. Esta fecha se ha conmemorado a partir de 1982, cuando la Organización de las Naciones Unidas abordó el tema del envejecimiento, que es de gran importancia para nosotros, ya que en México, de acuerdo con las cifras oficiales, indican una  clara disminución poblacional de niños y jóvenes, así como el aumento considerable de las personas mayores, por lo que se espera que en 2050 habrá en nuestro país 41.4 millones de habitantes con más de 60 años. Bajo ese escenario, con el fin de dar atención al aumento del fenómeno del envejecimiento en nuestro País, ya sea como sociedad o como instituciones públicas, es importante crear inmediatamente una cultura del envejecimiento, concientizar y educar hijos responsables de sus padres mayores, llegar a proporcionar esa atención por amor y no por obligación. 

Actualmente, existen los llamados centros de día para adultos mayores, unos comandados por el sistema DIF y otros particulares, como casa MoMa, donde se ofrece un programa integral, sustentado en gimnasia cerebral, terapia ocupacional y activación física. Son tres horas diarias de diversión y aprendizaje porque los adultos mayores continúan siendo fuente de consejos, transmisores de historias y conocimientos de un pasado rico en vivencias.

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