"Firmas"

"De promotores, cultura y erario"
ALDEA 21
07/11/2015 08:49

    ¿Qué es un cínico? El que conoce el precio de todo y el valor de nada.
    Óscar Wilde

    En lo que va de esta semana, se ventiló en los medios de comunicación un asunto de interés público relacionado con el destino del erario. Surge a raíz de la cuestionada y defendida reunión de promotores culturales independientes y su paradójica dependencia económica y de infraestructura a las instituciones de cultura de los diversos niveles de gobierno.
    Quizá para entender con mayor precisión lo correcto o no de la asignación del erario, será necesario definirnos como «conjunto de haberes, bienes y rentas pertenecientes al Estado» o a otras órdenes administrativas menores, «fisco», «tesoro público».
    Entendido entonces como propiedad pública administrada por entidades del gobierno, el asunto de los artistas y promotores culturales independientes en su relación con las instituciones culturales, arroja obligaciones y responsabilidades para ambas partes pues los involucrados dependen de un mismo erario y en un mismo, y a la vez diverso, propósito cultural.
    Más allá de la retórica y el adjetivo de los involucrados, está el compromiso social que representan y adquieren en tanto sus actividades artísticas y profesionales se despliegan bajo el sostén del presupuesto para cultura.
    Tanto las políticas públicas oficiales como las organizaciones independientes que reciben subsidio, tienen el deber moral primero, de rendir resultados y cuentas a la sociedad.
    Por encima de sus diferencias, preferencias e indiferencias y demás "encias", está la obligación de las instituciones culturales por integrar en su programación y presupuesto todas las manifestaciones que le son de su competencia. ¿Cómo hacerle si el dinero no alcanza? Esa es responsabilidad y habilidad de los directivos de cada institución.
    Quizá tendrá que convencer y enseñar a los que siempre piden para que diversifiquen su espectro de posibilidades presupuestales. Pero no darle en cara lo que las mismas instituciones les han enseñado en años.
    No es solución separarse de lo que muchos funcionarios de la cultura consideran como carga, la exigencia de ciertas, digamos, comunidades artísticas y culturales independientes que bien y a veces mal, juegan la parte que les corresponde. Aquí es donde entra la vocación de una política pública, la de formular caminos, la de implementar soluciones y evaluar resultados.
    Fuera de la trinchera, donde de los pleitos y rencores de la añeja y generacional costumbre que durante décadas se gesta en esta parte del llamado "mundo de la cultura, los artistas e intelectuales", están los otros, los que esperan y lo que dejaron de esperar, es decir, la sociedad a la que se deben, al menos en sueldo, becas y subsidio.
    Aún el dilema de lo correcto en las instituciones de cultura sigue vigente. Ambiguo y difícil todavía el camino de los que ejercen la función pública en cultura, se defienden y atienden el monólogo de sus verdades, buscando a toda costa la eficiencia del propuesto en sí misma, por encima, como afirma Andrés Roemer, del objetivo final de la política pública, de alcanzar el desarrollo auténticamente humano.
    Si no se es capaz de entender la necesidad y la diversidad de la vida cultural y artística, no se debería tener semejante responsabilidad.

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