"Culiacán en los recuerdos de Miguel Tamayo"
CULIACÁN.- Grandes portales bordean la avenida Álvaro Obregón, en cuya plazuela se observan decenas de amapolas. Lupita, la Novia de Culiacán pasea con su vestido blanco de novia. El Mercado Garmendia "presume" amplios jardines al igual que el Palacio Municipal.
Las calles tiene también otros nombres, tal vez tomados de su principal actividad o característica, y surge así la del Comercio, hoy Ángel Flores; y la Tercena, hoy Antonio Rosales. Circulan por esos rumbos algunos vehículos entre carruajes jalados por caballos, mientras el sonido de una locomotora anuncia que se acerca El Tacuarinero.
Las imágenes son evocadas por Miguel Tamayo Espinosa de los Monteros, y cuentan fragmentos de la historia de esta ciudad, que de acuerdo a historiadores, comenzó hace 478 años, un 29 de septiembre, aun cuando la fecha sigue siendo tema de discusión.
El Culiacán de los portales
Don Miguel no es un historiador, aún cuando pudiera serlo, más bien es un escenógrafo y promotor cultural próximo a cumplir 85 años, y al igual que muchos otros culiacanenses, ha visto cambiar, a veces lenta y otras vertiginosamente, la ciudad en la que transcurrió su niñez, juventud y la mayor parte de su edad adulta.
La historia que él narra, comienza en la década de 1930, cuando Culiacán bien pudiera haber sido conocida como la ciudad de los portales, cuando se comía menudo y cazuela, y tortillas hechas a mano, y cientos de años después de la llegada del conquistador Nuño Beltrán.
"Yo nací en una casa en la Hidalgo y Andrade en diciembre de 1924, y luego nos cambiamos a la Ángel Flores, cuando Culiacán era muy pequeña, se podía pasear a altas horas de la noche, sentarse afuera de las casas en verano y disfrutar de los carnavales", rememora.
Su hogar se encontraba en el cuadro principal de la ciudad, muy cerca de los personajes, edificios y las historias que allí se contaban.
"Para ir a la escuela, que estaba en la Rosales y Andrade, mis hermanos y yo teníamos que cruzar la plazuela Álvaro Obregón, y me acuerdo que estaba sembrada de amapolas, unas flores rojas muy bonitas, nosotros cortábamos las hojitas y las poníamos en los libros porque se secaban y quedaban muy bonitas, ahora pues esa flor es otra cosa".
La avenida Álvaro Obregón daba cabida a decenas de casas estilo colonial, de techos altos, patios centrales, y en el exterior, portales construidos en su mayoría en la primera mitad del Siglo 19, y que en verano permitían que las familias sacaran sillas o bancas para tomar el fresco.
"Los portales venían de la Hidalgo a la Ángel Flores y de la Ángel Flores a la Rosales, y donde está ahorita el edificio de la Lonja había una calle, la Mina y el portal Mina; por la Paliza, las casas con portales llegaban hasta la Ángel Flores, y allí estaba la casa de don Diego Redo, que fue después el cine Reforma", menciona.
Esa traza urbana, según historiadores, tuvo su esplendor con la llegada de Luis F. Molina, entre 1890 y 1910, cuando el llamado Arquitecto de la Ciudad creó importantes construcciones como el Teatro Apolo, Isde, Centro de Idiomas, Casa de la Cultura, plazuela Antonio Rosales, planta baja del edificio rosalino, y aportó los diseños del Mercado Garmendia, Santuario, entre otros.
"La gente sacaba sillas a la calle para sentarse en la tarde, y cuando íbamos a cenar, metíamos la banca, pero las casas siempre estaban con las puertas abiertas porque era muy tranquilo".
La llegada del automóvil
La modernidad que ya se avecinaba en la pacífica ciudad, pareció vaticinarse décadas antes con la llegada del primer automóvil.
"El primer carro llegó a Culiacán siendo Gobernador el General Francisco Cañedo, y en 1930 ya estaba la agencia Ford en Ángel Flores y Riva Palacio y se dice que fue la primera, y con los autos llegó también la primera gasolinera en 1920, que estuvo en los portales y era del fotógrafo Alejandro Zazueta".
"Después se hicieron más gasolineras, llegaron más carros y se fueron acabando los arcos, portales, hasta quedar sólo los que se encuentran atrás de la plazuela, por la calle Paliza", comenta, "los primeros que empezaron a tumbar las viejas construcciones fueron los Clouthier que tumbaron el teatro Apolo en 1948 que estaba en la Rosales, y después Manuel Rivas, cuando fue Presidente Municipal, se llevó el quiosco bonito de la plazuela Álvaro Obregón a Quilá y pusieron allí una nevería muy fea".
Así, poco a poco el rostro urbano de esa pequeña ciudad fue cambiando ante los ojos de quien de niño se divirtió bailando trompos y jugando a los encantados, y de adulto viajó a la Ciudad de México y conoció el cine, y a su regreso a Culiacán, laboró en la UAS durante 55 años.
"Cuando fue Gobernador el General Leyva Velázquez, que fue el que hizo el parque Revolución y Constitución, tumbó todos los portales de la parte oriente de la Obregón, para ampliarla, y allí se perdió la casa de Avelino Morales, donde está el hotel Executivo, y muchas casas particulares, hoy de eso nada más quedan unos cuantos portales".
Los personajes
Al igual que hoy surgen personajes que se apropian de las calles, y se convierten en parte del rostro urbano sin querer serlo, en ese otro Culiacán de poco más de 16 mil habitantes, también existieron los propios.
"Estaba un señor al que le decían 'El Calalo', que traía un rosario muy chistoso, decía 'pasa bolita, pasa bolota, pasa bolota, que me case yo con una de las Clouthier, pasa bolita, pasa bolota...', y una señora que le decían 'Pancha la Bola', que se subía a la única línea de camiones que había y no había quien la bajara".
Francisca Corvera, conocida como "Pancha la Bola", Alfonso L. Paliza en el libro Postales amarillentas la describe como una mujer de considerable peso, que exigía dinero para comer, y se subía a los camiones, al ferrocarril Sud-Pacífico, siempre sin pagar boleto.
Don Miguel también recuerda como parte infaltable de esos retazos de historia, a Lupita, La Novia de Culiacán.
"No sé si las tintorerías o no sé quién le regalaba los trajes, pero la Lupita estaba impecablemente vestida de novia siempre, llegaba, se metía a Catedral, decía que iba a ver al Padre, y siempre anda repitiendo frases".
Además de las figuras peculiares que deambulaban por las calles, los añoranzas de don Miguel también abarcan a hombres y mujeres que fueron orgullo de este terruño.
"Me tocó conocer a Pedro Infante más cuando hizo la película de Las islas Marías con el Indio Fernández, durante el tiempo que viví en la Ciudad de México, pero aquí en Culiacán cada vez que llegaba a la casa de su hermana por la calle Ángel Flores parecía una fiesta", dice.
"Todos iban a la casa de Rosario, sobre todo las señoras cuando estaba Pedro, y todo el día tócale y tócale la guitarra, porque era muy simpático".
Las fiestas
En la ciudad, como en tantas otras del país, las fiestas y carnavales, eran también una parte primordial, y principal diversión de los pobladores.
"En los 40 eran muy famosos los bailes del Casino Culiacán, y hasta venían embajadoras de otras ciudades. Terminaban a las 5:00 ó 6:00 horas del otro día, y de allí nos íbamos al Mercado a comer menudo, las mujeres iban con su joyas y pieles y nunca pasaba nada", expresa.
"También me tocaron los carnavales en 1930 a 1940, pero hay fotos de principios del siglo. Empezaban el sábado del mal humor, de la universidad a la plazuela se traían el mono, y en cada esquina iban parando y leían un testamento, echándole a la gente, y llegaban a la plazuela y allí quemaban el mal humor, que eran personajes diferentes".
El domingo, indica, la reina del carnaval, que la mayoría de las veces ganaba con el apoyo de los estudiante del Colegio Civil Rosales, se subía al Tacuarinero, adornado con flores, y luego en carruaje se trasladaba al teatro Apolo, donde era coronada.
"De allí comenzaba la comida, el desfile y los bailes en la noche con las orquestas más famosas, El Cachi Anaya, y otros, y todo el mundo iba a los carnavales, que era una de las fiestas más importantes en ese tiempo, y que hoy desafortunadamente desaparecieron".
Hoy, esos rostros, calles y caseríos se han ido, pero para don Miguel regresan una y otra vez en su memoria o a través de las cientos de fotografías guardadas en más de 200 álbumes, que le permiten revivir a su querido Culiacán de los portales.