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"MALOVA: RETRATO ÍNTIMO"

"ESPECIAL/El 'patriarca' de los López"

"¿De qué está hecho el hombre que gobierna Sinaloa? ¿Qué lo mueve y qué le conmueve? ¿Qué hay detrás del empresario y político carismático, que sorprendió a todos con un triunfo inesperado? ¿Cómo entender un estilo personal de ejercer el poder?"
09/11/2015 09:48

    ¿De qué está hecho el hombre que gobierna Sinaloa? ¿Qué lo mueve y qué le conmueve? ¿Qué hay detrás del empresario y político carismático, que sorprendió a todos con un triunfo inesperado? ¿Cómo entender un estilo personal de ejercer el poder? Esta es la historia de Mario López Valdez, desde la entraña 

    Primera de tres partes

    De todos los López de El Cubiri, Mario fue el primero que rompió el círculo.
    "¡Ten Mario, agarra las mulas!", le dijo un día Francisco López Lugo al hijo que con sólo 8 años se rebeló al único destino que se asomaba en el rancho, ubicado a 6 kilómetros de Sinaloa de Leyva.
    "No papá, yo quiero estudiar. Yo no nací para eso", le advirtió.
    Como en las familias numerosas, de esas "de antes", marcadas por la penuria, al primero de los siete López Valdez le tocó abrir la brecha. Y cargar sobre el hombro todo tipo de responsabilidades, como garantizar al menos huevo y frijol en la mesa, realizando todas las actividades posibles. Desde acarrear leña, bledo y alfalfa, arrear mulas, jalar carretas, ordeñar las vacas, hasta ofrecer el pan que horneaba doña Eva Valdez, la madre.
    Toda la vida en El Cubiri giraba en torno a sus casas de piso y paredes de tierra, donde la luz moría al final del atardecer, y el agua corría a la distancia, donde la "plebada" se bañaba "bichi".

    Un niño diferente

    Mario López Valdez nació la madrugada del 18 de enero de 1957, bajo una casa de adobe y techo de "terrado", entre el monte, recortado por brechas de terracería. A no ser por la petición del abuelo paterno, los jóvenes Eva y Francisco hubieran aceptado la sugerencia del calendario, regla no escrita en esa época, eligiendo para él el nombre de Leobardo.
    Como ni iglesia había en el pueblo se lo llevaron a bautizar a Sinaloa de Leyva en un camioncito, en el cual Roberto Laura, el padrino, trasladaba jornaleros a los campos, para el corte de tomate, pepino, melón y chile. "Esto era una pobreza total, no teníamos nada, sólo las ganas de seguir viviendo y a como Dios nos daba a entender", relata don Roberto.
    Así en un pueblo sin maestros, médicos ni curas, sin presas ni caminos, y una casa donde llegaron a dormir hasta 15 miembros de los López, entre abuelos, primos y tíos, transcurrió la infancia de Mario.
    "Lo que comíamos uno comíamos todos. Lo más común era frijoles en agua y sal, porque no había ni para la manteca. Huevos en agua y sal. Era la ruina. Mi mamá tenía dos vaquitas de esas lecheras, casi casi éramos los que nos alimentábamos mejor, porque nos tocaba comernos el huevo con un vasito de leche", evoca don Esteban López, el tío a quien Malova llama "compadre".
    En ese ambiente vio crecer a cada uno de los hermanos, que le siguieron. Genaro, Esperanza, Guillermo, Lidia, Francisco y Abel.
    "Yo quiero salir adelante", repetía con insistencia en el andar de la casa a la escuela, donde los niños aprendían por lo menos a escribir y leer, porque culminar la primaria ahí era una utopía: sólo había profesores para primero y segundo grados.
    En el interior del pequeño López Valdez crecía con intensidad el deseo de ser "diferente", en un lugar de oportunidades escasas, situación que a muchos orilló, como en un tiempo ocurrió con su padre, "Chico", a emigrar a los Estados Unidos, en busca de lo que en aquellos años se vendía como "el sueño americano".
    "Todo el tiempo él tuvo ambiciones, desde niño se le notó", describe el tío Esteban, a quien Mario "de morro" llamaba cariñosamente "perro chato".
    Fue a los 9 años cuando Mario enfrentó su primer reto. Dejó el ejido, donde solía jugar descalzo a las canicas y en un caballo de palo, para irse a Los Mochis, con Hermelinda, una de las tías, para terminar así el sexto año de primaria.
    "Es un hijo muy inteligente, se sacaba puros dieces", recuerda doña Eva.

    Infancia, carácter... destino

    En un lugar como El Cubiri de la Loma, donde "nadie tenía nada", no había ni motivos para pelear.
    Mario nunca fue pendenciero. En realidad, el único que "lo peleaba" en el rancho era un mudo, apodado "Lalo", quien lo esperaba a la orilla de un dren para quitarle las carteras de pan.
    "Malova", cuenta doña Rosario Gámez, allegada de la familia, "vendía el pan y asaderas que hacía mi comadre Eva. El 'Lalo' lo esperaba en el dren, le quitaba las carteras de pan y Mario se iba llorando, porque le pegaba un mudo".
    De niño era tan delgado, que en una ocasión su padre, "Chico", le envió un reloj de los Estados Unidos, y para que le "quedara", él tuvo que darle dos vueltas a la cinta de piel en la muñeca de su brazo, y poder así presumir ese "lujo", ante la chamacada.
    El tío Esteban jura que lo flaco en Mario no era una cuestión de genética. "Más que todo era por hambre, hablando en plata. Yo le decía 'vietnamita' porque los huesos los tenía saltados", dice.
    "Ya que se fue a vivir a Los Mochis y trabajando en la ferretera Félix", continúa, "me lo encontré con un tráiler de esos de redilas, cargado de cemento; me lo encontré descargando el carro, él solo. Era muy flaco, pero muy 'chambeador'. Era 'trompudito'. Y con el paso del tiempo, ya con el aseo, el estudio, se fue componiendo".
    Hay quienes juran que si Mario se hubiera quedado en el rancho, los habitantes de El Cubiri de la Loma nunca hubieran conocido qué es la "suerte".
    Y sería uno de los muchos jornaleros o peones de albañil, que por las tardes y los fines de semana se reúnen a jugar "voli" o beisbol en El Cubiri, un pueblo que en la actualidad cuenta con alrededor de 500 habitantes.

    El benefactor

    Las carencias de los primeros años llevaron a Malova a ser sobreprotector con la familia. Él mismo habla de ese trato paternal, que siempre dio a los suyos.
    "Me acuerdo de mis hermanos, donde en un ánimo de cuidarlos siempre los protegía, de mis primos. Fui el primero que estudié, fui el primero que pude conseguir un trabajo. Mis hermanos no los disfruté como mis hermanos, los vi como hijos, incluso a mis padres no los vi como padres, los vi como hijos.
    "Y cuando en una familia todo es carencia y tú tienes la posibilidad porque 'agarraste el peso', como se dice en el rancho", añade, "tú tienes que buscarle todas sus necesidades en la medida de tus posibilidades, porque si no el primer reclamo viene desde la familia, dicen que 'no sirves pa' nada, y nunca me ha gustado que me digan que no sirvo para nada".
    Hay quienes ven lo "dadivoso" de Malova como una debilidad. Es su "único defecto", dicen algunos de los parientes.
    "En eso 'le vale madre a él', servir a la gente es su delirio", confía su tío Esteban.
    Tanto que desde que ganó sus primeros pesos como vendedor de nieves en Los Mochis, ya cuando se fue a terminar la primaria, de las primeras acciones que realizó fue comprar un cartón de mandado, para llevarle a su madre Eva, a los hermanos, los tíos. Desde ese día, invariablemente, regresaba los fines de semana a El Cubiri, cargado de víveres y regalos, para todos, en días festivos como la Navidad.
    "Cuando él estudiaba en Los Mochis venía al rancho, a los niños les daba mucho gusto. Él les traía bolsas de dulce, bolsas de pan, y les compraba refrescos. Cuando él llegaba era una alegría para todos los niños, los vecinitos se venían corriendo gritando '¡Llegó Mario, llegó Mario!' Es más, en Navidad traía piñatas, todo era una bola de gusto cuando él venía al rancho", evoca Manuela Beltrán, tía política de Malova.
    Esa actitud plasmaría Malova, ya en su faceta de empresario, convirtiéndose en el principal sostén económico de todos los López.

    'Convertido en guerrero'

    Muchos en el pueblo de Malova aún se sorprenden de lo "alto" que éste voló, y llegó. "Tuvo cabeza, salió adelante, puro pa'delante", afirma Mauricio Félix. Muchos de su generación vieron cómo aquel niño, que se convirtió en empresario, le cambió la vida a todos.
    A sus padres les compró la primera casa, pues la del rancho no era suya. A los tíos, primos, hermanos, sobrinos, dio oportunidades de trabajo y estudio.
    Su madre, Eva, resalta otra de las cualidades del hijo: nada le avergüenza. Y hasta en público narra cómo sus padres se conocieron: Don "Chico" se robó en caballo a Eva, sin haber sido su novia.
    Y a ella, Malova se refiere siempre, con gratitud. "Soy hijo de una madre analfabeta, a mucho orgullo", ha dicho Malova, cuando ha estado en su tierra, "donde tiene enterrado el ombligo".
    "No me avergüenzo de haber nacido donde nací, ni reniego de haber nacido donde me trajo Dios al mundo", creo que me pusieron en una posición donde había que luchar y en esa lucha que desde joven he tenido a bien, me ha convertido en un guerrero", sostiene.
    "Él de nada se afrenta", presume doña Eva, en su casa de Los Mochis, al confiar cómo Mario estuvo insiste e insiste en ponerle maestro. "No m'hijo, pa'qué, si ya estoy vieja", le dijo ella, terca.
    "Yo siempre he dicho que uno no decide ni dónde ni cómo nacer, pero uno sí decide lo que quiere hacer con su vida", afirma Malova, quien hace unos días regresó a El Cubiri, ya como Gobernador, a jugar un partido de beisbol y rendirle un homenaje al padre, Francisco "Chico" López, con un estadio... que lleva su nombre.