"¿El fin justifica los medios?"
"La naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer. Les corresponde sólo a ellos señalar lo que debemos hacer, así como determinar lo que haremos. Por un lado, la norma del bien y del mal, por el otro la cadena de causas y efectos, están sujetos al trono de ellos. Nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos; todo esfuerzo que hagamos para librarnos de nuestra sujeción servirá solo para demostrarla y confirmarla". Jeremy Bentham
Desde los tiempos de la Grecia clásica, el hombre se ha interesado en el estudio de la ética proviene del griego "ethikos" que significa "filosofía moral"-, pues ha sido gracias a que esta estudia la moral que se puede determinar cuándo una acción es buena o no, lo que la convierte, en cierto modo en la ciencia del comportamiento moral.
Pero el estudio de la ética a lo largo del tiempo ha traído consigo diferentes teorías o doctrinas éticas que pretenden explicar qué hace a una acción éticamente buena, entre las que podemos mencionar: la ética de las virtudes, la ética marxista, la ética cristiana, la ética del deber y la ética de las consecuencias. Permítanme en esta ocasión revisar dos doctrinas éticas opuestas: la propuesta por Immanuel Kant y la propuesta por John Stuart Mill.
Ambas propuestas tienen algunas características en común, ya que se trata de doctrinas éticas; ambas nos presentan al hombre como un ser humano libre y dotado de razón; de igual manera, ambas tratan el tema de las intenciones de la voluntad humana, aunque cada una tenga un enfoque diferente; y ambas definen acciones que pueden ser clasificadas como buenas o malas y, aunado a esto, nos ofrecen las reglas morales que sirven para calificar estas acciones así como las consecuencias que se derivan de éstas. Sin embargo, a pesar de estas similitudes anteriormente mencionadas, estas doctrinas éticas son totalmente opuestas.
Kant vs. Stuart Mill
La ética de Kant es también conocida como ética de los deberes pues convierte a los "deberes" en la esencia de la moral; según esta doctrina, existen deberes que tienen que cumplirse, independientemente de sus consecuencias; el valor en esta ética no es externo a la moral. Mientras que la ética de Mill, conocida también como ética de los fines, señala que el valor moral de las acciones radica en las consecuencias de éstas; por lo tanto, el valor moral de esta ética se encuentra en elementos extramorales, como el placer, la felicidad o el bienestar económico.
La primera diferencia entre ambas proviene de su origen: el tipo de ética a la que pertenecen. La ética de Kant forma parte de una ética formal, y esto significa que a diferencia de la ética de Mill que es una ética material- no nos señalada acciones o fines específicos -como lo hace Mill al proponer que el único fin en la vida es alcanzar la felicidad, aumentar el placer y disminuir el dolor-, sino que señala la forma en que debemos llevar a cabo esas acciones si deseamos que éstas tengan algún valor moral.
Desprendido del tipo de ética al que pertenecen, tenemos entonces que para la ética de Kant, las intenciones constituyen la verdad moral; mientras que para la ética de Mill, la verdad moral radica en los efectos de las acciones.
De acuerdo con la ética kantiana, el valor moral de una acción radica en la voluntad del hombre. Dice Kant que "la buena voluntad no es buena por lo que se efectúe o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto, sino que es buena por sí misma". Mientras que la ética de Stuart Mill señala a la felicidad como el principio fundamental de la moral y fuente de obligación moral; así, Mill nos dice que "toda acción se realiza con vistas a un fin y parece natural suponer que las reglas de una acción deban tomar todo su carácter y color del fin al cual se subordinan". Por lo tanto, la ética del deber juzga a las personas en base a la intención detrás de la acción, mientras que la ética de las consecuencias como su nombre lo indica- juzga a las personas por los efectos de sus acciones, no por sus intenciones.
Los principios supremos
Cada doctrina nos propone un principio supremo de la moralidad; para Kant este principio es la autonomía de la voluntad, mismo que se convierte en el imperativo categórico, que tiene carácter universal y prescribe una acción como buena de forma incondicionada. Su formulación tradicional es: "obra siempre de tal modo que quieras que la máxima de tu acción se convierta en ley universal".
Los imperativos de los que nos habla Kant -que son cómo fórmulas que nos indican cómo debemos actuar, y por lo tanto, representan una restricción a la voluntad- se manifiestan como órdenes que debemos seguir: Sin embargo, existen dos tipos de imperativos, cuya naturaleza dependerá de aquello que nos mueva a realizar una acción.
Cuando actuamos "conforme al deber", somos movidos por un imperativo hipotético. Esto ocurre cuando seguimos un imperativo no porque creamos en él sino por las consecuencias que éste traerá consigo; por ejemplo cuando no cometemos un crimen, no porque pensamos que el crimen sea malo, sino porque queremos evitar las consecuencias de nuestra acción ir a la cárcel o enfrentar a la justicia-.
Cuando actuamos "por deber" conforme a un imperativo categórico, cuando seguimos el imperativo por su naturaleza propia independientemente de sus consecuencias -por ejemplo, si nosotros, siendo personas de bajos recursos decidimos regresar un maletín lleno de dinero que nos encontramos en la calle-, esto es actuar por deber propio.
De lo anterior se concluye que de acuerdo a esta postura, una acción es considerada como éticamente buena o con verdadero valor moral- sólo si realiza de acuerdo al imperativo categórico, es decir, por deber.
Por su parte, Mill nos propone el principio de la Mayor Felicidad como fundamento de la moral. Nos dice que la felicidad es la única cosa deseable como fin pues todas las otras cosas que son deseables, lo son únicamente como medios para alcanzar ese fin; bajo este principio se lanza la pregunta: ¿por qué estoy obligado a promover la felicidad general si mi felicidad consiste en otra cosa?
En función de este bien supremo que es la felicidad, la ética de Mill considera como bueno aquello que acerque al ser humano al logro de ese fin y malo, será lo que lo aparte del mismo. Pero ¿en qué consiste la felicidad? El mismo Stuart Mill nos dice que "si entendemos por felicidad la continuidad de las excitaciones altamente placenteras, es evidente que esto es imposible [
] La felicidad es entonces el resplandor momentáneo del gozo, pero no su llama firme y permanente".
Entonces podemos concluir que para la ética utilitarista la acción moralmente correcta o éticamente buena será aquella que promueve las mejores consecuencias -entendiendo por esto mayor felicidad- para el mayor número de personas.
Otra de las diferencias importantes entre estas dos doctrinas éticas consiste en las máximas que cada una de ellas propone. Para la ética de los deberes, el valor moral de una acción radica en la "intención oculta" que me lleva a actuar; y es precisamente este principio por el cual llevamos a cabo una acción lo que, según Kant, recibe el nombre de máxima de la acción y dice: "Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal".
Esta máxima se une al anteriormente mencionado imperativo categórico al ser una norma incondicional y necesaria en la que se debe fundamentar toda conducta moral. Es un mandato que apela a la autonomía del ser humano, a través de la buena voluntad y la razón, para dirigir su conducta. Así, "la voluntad es, en todas las acciones, una ley de sí misma". Esta es justamente la fórmula del imperativo categórico y el principio de la moralidad; así, pues, voluntad libre y voluntad sometida a leyes morales son una y la misma cosa, sintetizando así el principio práctico del obrar moral.
De manera análoga, la doctrina de la ética de las consecuencias tiene también una máxima que la rige. En este caso, la máxima del utilitarismo es aquella de Jesús: "Haz como querrías que hicieran contigo y ama a tu prójimo como a ti mismo".
Bajo esta máxima se encuentra el ideal de la perfección de la moral utilitarista, pues se propondrían leyes que pusieran en primer plano la obtención de la felicidad de los individuos tomando en cuenta el interés común-; y así, el individuo no sólo sería incapaz de concebir su felicidad en oposición con el bien general, sino que uno de los motivos de acción habituales en él sería el impulso a promover directamente el bien general.
Es por eso que bajo este enfoque de la ética utilitaria, el objeto de la virtud es la multiplicación de la felicidad; de hecho, esta doctrina considera que los sacrificios son buenos, sólo cuando aumentan el grado de felicidad de una persona; de lo contrario, son sacrificios hechos en vano.
Diferencias insalvables
Con todas las diferencias anteriormente mencionadas podemos concluir que ambas doctrinas -la de Kant y la de Mill- son totalmente opuestas, pues mientras Kant nos propone una voluntad autónoma que, libre de dependencias, nos mueve a actuar, Mill nos incita a la heteronomía, que no será nada más que la dependencia de nuestro obrar de los principios exteriores que vienen de los objetos.
Así pues se concluye que mientras la ética del deber parte de la pregunta "¿Qué acciones debo desplegar en mi vida para actuar como un ser racional?", teniendo esta pregunta un tono personal, nos damos cuenta que, al responderla, nos ayuda a descubrir qué tipo de persona queremos ser.
Por su parte, la ética de las consecuencias se pregunta: "¿Con qué medios se puede lograr los mejores efectos para los involucrados por un propósito práctico determinado?". A diferencia de la pregunta anterior, esta es más abierta y general, busca la respuesta no en nosotros, sino en algo externo, ajeno. Al responderla descubrimos cómo medir la felicidad producida en los demás gracias a nuestras acciones.
Personalmente coincido con Kant quien señala, en su Fundamentación Metafísica de las Costumbres: "Sin embargo, el principio de la propia felicidad es el más rechazable, no sólo porque es falso y porque la experiencia contradice el supuesto de que el bienestar se rige siempre por el bien obrar; no sólo tampoco porque en nada contribuye fundamentar la moralidad, ya que es muy distinto hacer un hombre feliz que un hombre bueno". Es decir, me parece ilógico fundamentar la moralidad y a partir de ahí tratar de determinar si una acción es éticamente buena o no- en las consecuencias de nuestras acciones, como si nosotros, adivinando el futuro, supiéramos cuáles van a ser éstas.
De igual forma creo que un buen fin no necesariamente lleva consigo una buena acción y, por lo tanto, no convierte en bueno a un hombre. En este caso cabe mencionar que, a diferencia de como dice el dicho, "el fin NO justifica los medios". No porque el fin sea bueno, todas las acciones para llegar a él sean corrupción, asesinatos, robos- serán éticamente correctas y de verdadero valor moral.
*Profesora de preparatoria del Campus Sinaloa
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