"'¿Cuántas madres más seguiremos llorando?'"
Querían gritar. Llorar. Contarle al mundo su dolor, sacar ese sufrimiento contenido en el pecho, que las ahogaba, por la pérdida del hijo. De su "niño", Cristóbal, de 16 años, víctima de los enfrentamiento entre narcos en Culiacán.
Querían que su voz, desgarrada, fuera la catarsis de todos. Y que esa pancarta, de leyenda lapidaria, inquisidora "La violencia es producto del mal Gobierno", pesara en la conciencia de los 40 diputados del Congreso local.
Beatriz y Alma Herrera, la tía y madre, tuvieron el valor civil de hacerlo.
El silencio se apoderó por segundos, que parecían eternos, sobre el recinto parlamentario, cuando la profesora Beatriz, la tía de Cristóbal, les gritó a los diputados que encabezaran las marchas. Que así como ellos les pedían el voto en cada elección, ahora apoyaran a todas las madres y padres que sufren. Y se pusieran al frente, marcharan con ellas.
"Defiendan hoy a estas madres que estamos sufriendo por nuestros hijos, no nos queremos ir de Sinaloa, lo queremos, no puede haber más gente mala que buena, pero el Gobierno tiene que tomar el mando. Hoy es nuestro hijo, ¿mañana el hijo de qué persona será, cuántas madres más seguiremos llorando?, cuestionaba Beatriz.
Cristóbal Herrera, de 16 años, estudiaba en la prepa Allende. No era de los carroceros que ejecutaron la mañana del jueves 10 en el taller mecánico de la Colonia Los Pinos en Culiacán. A éste acudía por primera vez, por recomendación de un conocido, a que repararan una falla de su camioneta.
Una foto suya recorrió las graderías del Congreso.
"El Gobierno no está haciendo su trabajo, y no me hacen caso porque no son sus hijos, no saben lo que duele, que si fuera una muerte por enfermedad uno la acepta, pero por unos desgraciados que no saben del sufrimiento que van a ocasionar, el Gobierno debe defender su gente, el Procurador no está cumpliendo su función, los encargados de justicia, la policía, no lo están haciendo y los diputados tampoco", concluía Beatriz.
Alma, la madre, era reconfortada por algunos legisladores.
"Nada, nada" le ofrecieron, dijo, porque en el Gobierno ven las muertes de inocentes como una estadística.
"¿Qué se esperan, a que haya mil muertos más? ¿Dígame usted de qué me sirve esto? ¿Esperar a que caigan mil más? Y que en el año siguiente van a ser mil 500. ¿Así van a ver la vida, como estadística? No tenemos autoridad en Sinaloa, nos están dejando solos".
Por eso no quería, no podía callar, después de sepultar a Cristóbal.
No callar nunca más. Porque ella, Contadora Pública, nunca pensó que viviría esta tragedia. "Si yo no me dedico a negocios ilícitos, a mí no me tiene porqué pasar nada de eso", pensó siempre.
Pero la narcoviolencia le asestó un duro golpe, fulminantes, al corazón. La vistió de luto. Y la hizo salir de su oficina a gritar, a no quedarse callada, a decir "¡Ya basta!", a invitar a todos a marchar, a salir a la calle, en memoria de los inocentes caídos, y de esas madres que, dijo, aún no viven en carne propia ese dolor.
"No puedo permanecer callada, ¿mañana quién, qué familia va a estar de luto, qué madre va a estar en el corazón roto, dígame usted?
¿Qué otra madre va a estar en el corazón roto, igual que yo?".