"Suman 10 años de desplazados y 10 años de ser ignorados por gobierno"

"Lo que le pasó a Rosita y a su familia, según evidencia periodística, fue que se hallaron de pronto en medio de una pugna entre dos grupos que trabajan para dos cárteles diferentes del narcotráfico en México"

Han pasado ya casi 10 años desde que Rosita tuvo que salir de La Vainilla porque un grupo de hombres armados llegó a incendiar las casas del poblado.

Lo recuerda muy bien porque su hija la menor, la que tuvo que correr en pura calceta hasta el poblado próximo para salvar su vida, se alistaba en esos días para su graduación de la escuela primaria.

Ella, con una valentía que no recuerda de dónde la sacó, señala que se mantuvo como en trance, maseando una bola de masa de nixtamal que molió por la mañana, y con la que planeaba hacer tortillas para el desayuno.

Pero los gritos, el humo y el miedo, que se venía como si fuera agua de arroyo en bajada y se estrellaba en una pared de pacas de heno que cubría parcialmente su casa de adobe, la hizo guardar silencio.

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Rosita, que no tenía refrigerador ni entonces ni ahora, se quedó lo suficiente en la cocina de su casa como para que el olor a acedo le avisara que la masa se le echó a perder en la mesa de su comedor.

Rosita tiene otros seis hijos y su esposo. Por suerte la mayoría estaba fuera de casa.

"Mi esposo estaba en las afueras del pueblo. Ahí estaba, de lejos, observando todo, pero ya que se empezaron a arrimar ellos, ya se empezó a alejar", dice.

Dicen que el que no debe, no teme, dice en voz baja.

"Yo no me voy", les dije, "porque yo no quiero que me quemen mi casa", se amachó Rosita.

 

- ¿Se quedó?

Sí.

 

- ¿Y qué pasó?

Pos, ni modo, dije, si no me quieren hacer caso, pues ni modo, pero yo no me quise ir.

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Otro de sus hijos, quien se fue temprano a la tierras de la familia a limpiarle el monte y prepararlo para próxima siembra, también se resguardó.

Las niñas, de primaria y secundaria, se quedaron en un pozo de donde por temporadas sacan agua. Agazapadas, enlodadas, con la súplica en los labios temblorosos.

El humo hizo notorio La Vainilla, un pueblo que según páginas de internet contaba con más de 170 habitantes.

Lo que le pasó a Rosita y a su familia, según evidencia periodística, fue que se hallaron de pronto en medio de una pugna entre dos grupos que trabajan para dos cárteles diferentes del narcotráfico en México.

La ubicación del poblado, junto con otros cercanos, resultaban idóneos para el cultivo y proceso de enervantes, que hace una década dicho negocio se encontraba en la cúspide.

 

La comunidad 

Sinaloa es municipio número 17 del estado y se declaró como tal en 1915, sin embargo Sinaloa de Leyva es uno de los asentamientos más longevos de la historia del estado.

La villa fue fundada en 1583 y hay evidencia de que, cuando llegaron los misioneros, sus originarios cahítas eran bravos y aguerridos.

Apenas unos años después un padre católico fue asesinado por el indio Nacaveba.

En el pueblo aún hay vestigios de la primera iglesia, construida en 1635.

Sinaloa de Leyva es la cabecera de uno de los municipios, junto con Choix y Badiraguato, que colindan con Chihuahua por su zona serrana.

Para llegar desde Culiacán, hay que viajar al norte hasta Guasave y luego tomar hacia el oriente, atravesar la zona rural y comenzar a subir 55 metros sobre el nivel del mar.

De continuar hacia la sierra, la altura puede llegar hasta los 2 mil 155 metros sobre el nivel del mar.

La Vainilla, donde Rosita ha vivido más de 50 años de su vida, se ubican apenas a los 191 metros sobre el nivel del mar.

Hoy está a unos metros de las riberas del Río Petatlán, en una plancha de concreto que sostiene un multideportivo de la villa de Sinaloa de Leyva. No ha bajado desde La Vainilla, porque volvió ahora que la cosa ya está más calmada, a visitar como turista el pueblo señorial.

Se registró como jefa de familia en un censo que el Gobierno de Sinaloa no ha podido terminar desde que fue afectada la primera vez.

El asunto, como las otras 400 personas que hoy la acompañan para recordar esa parte de su vida que pretendieron olvidar, es por la esperanza de recibir otra cosa que no sean las despensas que la Secretaría de Desarrollo Social del gobierno estatal ha repartido cada vez que los grupos de personas dejan sus lugares de origen por culpa de la violencia.

Hoy, quien no ha regresado a lugares como La Vainilla, La Sierrita de los Germán, se encuentran instalados en comunidades como en Portugués de Norzagaray, en León Fonseca, Genaro Estrada o Estación Bamoa, en el municipio de Guasave, o Santa Quitería, en Mocorito.

Conforme han avanzado los años, y con una creciente violencia desde el sexenio en que Mario López Valdez gobernó Sinaloa, de 2011 al 2016, el fenómeno de los desplazados se agravó.

Comenzaron los desplazamientos en los municipios de San Ignacio, Concordia, Badiraguato, Choix, más recientemente en Rosario y de la zona serrana de Escuinapa.

Los municipios de Sinaloa, Salvador Alvarado, Culiacán, Mazatlán y Concordia han sido los receptores de estas familias.

Recientemente, el nuevo titular de la Sedeso estatal, Ricardo Madrid Fuentes, admitió que existían apenas más de mil 50 familias desplazadas en el estado. La llegada de Madrid Fuentes representa casi una decena de titulares de dicha dependencia que ocupa el cargo que no ha atendido este fenómeno con algo más que despensas.

En marzo, Álvaro Ruelas Echave, el anterior secretario, admitió que cuando llegó al cargo no tenía información sobre censos de desplazados de los secretarios anteriores a él.

Cuando Madrid Fuentes declaró que el número de familias desplazadas apenas superaba los mil, el censo aún no llegaba a Sinaloa de Leyva.

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La actualidad 

Rosita y su familia tuvieron que llegar a Genaro Estrada, cerca de Ocoroni en el municipio de Guasave, porque ahí vivían unas tías. Les prestaron una casa en donde se quedaron por cinco años.

Después se las pidieron, pero lograron que en el mismo lugar les prestaran un espacio, consiguieron paredes y luego, con el sueldo de todos, sumaron para el techo.

Todos le tuvieron que entrar a la labor del campo. Trabajaron ahí mismo, en Ocoroni y en Batamote, dependiendo de la temporada.

Sembraron y cosecharon tomate uvita o saladette.

Rosita ahora se rodea de nietos que en su primer éxodo no existían.

"Nos regresamos, porque mi esposo tenía unas vaquitas. Tiene dos años y yo voy a cumplir apenas un año; mi nieto nació en Batamote, pero ahí estaba en la escuela y por eso yo no me regresaba, ya voy a completar un año en el rancho", recuerda.

 

- ¿Y cómo están las cosas ahorita?

Está calmado, pero pues solo. Nosotros nos queremos quedar a vivir ahí, porque estás a gusto en el rancho, tenemos animalitos, mucha gente desea volver, pero muchos tienen niños en las escuelas y allá no hay nada de eso. Muchos tenemos que buscar el agua, para tomar, yo ahorita estamos usando del pozo, que está más cerca.

 

- ¿Cómo le ayudó el Gobierno? 

Cuando recién llegamos ahí, sí, las autoridades sí, con despensas nada más, y como nosotros quedamos cerca de una tortillería, de repente si nos llegaban con tortillas, que no vendían, cerraban el horario y ellos nos daban tortillas.

 

- Pero eran del tortillero, ¿el gobierno les dio otra cosa en aquel tiempo?

No, nada más con despensas. Nos tocó venir más o menos a una reunión así, pero nos dijeron que no ocupábamos ningún documento, que porque era del gobierno federal, esas preguntas que nos estaban haciendo a nosotros, pero no nos ha llegado nada de eso.

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