"Firmas"

"Un niño menos en Sinaloa"
09/11/2015 10:10

    Patricia Figueroa

    Si me acuerdo de mi infancia debo entonces recordarlo casi por obligación, no hacerlo implicaría olvidarme de mi propia niñez, envuelta en esa decorosa y honrosa humildad que sólo puede ser transmitida por padres orgullosos de su origen y que ven en sus hijos sus más grandes logros y en la educación la más rica de las herencias.
    En medio de esta niñez alejada de la perfección, pero abrazada al cariño de mis padres me formé. Aquel niño, sin embargo, no tuvo la misma suerte: era flaco, andaba descalzo y siempre le escurría algo por la nariz, supe que nunca tuvo padre pero jamás me enteré si en verdad había muerto, su madre era una mujer dedicada al trabajo y sin tiempo para criarlo, la crianza de aquel chamaco a quien apodaban con el nombre de un animalito silvestre, cayó sobre los hombros de una abuela cansada de criar nietos.
    La infancia de fines de los 70 y principios de los 80 se vivía de forma diferente a la de hoy: juegos a mitad de la calle, chiquillos cómplices de una semioscuridad que entusiasmaba, la camaradería que se hilvanaba cuando cualquiera de nosotros tocaba de puerta en puerta para señalar que ya era la hora de jugar: al "bombardeo", al "basta", al "cinto escondido" y cualquier otro invento que nos diera la gana inventar (como las luchas armadas con "guachapores" –que en verdad dolían cuando se te pegaban a la piel-). Aquel niño flaco era como cualquiera, juguetón y berrinchudo, y cuando no ganaba renegaba y lloriqueaba pateando el suelo y, como lo que era, un niño, gritaba: "¡No se vale! ¡Que se repita!"
    Siempre nos caía en gracia que nunca quería perder y por ende, a veces lo dejábamos ganar. Dejó los estudios a temprana edad, si acaso terminó la primaria y era menester que como niño deseara cosas, pero resultaba curioso que siempre llegara a casa de la abuela con algo "que se había encontrado".
    Mi madre nos decía que "las cosas no se encuentran, que siempre tienen un dueño y habría que buscarlo". Quizás a aquel niño nadie le había hablado de "los dueños" de los objetos perdidos y se fue haciendo de más y más cosas que se "encontraba". Tendría si acaso 20 años cuando fue a parar a la mejor escuela para delincuentes que haya en México: la cárcel. Salió cambiado, tenía un aire nuevo, de orgullo, de grandeza, de esos que parecen ir por la calle diciendo: "¡Soy alguien importante!". Los vecinos decían que "se había hecho narco".
    Se acerca el Día del Niño y miro de golpe hacia atrás, recordando mi infancia, no perfecta pero sí llena de amor y dedicación por parte de mis padres, con una hermana que raramente jugaba conmigo y con un hermano que cuando me arreglaba la bici se la llevaba por horas "para probarla" con sus amigos. Una infancia feliz en general.
    Recuerdo con emociones encontradas a aquel muchacho. Hoy ese "niño flaco" con quien compartía inocentes juegos infantiles está muerto, fue asesinado tras una persecución en Culiacán y su foto apareció en los diarios locales. Y a propósito de nuestros niños, a veces me pregunto que habría sido de aquel muchacho si hubiera tenido un padre, si hubiera estudiado… si en vez de haberse "encontrado" cosas, alguien le hubiera regalado aquella patineta o esa bicicleta con la que de repente lo veíamos aparecer. Hoy, me entristece que el juego para él haya terminado y que no pueda decir: "¡No se vale! ¡Qué se repita!"