"De yoris a yoremes, la contradicción"
Adrián García Cortés
"Cómo me he de quejar en mi dolencia, si el amo y escudero o mayordomo son tan rocines como Rocinante".
Diálogo entre Babieca y Rocinante, Don Quijote de la Mancha, Cervantes, 1605.
Fue un Sábado de Gloria. En Mochicahui. Los indígenas, disfrazados de "judíos" belicosos esperaban deshacerse de sus máscaras y de sus "armas de combate". Era el tiempo de espera de la Resurrección, y la tradición tenía que cumplirse.
En Sábado de Gloria, según el rito católico, se renuevan las promesas bautismales y se usa agua en abundancia, que representa el signo de vida y la purificación. Al final de la celebración se reparte el agua de Gloria y se invita a los asistentes a que lleven a sus casas el cirio pascual y el agua bendita. Todo durante el día, que para los indígenas y pueblo creyente es fiesta grande y bien húmeda.
Pero el Concilio del Vaticano II cambió el horario de la celebración sólo para la noche, antes de que el empiece el rito de la Resurrección. Le llamó Sábado Santo y dejó de ser Sábado de Gloria. En el pueblo esto no cambió; menos entre las etnias que dispersas por el país la siguen cultivando durante el día. Y la festividad, centrada en el agua, significaba y aún significa el baño callejero con mangueras y baldes, por lo menos en el Distrito Federal.
Multas o cárcel por
las aguas de la Gloria
Las cubetadas de agua, tradicionales en la ciudad de México, se convirtieron en una grave falta a los reglamentos policiacos. Los padecimientos de la ciudad por la escasez de este líquido impelió a las autoridades a levantar infracciones a quienes fueren sorprendidos desperdiciando el agua. Las multas van de 21 a 30 días de salario mínimo, más de mil 500 pesos, o arresto de 25 a 36 horas.
Mochicahui no es la Ciudad de México, sino una sindicatura semiaborigen del municipio de El Fuerte. Por eso, este último Sábado de Gloria, el agua abundó, pero no en cubetas, sino en una pipa proporcionada por el Ayuntamiento, para que con una larga manguera, el cura de la parroquia bañara a la feligresía desde el techo de la iglesia.
Baño general, regocijo abajo y arriba, pipa va y viene, y todos felices, porque al fin llegarían a sus enramadas ya despojados de sus oprobiosos disfraces, todos húmedos, pero con agua bendita. Era cosa de ver al cura ensotanado repartiendo bendiciones mojadas no con hisopos ni pila bautismal, sino con una culebreante manguera para que alcanzara a todos. Si esto hubiera ocurrido en el Distrito Federal, todo el pueblo hubiera sido encerrado 36 horas con el clérigo a la cabeza o pagado miles de pesos por un mes de salario mínimo.
Uno se pudiera preguntar, ¿esto es cosa de yoris o reminiscencias de yoremes? Como oficialmente en Sinaloa no existen yoremes (o sea indígenas), toda la culpa habría que cargársele a los yoris (los no indígenas). Ahí, en Mochicahui sí hay indígenas, que hasta una Universidad Autónoma Indígena de México los cobija.
Leonardo Yáñez, el
Venado habla por sí
De si existen o no los indígenas, le hemos solicitado a Leonardo Yáñez nos entere. Yáñez, un gran promotor de la cultura yoreme y él, por sí mismo, apasionado de los ritos autóctonos, es uno de nuestros grandes valores en la configuración del Venado, esa danza de múltiples movimientos simultáneos que a los estados de Sonora y Sinaloa nos tipifican como entidades de arraigo indígena.
En este arraigo, el autor de este Análisis tuvo dos experiencias que le hicieron vibrar sus fibras aborígenes. Una fue en el Centro Escolar del Noroeste, en Los Mochis, cuando en los años 40 el profesor y director Conrado Espinosa nos llevaba a las rancherías de los ríos Zuaque o de El Fuerte y de Guasave o Sinaloa, precisamente a las celebraciones indígenas y especialmente donde se practicaba el rito de la Danza del Venado. Ahí confirmamos el culto a la vida y a la naturaleza.
La otra, en 1990, durante el gobierno de Francisco Labastida, cuando los Festivales Culturales cobraron un gran auge y el indigenismo era una porción a promover, una versión del Teatro Campesino de Tabasco se trajo a Sinaloa. La maestra y promotora Alicia Martínez Medrano organizó el drama de Romeo y Julieta "enfrentando" a mayas de Yucatán con mayos de Sinaloa. Su éxito nacional se mostró a nivel internacional llevando la obra a Nueva York con el apoyo de Joseph Papp del Festival Latinoamericano.
Nueva York sí cree
y conoce los yoremes
En el ágora del Central Park fue presentada con todo el entusiasmo de Labastida y su esposa María Teresa Uriarte, presidenta de Difocur, quienes no escatimaron gastos para llevar 86 actores indígenas, la mayoría de Sinaloa. A esta presentación fui invitado, por parte de Noroeste, junto con otros colegas de los demás periódicos de la región. Obvio es decir que el ensayo y el éxito fueron hermanados, y las nueve crónicas elaboradas entonces están hoy día en proceso de edición.
Aunque parezca reiterativo, ese movimiento indigenista creó en Sinaloa una nueva cultura que salía de los centros ceremoniales indígenas para integrarse a un mestizaje patrimonial imposible de olvidar u ocultar.
Una historia política
de ficción para yoris
Con la información de Yáñez se escribe esta historia:
En el auge de los festivales, hace 15 años se iniciaron las representaciones y tradiciones indígenas en la explanada del ágora Rosario Castellanos con la ayuda de Roberto Balcázar, Arturo Castañeda y directivos de Difocur. Se sentía entonces cierta demanda de ese servicio cultural de la gente de Culiacán, particularmente en el medio urbano mestizo que aparentemente no tiene nada que ver con la cultura indígena.
Estaban en ello cuando llegó un nuevo equipo de gobierno. Alejandro Mojica, que además de ser un gran músico es un gran promotor, invitó a los promotores indígenas para que los festivales se hicieran de manera oficial.
--"Ya habíamos visitado otras comunidades en Sonora que nos pusieron el ejemplo sobre como conducir la promoción y la difusión cultural indígena a partir de sus centros ceremoniales", apunta Yáñez.
Del Encuentro Yoreme
al desencuentro oficial
En Sinaloa hay, en efecto, una gran población indígena y había entonces muchos facilitadores que podían ayudar a estructurar un festival más formal. De hecho en la región de Choix, El Fuerte, Ahome, Guasave, Sinaloa de Leyva, Angostura y Mocorito, hacían celebraciones y encuentros a una escala mayor que las muestras de Culiacán; habían logrado una organización con apoyo económico de particulares y de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.
--"Cuando supimos esto, nos preguntamos: ¿por qué no hacemos lo mismo nosotros? Al llegar una nueva administración estatal, la de Juan S. Millán, en 1996, nos acercamos a ella, fuimos entendidos y acogidos con entusiasmo. De ahí nació en 1999 el Encuentro Yoreme con mucho éxito, mucha aceptación y mucha demanda como servicio cultural. Se extendió por el sur en Mazatlán, el centro por Culiacán y el norte por Los Mochis con una gran cobertura", según palabras de El Venado.
La promoción se amplió a otras entidades como Sonora, Nayarit, Durango, Chihuahua, Baja California Norte y Sur y hasta Canadá, por lo que al festival se le llamo Encuentro Yoreme del Noroeste, y fue posible la participación de mayos, yaquis, huicholes, coras, pimas, seris, o sea, el éxito no sólo adquirió carácter nacional sino también internacional. La capitalización política fue inevitable; el orgullo gubernamental paradigmático.
El Festival de los Pueblos
se quedó sin los pueblos
Pero, como suele ocurrir en México, al cambio gubernamental, lo pasado se torna un estorbo, porque la visión del que llega es sólo mirar al futuro, aunque ese futuro tenga plazos constitucionales. El Festival perdió interés en los mandos oficiales.
Por principio, un poco al estilo de Maquiavelo, cuando se decide una desaparición, lo primero que se hace es cambiarle de nombre al proyecto o al programa y, por supuesto, de partidas presupuestales. A pesar de lo que pudiera suceder, siguieron adelante. Además de los eventos tradicionales, presentación de libros y exposiciones, durante un primer año del nuevo gobierno se le llamó Festival Sinaloa de los Pueblos. Y como Festival de los Pueblos se canceló y hasta desaparecieron los pueblos indígenas.
En la nueva visión, en Sinaloa no había indígenas que justificaran un festival, por lo que no tenía sentido que el Estado invirtiera en este tipo de eventos. Se "perdieron" las etnias en aras de una credencial de elector, aunque parezca pleonástico, hechas sólo para votar, como en 1769 el Marqués de Croix, virrey de la Nueva España, al expulsar a los jesuitas acuñó esta "sublime" frase: "los súbditos del rey nacieron sólo para obedecer".
¿Una Universidad Indígena
sin indios para enseñar?
Leonardo Yañes recuerda:
"Hubo una reacción violenta de quienes integraban el gremio del festival -promotores y difusores de la cultura, cronistas, historiadores--, todos los que de alguna manera estaban relacionados con esta actividad tan noble. Se enviaron cartas a directores de periódico, se publicaron desplegados dirigidos al público, declaraciones, conferencias de prensa, la mayoría alarmados por haberle negado a Sinaloa su derecho a la representatividad indígena".
Paradójicamente, se mantenía vigente la Universidad Autónoma Indígena de México, fundada legalmente el primero de diciembre de 2001, como resultado de un esfuerzo promotor originado en 1986. Para esta UAIM si había indígenas, aunque muchos eran traídos de otras regiones del país y del extranjero.
Al propio Venado le hicimos tres preguntas directas:
-¿Qué han hecho en estos cinco años de ostracismo?
-Al desaparecer el Encuentro Yoreme, decidimos seguir. Sólo que lejos de cambiarle el nombre le agregamos dos palabras para formar una compuesta: Encuentro Yoreme Alter-Nativo, es decir, como una alternativa para llenar el hueco, el vacío que quedó por el yoreme oficial.
Hemos trabajado con muy pocos recursos. Hay directores de algunas instituciones del mismo gobierno que me dicen: "Venadito, te vamos a apoyar, nomás no nos pongas ahí, porque tú sabes que no fue idea de nosotros, que no estamos de acuerdo, con que haya desaparecido el Encuentro Yoreme.
Volver al futuro con
un pasado indígena
- ¿Qué han hecho o que han tenido que hacer para sobrevivir?
-Hemos continuado con el Encuentro Yoreme. Algunas otras personas nos han apoyado, como los locatarios del Mercado Garmendia, del Mercado de Abasto y otros empresarios que nos auxilian con comida, con dinero y otros productos en especie.
- ¿Cuáles son las perspectivas para el futuro?
-Desde hace 4 años emprendimos esta propuesta alternativa, propuesta ciudadana, como promotores culturales. Somos 77 personas involucradas en este programa. Nos denominamos Red de Promotores y Gestores Culturales Independientes. Somos autogestivos, pero no autofinanciables. Hemos trabajado de manera muy humilde, que nos ha sido altamente significativo. Mucha gente nos pregunta: ¿volverá el Festival Yoreme a la isla de Orabá?
Esa última pregunta hubiera que plantearla, no a los que se van, sino a los que vienen. Por otra parte, habría que decirles: Si Sinaloa cuenta con una Universidad Autónoma e Indígena, en caso de no tener alumnos indígenas, ¿acaso no sería de impacto político inventárselos para que se justifique y ella misma se responsabilice de promover y organizar los festivales? ¡Un voto para el que lo haga!