"¡El purgatorio está en México!"
En su magistral cuento "Luvina", Juan Rulfo maneja dos espacios y tiempos narrativos, los cuales se corresponden a un narrador interno a la historia y a otro exterior. Puede considerarse la narración de "Luvina" como una obra maestra de la más oscura desesperanza y carencia.
En su composición narrativa, se despliegan dos espacios que se corresponden y se niegan simultáneamente. Dos hombres se encuentran en una cantina, a cierta distancia geográfica del cerro de Luvina, y uno de ellos, antiguo profesor de lugar, va describiendo el pueblo a un silencioso interlocutor en relación a la experiencia existencial que tuvo en él por más de quince años.
El narrador-personaje presenta el pueblo de Luvina por medio de una serie de metáforas impactantes, que en conjunto dan la sensación de ser un reporte necrófilo de un poblado condenado a la infelicidad. De manera paralela, el narrador externo va compartiendo observaciones y datos sobre el ambiente de la cantina, lugar donde se encuentran los hombres, y su entorno inmediato.
Los lectores y las lectoras vamos siendo envueltos por una descripción donde se mezclan observaciones objetivas y subjetivas, el presente narrativo con los recuerdos dolorosos y frustrantes del antiguo profesor. Paradójicamente, entre más se van ampliando las notas necrófilas sobre Luvina, este pueblo va volviéndose más vivo, convirtiéndose casi en un personaje de la historia; un personaje sin voz, pero de una elocuencia estridente y tétrica.
El purgatorio en la tierra
El cuento "Luvina" tiene una correspondencia directa con la imagen del purgatorio del catolicismo popular, la cual se va revelando en la narración tanto por inferencias como por señalamientos concretos. La idea del purgatorio fue establecida por la iglesia católica desde el siglo XIII, y para el XVIII se había tornado en el antiguo México una devoción popular de mucho arraigo. Se le concebía como cárcel de las almas en pena, conocidas popularmente como ánimas, y cuyo número se creía grande.
Me parece que Rulfo describe Luvina con imágenes que aluden al purgatorio, un lugar donde ni se vive ni se muere: se está sin existir.
El cerro de Luvina es presentado tanto en su forma geológica como en su atmósfera anímica y espiritual. La característica principal de sus habitantes es una especie de aura de desilusión y tristeza que los envuelve. Luvina es descrita como ubicado en un cerro alto y pedregoso, de una piedra caliza: "Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal", es decir, en un terreno imposibilitado para que de él surja algún tipo de vegetación. El color dominante es el gris, el más neutro de todos, el del encuentro cromático entre el negro y el blanco, que en realidad no son colores. Luvina tiene la cualidad cromática del purgatorio: es incolora.
En Luvina, como en el purgatorio, no hay gran diferencia entre el día y la noche: "los días son tan fríos como las noches", lo que significa la monotonía absoluta, la imposibilidad del devenir histórico y, por tanto, de la memoria. Los habitantes del purgatorio no tienen memoria ni deseos ni esperanzas, ni siquiera el deseo de escapar de ese estado intermedio entre la vida y la muerte. Los habitantes de Luvina tampoco tienen sueños, aunque creen que de las barrancas del entorno "suben los sueños", pero el narrador se encarga de deshacer incluso este atisbo de expectativa: "pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina".
También el viento es incoloro, no en el sentido físico, que por supuesto lo es, sino en el sentido estético, emotivo, vivencial: "Es pardo", "es un aire negro". No es refrescante o benéfico, sino violento y atemorizante: "Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera", "se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate", "rasca como si tuviera uñas", "como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos".
La vegetación es escasa, aparece casi como una burla, o un recordatorio de su carencia. El viento no deja crecer ahí "ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra", y donde "el chicalote pronto se marchita". La vegetación en Luvina, por tanto, es como las personas en el purgatorio: no están del todo muertas ni del todo vivas; están pero no existen.
Todo es tristeza
La cantina y su entorno poseen elementos que contrastan nítidamente con los de Luvina. No podríamos decir que es un lugar acogedor, pero al menos hay un río con aguas corrientes, árboles, niños, palabra humana: vida.
Es evidente el contraste entre la resequedad de Luvina sin vegetación con "el sonido del río pasando sus crecidas aguas por las ramas de los camichines"; también los ventarrones destructivos de Luvina se contrastan con "el rumor del aire moviendo suavemente las hojas de los almendros"; el silencio espectral del pueblo con "los gritos de los niños jugando"; y las tonalidades grisáceas y oscuras del cerro con "el pequeño espacio iluminado por la luz que salía de la tienda".
En este estadio del cuento, parece que el narrador quiere hacer descender a su personaje principal, el pueblo de Luvina, a un círculo más bajo en su infierno dantesco, mejor dicho: rulfiano. El vocabulario comienza a incorporar palabras con la semántica de la tristeza y la muerte. Se mencionan "aquellos cerros apagados como si estuvieran muertos". Luvina se describe como ubicada en lo más alto, "coronándolo con su blanco caserío como si fuera una corona de muerto".
Insistentemente, el narrador-personaje vuelve a describir el espacio con imágenes de muerte o de condición moribunda, espacio dañado como por una maldición de la naturaleza, o tal vez de Dios mismo: "llegan una cuantas tormentas que azotan la tierra y la desgarran"; las nubes "andan de un cerro a otro dando tumbos como si fueran vejigas infladas"; la tierra "además de estar reseca y achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras".
Pero Luvina, desde la perspectiva del narrador-personaje, se caracteriza por algo más terrible que el dolor mismo: la tristeza. "Es un lugar muy triste"; "Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza"; la situación es tan desoladora que ahí "no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara"; es una tristeza que "Está allí como si allí hubiera nacido"; "está siempre encima de uno, apretada contra uno"; "es oprimente como una gran cataplasma sobre la viva carne del corazón".
Los motivos negros, el color simbólico de la tristeza, se usan también para describir el ambiente y los sentimientos. Dice el antiguo profesor que por Luvina, según sus habitantes, el viento corre "llevando a rastras una cobija negra"; "Vi a las mujeres de Luvina con su cántaro [negro] al hombro, con su rebozo colgado de su cabeza y sus figuras negras sobre el negro fondo de la noche [negra]". El narrador informa que luego estas mujeres, "como si fueran sombras [negras], echaron a caminar calle abajo con sus negros cántaros".
El tiempo rulfiano
Uno de los aspectos de Luvina que más connota el purgatorio es el relacionado con el tiempo. La conciencia del tiempo es también la conciencia de nuestra finitud y, por tanto, nuestra capacidad de percibir la vida en sus transformaciones y el desgaste humano. También es la que posibilita la certeza de la muerte.
Sabemos que el narrador tuvo una experiencia singular del tiempo, pues ni siquiera sabe cuánto tiempo pasó en Luvina: "Perdí la noción del tiempo... pero debió haber sido una eternidad".
El siguiente enunciado es terriblemente parecido a la concepción del purgatorio del catolicismo popular: "Allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa cómo van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche". La repetición monótona y sin sentido conlleva a la destrucción de cualquier esperanza; todo es un siempre lo mismo, una versión deprimente del mito del eterno retorno: "Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza".
El purgatorio no es eterno, pero sus habitantes no lo saben, no saben si saldrán de él algún día. Lo mismo ocurre a los habitantes de Luvina, que padecen una especie de locura pues en ellos acaban "aflojándose los resortes", entonces "todo queda quieto, sin tiempo, como si se viviera siempre en la eternidad".
Como en el purgatorio, en Luvina parece que los únicos vivos son los muertos. Por ello le respondieron al profesor cuando quiso disuadirlos de marcharse: "Pero si nosotros nos vamos, ¿quién se llevará a nuestros muertos? Ellos viven aquí y no podemos dejarlos solos". Refuerza también esta dimensión la descripción un tanto fantasmal que de los habitantes hace el narrador con la siguiente frase: "Los mirará pasar como sombras, repegados a los muros de las casas, casi arrastrados por el viento".
Sin ilusión ni fe alguna
En Luvina, como en el purgatorio, todo se destruye en la indolencia, pierde la esencia, se vacía de sentido. Ahí la desilusión tiene su morada: "Allá dejé la vida... Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado"; "En esa época tenía yo mis fuerzas. Estaba cargado de ideas... Pero en Luvina no cuajó eso".
De una fuerza destructiva aún más terrible es la pérdida de la fe y del sentido de ubicación en el mundo. El profesor esperó el auxilio de su mujer respecto a su desorientación espacial y existencial total, y le preguntó: "¿En qué país estamos, Agripina?". El sentido de desorientación no sólo es topológica, sino principalmente existencial, un no entender la relación que se tiene con el lugar, con el ambiente y con la existencia misma.
Agripina, la esposa del profesor reza, pero ni siquiera conoce el motivo o la razón de su rezo. Esta dimensión de desolación espiritual viene reforzada en la narración por la descripción de la iglesia de Luvina, presentada como solitaria, en condiciones lastimeras: "Allí no había a quién rezarle. Era un jacalón vacío, sin puertas, nada más con unos socavones abiertos y un techo resquebrajado por donde se colaba el aire como por un cedazo".
La iglesia como templo es uno de los símbolos más presentes en el imaginario popular como lugar de refugio, protección y descanso, pero en Luvina se transforma casi en lo opuesto. Cuando se refugiaron en ella, "detrás del altar desmantelado", no lograron ni siquiera dormir, por los murciélagos. La presencia de los murciélagos en la iglesia está descrita con una intencionada ambigüedad (y cierto toque de comicidad) en relación al descubrimiento de las mujeres del pueblo: "Era como un aletear de murciélagos en la oscuridad, muy cerca de nosotros. De murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo... Me detuve en la puerta y las vi. Vi a todas las mujeres de Luvina".
El conjunto de estas imágenes va revelando un ambiente descarnado, tétrico, sin calor ni vida, como el purgatorio. Más que personas se describen sus fantasmas, sus carencias, sus sombras: "Los mirará pasar como sombras, repegados al muro de las casas, casi arrastrados por el viento". Toda esta imaginería se corresponde de manera muy directa con el purgatorio del imaginario popular.
Rulfo hace decir al profesor: "San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades".
También muy relevante y revelador nos parece la finalización dada a esta narración por Rulfo. De nuevo hay una referencia a la noche que avanza, al chapoteo del río contra los troncos de los camichines y al griterío lejano de los niños. El narrador, por efecto de la cerveza tibia, "que agarra un sabor como a meados de burro", y unos mezcalitos, "se recostó sobre la mesa y se quedó dormido".
El sueño desde antiguo ha sido considerado un hermano mitológico de la muerte. El purgatorio es también un lugar de sueños incoloros y pesadillas, donde cada existencia se piensa a sí misma en una eternidad instantánea sin ayer ni mañana. Como Luvina.
*Profesor de Humanidades del Campus Sinaloa
Responsable
Ernesto Diez Martínez Guzmán
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