El otro inconveniente de vivir en Valle Alto

José Abraham Sanz
22 septiembre 2018

"La poca prevención de las autoridades por las lluvias del 20 de septiembre provoca que los vecinos tengan que salir de sus casas sin haber realizado preparativos mínimos para salvar sus bienes muebles"

Poco antes de las ocho de la manaña, el vecino gritó con mucha seriedad: Salgan o nos vamos ahogar aquí.

La lluvia no ha cesado, aunque sea en gotas delgadas. Pero eso ha provocado que el gran cazo de acero, donde el vecino cocina carnitas y chicharrón todos los días en el negocio que tiene en casa, quiera naufragar entre agua chocolatosa.

Ese lugar se ubica a un kilómetro de donde pasa el dren principal de Bacurimí y para atravesarlo hay que subir una cuesta de unos tres metros de alto. El canal debió comenzar a desbordarse después de las siete de la mañana y repartir el agua con las zonas más bajas de Villas del Río al oriente y Valle Alto al poniente.

En Valle Alto, Culiacán, el agua les llega al pecho

Vámonos, insiste el vecino de las carnitas.

No pasa nada, señala el de la tortillería que transita encima de la banqueta con el agua por arriba de los tobillos. Ríe y pide ánimo.

Vecino, responde una joven mujer veterinaria del otro lado. Tengo que sacar a las niñas, ya vámonos.

El agua chocolatosa, ya está en el penúltimo escalón de la entrada de las casas.

El nivel subiría en cuestión de minutos.

Rápido. A buscar subir los muebles en alto ¿Cómo? Bases de cama, una sobre otra, colchones, refri; mesas, tarimas para los sillones, ropa y endredones o almohadas y resto de la ropa en closets. Hay más muebles de madera, pero esos se van a mojar.

Los papeles, el dinero en efectivo; ropa seca, calzado a las mochilas. Todo, rápido. Los perros a los brazos.

Otro de los inconvenientes de vivir en Valle Alto, además de la permanente amenaza de asaltos a mano armada y robo de autos o casa habitación con violencia, es que cuando llueve se inunda.

Así como hay señalamientos de Ceda el paso, Alto o el sentido de las calles, ahí hay algunas placas que especifican en dónde están los lugares más bajos.

“Cuando rentamos”, recuerda la joven señora de la veterinaria, “ya había pasado o de (el huracán) Manuel... no creíamos que esto iba a volver a pasar”, dijo un día después por la mañana.

Y cuando lo dijo, detrás suyo, estaba el espacio de su cochera retacada de muebles húmedos sacados al sol. No fue la única que pensó lo mismo.

 

Entre apilar muebles para aminorar los daños de la inundación y tomar los perros en los brazos, pasaron menos de 20 minutos y el agua ya comenzó a meterse a la casa, pese a la ayuda del aguardapolvo, esa tira de aluminio y goma que cubre el espacio que queda entre la puerta y el suelo.

La salida, de tres personas, en unos segundos, dio paso a la inundación de la casa, como las otras de enseguida.

Afuera, el agua que cae y la que te sube hasta la rodilla está helada, pero no hay opciones para buscar resguardarse. Todos parecen haberse ido.

La caminata debe ser parcialmente a ciegas, porque el agua turbia impide ver el suelo. Abajo se sienten ramas, cables, piedras. Flota basura, pedazos de madera, plástico.

Apenas unos metros después, el agua ya llega hasta la cintura. Hay que tener cuidado de no caer en un bache, tropezar con un tope o pisar las boyas amarillas que se colocan para los autos. Tampoco resbalar, pues el lodo se va asentando en el suelo.

Quien tuvo suerte de sacar los autos de las cocheras, los han subido a los parquecitos de la zona o incluso a otros lugares más elevados.

El agua no cede y en las calles que van de Valle Alto a la iglesia ya no son tres personas y un dos perros los que peregrinan.

El Centro de Atención Múltiple 31 abrió temprano, como cualquier otro día, porque la Secretaría de Educación Pública y Cultura no avisó de la suspensión hasta ya entrado el problema.

Los trabajadores decidieron ayudar a los vecinos que huían de la inundación y brindaron café y un espacio limpio y seco para todos. Ahí llegaban personas mayores, jóvenes y niños. Hasta parejas con bebés en los brazos.

 

Pinche Protección Civil, no avisó, se leen en mensajes de grupo de WhatsApp. Pinche Sepyc. ¿Cómo están? ¿Qué necesitan? Que están atrapados.

La lluvia seguía. En el bulevar Álvaro de Portillo, que atraviesa Valle Alto de norte a sur, hay vehículos 4x4 que van y vienen. Camionetas altas y personas empapadas o con el torso desnudo. Hay indicisos en vehículos y zozobra.

Dicen que no hay paso, por eso no pueden venir, dijo uno de los pocos oficial que se quedan en la caseta policial del Deportivo de Valle Alto.

Cuando baje el agua van a venir y van a evacuar gente.

Galería Valle Alto, la plaza donde hay farmacias, pastelería, un Megacable y el principal Oxxo de la zona, tenían la ventanas rotas.

Dicen que pasó una góndula y provocó tales olas en la inundación que reventó los vidrios de los aparadores. Hasta ese momento, poco antes de mediodía, no había reportes de rapiña.

La iglesia tiene alrededor de 200 personas, entre niños y adultos. Al fondo hay gente hincada, dicen rezos en voz alta y han prendido veladoras. El suelo está mojado en diferentes áreas.

Afuera dicen que este Padre sí dejó entrar a quienes necesitaban un lugar de refugio y no como el que estaba antes, que les negó el acceso.

De regreso en el CAM, ya hay personas que se preocupan por salir de la zona. Hay muchos pendientes, niños que recoger, rutas de camión que no saben si están activas. Unos planean irse a casa de sus parientes, incluso no descartan caminar lo que haya que caminar.

El cielo poco a poco cede y en los escalones, las bardas y los autos estacionados que no pudieron huír de la inundación, ya se observa que el agua ha comenzado a bajar.

Ya es mediodia, sigue nublado y el pronóstico que todos comparten es que lloverá hasta las seis de la tarde.

Entonces comienzan los rumores de rapiña.

Tengo que volver a mi casa, por ropa para mi esposa y el bebé, dice otro de los vecinos en el CAM. Por si se les ofrece algo.

La última vez que regresó a casa aseguró que el agua le llegó hasta el pecho. Recogió un portabebé y lo trajo al refugio para su hijo.

 

Del refugio a la casa son como mil 200 metros. En la inunación, cada vez que se avanza, se tiene que aplicar más fuerza en las piernas, la panza, los brazos y el pecho, porque el piso va de bajada y el agua a uno le sube el nivel. Sigue muy fría, el Sol no ha salido y el agua cae del cielo de manera intermitente.

Cuando alguien avanza, la basura te rodea. Se sienten piedras, lodo y ramas por debajo del agua y a cada paso uno pide que no sea una serpiente o cualquier otro animal.

Las casas están cerradas y hay tal silencio que las voces de uno o del otro provocan eco.

En el camino hay automóviles varados. Algunos cuyo sistema eléctrico ha comenzado a colapsar. El olor a gasolina es intenso y por encima del agua chocolatosa se puede ver el tornasol que deja el aceite.

Agárrese de una madera o algo, insiste dos o tres veces una vecina que ve el caminar desde la planta alta de su casa. Está angustiada. Aprieta las manos en la protección y da las últimas indicaciones a su hijo que va a revisar su vehículo a dos calles de ahí.

Nos volvió a pasar, vecino, reniega resignado, en referencia a lo ocurrido con el huracán Manuel en 2013.

Por el bulevar principal de Valle Alto, hay media decena de personas en una azotea, dan indicaciones y ofrecen espacio; trabajan en equipo, abajo otras cuatro equipadas con inflables salvavidas, y ofrecen ayuda a quien camina por la zona.

Véngase, acá hay espacio, dicen. Sus gritos hacen eco entre los inmuebles inundados y silenciados por la naturaleza.

El agua, aunque comienza a bajar, lo hace lentamente. Todavía hay que caminar con precaución y evitar otros obstáculos más en las banquetas, pues con las nuevas leyes ahora el cableado eléctrico es subterráneo y la inundación sacó cables de sus compartimentos.