"Generación tona"
Son los excluidos del modelo vigente. Los olvidados en éstas y otras tierras. Quienes mayoritariamente nacieron entre 1975 y 1990 y optaron por estrategias de vida de todo o nada, como si la vida fuera una partida de ruleta rusa. Donde la mayoría al final siempre será perdedora. Un todo que en el mejor de los casos es tan efímero como la misma nada. Una nada donde lo único seguro parece ser la desaparición o la muerte. Ambas constituyen la síntesis de una dialéctica siniestra que se encuentra detrás de las miles de muertes de jóvenes, que ante un panorama sin valores e incierto en el ciclo educación-trabajo-realización personal decidieron salir y dar el paso de la peor forma: jugándosela en el crimen organizado. Haciendo realidad la máxima de que vale más vivir poco con expectativas que vivir mucho pero como perro.
Son aquellos jóvenes que Sandra Beltrán, La Reina del Pacífico,rememoraba en su reveladora entrevista con Julio Scherer, cuando decía a los cuatro vientos y sin cortapisas que el narco genera los empleos que no pueden producir los gobiernos. Y seguramente seguirán creándolos mientras no se tengan gobiernos honestos, imaginativos, persuasivos, eficaces y una profunda sensibilidad social, capaz de traducir los recursos escasos en estrategias que levanten la autoestima de esta generación, que estimulen el desarrollo regional y generen empleos.
De lo contrario, el todo o nada seguirá siendo la única oportunidad para esa gran mayoría de jóvenes y, claro, una alternativa de este tipo lo único que traerá consigo será mayores riesgos para todos los que convivimos con ellos en nuestros pueblos y ciudades, sindicaturas y barrios.
Baby boomer
Pero yendo un poco más allá en el conocimiento de esta generación, que también podríamos llamar perdida, sorprende porque ésta tiene como antecedente el último eslabón de la generación baby boomer (1946-1964). Aquella generación hija del boom de la natalidad y la economía próspera de la posguerra, que todavía en los 70 en México tuvo su esplendor con el alza de los precios del petróleo y las políticas de un inalcanzable pleno empleo, pero capaz de evitar de alguna forma que el problema agudo de violencia no apareciera contundente entre los 70 y finales de los 80.
Los padres de muchos miembros de la generación tona lograron tener un empleo estable en el comercio, la industria, el campo o la burocracia y hasta construir o comprar una vivienda en el Infonavit, Fovissste o Homex. Los menos quizá pudieron tener un carro o una moto a crédito. Ropa de Coopel o Fábricas de Francia. Son estos datos los indicios que se desprenden de los territorios de la violencia y punto de partida de un programa de investigación que está esperando a antropólogos sociales y sociólogos.
Sin embargo, en esos intersticios generacionales, ese sector que ya no parece tener a su alcance lo que modestamente alcanzaron sus padres, se cruzaron con otra franja de olvidados del progreso. Quizá los de siempre. Aquellos que brotaron como hongos de las zonas marginales del campo y la ciudad para exigir algo de ese futuro promisorio que ofrecieron Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón, pero que rápidamente se dieron cuenta que no estaban incluidos entre los comensales del banquete de la fiesta neoliberal y serían los que sacrificaría el modelo económico.
El mercado laboral, como el de las naranjas o el del maíz, estaría sujeto como nunca a la lógica de la oferta y la demanda. Adiós paulatino del llamado Estado de Bienestar de "hacer hoyos y taparlos", como lo recomendaba Lord Maynard Keynes para los tiempos de crisis. El problema es la espiral creciente de una oferta laboral joven y vigorosa mientras la demanda paulatinamente iba en caída libre. Ante este escenario excluyente se potenció la migración hacia los Estados Unidos y se diversificó lo que ya existía en las filas del crimen organizado. Eran y son las colas de las que habla Sandra Beltrán, y no hace mucho tiempo un funcionario calderonista refrendaba saliéndose del guión gubernamental, afirmando lo mismo, que el narco estaba creando los empleos que no era capaz de generar el gobierno.
Son más los que llegan y eso coincidió con la creación de nuevas áreas de operación de la delincuencia. El narco que todavía era doméstico, se multiplicó con la internacionalización. El secuestro que era esporádico, se volvió una rutina pavorosa. Los robos patrimoniales adquirieron una dimensión nunca antes vista y nadie pareció escaparse de sus manos. Las extorsiones, una práctica rara en el mercado del crimen, hoy es un delito que sabemos que existe cuando vemos el costo de los impagos a ritmo de granadas de fragmentación. O mediante esa fuga masiva de personas y capitales que está debilitando la economía de la frontera norte.
Según cálculos no oficiales, actualmente hay alrededor de 600 mil personas que se encuentra operando en las redes del crimen organizado y de ser confiable esta cifra que es mayor a toda la población de Mazatlán, el doble quizá de la de Los Mochis o Guasave, la mayoría de ellos sería menor de 35 años, si tomamos como base el perfil de las edades de los detenidos o muertos en las calles.
Generación tona sinaloense
En Sinaloa, la generación tona adquiere niveles insospechados y posee el don de la ubicuidad. De cada 10 detenidos nueve son de esta generación, lo mismo los que mueren en balaceras y ajustes de cuentas. Son las edades que pueblan prisiones y panteones. Los que se han ido de miles de hogares para no volver, dejando detrás familias rotas. Padres sin hijos. Hijos sin padres. Esposas sin marido. Marido sin esposa.
El problema es que pese a la gravedad de la situación poco o nada es lo que se está haciendo, ya no tanto para corregir los entuertos de esta generación perdida, sino los que, para usar un titulo del director de cine sueco, Ingmar Bergman, son el huevo de la serpiente. Es decir, la siguiente generación tona que ya se encuentra entre nosotros, pero ahora está bajo el amparo familiar o busca oportunidades en la economía formal.
Por eso cabe la pregunta. ¿Quién se ocupa de esta generación? La familia, que siempre había sido considerada un generador de valores, cada vez más un sector de ellas no está cumpliendo con esa función social, y es que aquella familia nuclear muy característica de la baby boomer está siendo sustituida por otras marcadas por la rotura, como podemos apreciar en el gran número que se encuentran sin padre o son creados prácticamente al amparo de tías y abuelos. Cuando no, crecen en las calles formando verdaderas comunidades donde se tejen valores inciertos de solidaridad, pero eso sí, donde se incuba el resentimiento contra una sociedad indiferente.
Las instituciones del Estado, en tanto, sólo simulan servir para justificar el pago de una burocracia que no parece estar ni siquiera para saber el tamaño del problema, menos para sugerir eventuales soluciones sustentables a este asunto que carcome nuestro tejido social.
Alerta
Si como sociedad no logramos hacer viable un modelo menos excluyente y, ojo, ahí está uno de los grandes desafíos del próximo Gobierno que encabezará Malova con las tres obras (material, humana y política) que ha propuesto como pilares de los siguientes seis años- los graves problemas que tenemos hoy se podrían ver pequeños dentro de unos años, sobre todo si aumentan, como está sucediendo, en forma exponencial y sin mayores controles que los policiales.
En definitiva, la generación tona se encuentra entre nosotros con una estrategia de todo o nada, y diariamente nos da muestra de su irascible presencia como el Cobrador, aquel personaje siniestro de un cuento de Rubem Fonseca, el escritor brasileño que escudriña en ese submundo marcado por la exclusión y la sed de venganza, así lo consigna la prensa a ocho columnas y está en los horarios estelares de radio y televisión.
Y lo más sorprendente es que la sociedad y gobierno parecieran estar viéndolo como otro reality show, cuando es algo que no por menos estruendoso, deja de ser íntimo. Humano.