"Gobierno sin oposición"
La teoría nos enseña desde la época clásica del llamado racionalismo político que no puede haber gobierno sin oposición. Es un axioma y un principio básico de cualquier sistema representativo. Sin embargo hay, en ocasiones, gobiernos agárralo-todo, catch-all, y oposiciones muy pequeñas, débiles, divididas o líderes políticos ambiciosos que están más dispuestos a ver por sus intereses particulares que por los de su partido o la sociedad.
En Sinaloa se viene presentando esta mezcla de ingredientes que amenaza a nuestro incipiente sistema democrático y está asociada a los débiles equilibrios políticos. Y no es por la inexistencia de partidos, sino precisamente porque existen, pero su peso es marginal, coyuntural, como ocurre con el PRD y el resto de la llamada chiquillada, o porque el PAN, la primera oposición, simplemente no parece actuar como tal, de manera que con sus posicionamientos provoque contraste de posturas frente a los temas estatales y, en última instancia, influya en las definiciones políticas de los gobiernos estatal y municipales.
Y como en política no hay vacíos, como bien lo decía Jesús Reyes Heroles, lo que estamos viviendo es un debilitamiento de la pluralidad y un retroceso hacia una mayor centralidad del equipo gobernante, que no sólo somete a la oposición, sino también en esa carrera desmedida hacia adelante, a los llamados organismos autónomos, que están llamados, como lo demostramos en nuestra anterior colaboración en Noroeste, a ser elementos medulares del orden democrático liberal y una promesa valiosa para las siempre vitales relaciones entre política y sociedad.
Vamos, en Sinaloa existe una suerte de absolutismo gubernamental que paulatinamente reedita muchas, la mayoría, de las prácticas del viejo sistema autoritario y eso está teniendo efectos perniciosos en la vida social y política del Estado. Incluso, como todo proceso contradictorio, el debilitamiento de las minorías políticas termina por afectar a la mayoría.
En las líneas siguientes vamos intentar explicar cómo se llegó a este punto, cuál es la lógica de estas nuevas rutinas e identificar algunos de los principales efectos que está teniendo en el sistema.
Absolutismo priista
A diferencia de la mayoría de los estados de la República, en el de Sinaloa nunca un partido diferente al PRI ha detentado la primera magistratura, muy a pesar de que en la pasada elección sólo 11 mil votos hicieron la diferencia entre el candidato de este partido y el PAN. Un resultado polarizado que habla mal de la salud del sistema clientelar priista y se refiere bien al llamado voto libre, opositor.
No obstante lo cerrado de la competencia, la diferencia de medio punto porcentual fue suficiente para que el PRI conservara la gubernatura y una menos estrecha, pero no por ello muy laxa, mayoría en el Legislativo y los principales municipios del Estado. Cosa que se reeditó exponencialmente en 2007.
Esta tendencia se afirma con las turbulencias locales que se viven en el PRD y el PAN. En el primer caso, por la crisis interna que arrastra luego de la debacle electoral de 2007 ha llevado al perredista José Antonio Ríos Rojo a decir con cierto humor agrio: “así como vamos, pronto estaremos cerca de la chiquillada” y, por extensión, se encuentra la baja participación que tuvieron los perredistas en la pasada elección interna, cuando Ramón Lucas obtuvo el apoyo de menos del 5 por ciento del padrón de militantes amarillos. Es más, hoy dos de los candidatos están exigiendo ante los órganos del partido la anulación de una parte importante de los resultados de las casillas (Riodoce, 30/03/ 2008).
En tanto, los panistas, que sufrieron un serio retroceso en toda la línea en 2007, cuando estaban obligados a sostener o incrementar sus votos para tener una base lo suficientemente fuerte y estar en condiciones de realmente competir durante las elecciones generales de 2010, se encuentran en una crisis que está visto no logran resolver por los canales institucionales. Justamente, este descalabro ha provocado una búsqueda de culpables que tiene a este partido en una franca división entre los panistas doctrinarios, encabezados por Don Jorge del Rincón, y los pragmáticos que hoy controlan la dirección del partido. Lo que ha pasado, como en las purgas autoritarias, por la suspensión de derechos partidistas de distinguidos militantes de este partido que se niegan a aceptar que los que lo llevaron a la debacle sigan dirigiendo los destinos del blanquiazul.
En perspectiva, entonces, se observa un ambiente de tensión y crispación en tanto no se resuelva este diferendo interno, que ha empatado con la sucesión en la dirección del partido albiazul y eso lleva a pensar que es muy probable que el problema se profundice en los próximos meses.
Más aún, lo que determina el estado de cosas en ambos partidos es lo sorprendente que resulta que los grupos dirigentes que llevaron a ambas catástrofes electorales en lugar de hacerse a un lado para que llegue una nueva directiva con otras ideas y estrategias, sean los primeros interesados en continuar en esas posiciones; lo que ya en el caso del PRD sucedió en alguna forma con el triunfo pírrico aunque puesto en entredicho de Ramón Lucas, pero es muy probable que en el PAN suceda lo mismo con la promoción del regidor ahomense Salvador López Brito a la dirigencia estatal, quien como candidato a la Alcaldía obtuvo menos del 10 por ciento de la lista nominal de ese municipio.
Así las cosas, la oposición ha hecho algo que no se debe hacer cuando hay descalabros electorales, que los artífices de la derrota o candidatos vencidos estrepitosamente, sean los que aspiren a dirigir sus partidos, pues es un contrasentido. Lo peor es que el partido de marras lo permita y sus militantes lo sufraguen.
En un partido democrático y responsable lo que haría una dirección es renunciar en pleno para que la oposición interna asuma la conducción política y ese mensaje de renovación supere en lo posible la frustración que deja una derrota. Pero no, ahí están en ambos casos cuidando sus intereses particulares por encima de los que tienen que ver con las responsabilidades mayores de los partidos. Y el PRI contento. Bien recomienda la sabiduría popular, que cuando los adversarios políticos hacen tonterías, por ningún motivo se les distraiga. Hay que dejarlos.
Vacíos que llena el PRI
Ante la ausencia de una oposición cohesionada y con capacidad de chantaje, como lo recuerda el politólogo italiano Giovanni Sartori, el camino queda libre para operar cualquier política. La agenda del Gobernador y sus eventuales reformas no podrían tener mejor espacio para su realización, no tiene contrapesos y hay la idea no siempre justificada de que el poder es para usarlo. Y el que no se usa, se mella, como el filo de los buenos machetes.
Pero las cosas no son así, la gobernabilidad democrática reclama ejercer el poder que da el voto y la formación de mayorías legislativas, pero también es indispensable una oposición que sea capaz de servir de contraste en las iniciativas políticas. No sólo de declarar sobre tal o cual cosa. Eso, está visto, resbala hasta al más áspero de los políticos. Sino asumir que representa a unos electores que no votaron por el de la mayoría y que esas voces deben ser recogidas para modular las decisiones políticas.
No hacerlo es autoritarismo. Y eso es lo que viene ocurriendo en nuestro estado. El PRI llena los vacíos que deja la oposición. Y eso no sería políticamente reprobable si las decisiones que se adoptaran fueran las que está esperando una sociedad acosada por la desigualdad social, la delincuencia y el látigo de la violencia que todos los días sacrifica a uno o dos de los ciudadanos sinaloenses.
En marzo de este año hubo 2. 5 homicidios diarios (Noroeste, 01/04/ 2008), quiere decir que de mantenerse esta tendencia horrenda este año podríamos lindar en las mil muertes (¿hablamos de Iraq?). Un incremento de más de un 30 por ciento respecto del año pasado.
De ese tamaño son los problemas que se deben evitar para que eso no ocurra. Por eso son necesarios los consensos sobre las políticas que deben estar al servicio de esa sociedad que pide a gritos más gobierno. Y esto no puede ocurrir en un gobierno sin oposición.
Mucho menos con una sociedad aletargada, indispuesta a la movilización y la exigencia pública, más susceptible a los halagos -como sucede con el otorgado a los “sinaloenses distinguidos”- que a pedir cuentas a los gobernantes.
Hacerse presentes como lo indica la llamada gobernanza, que hoy se encuentra en boga en el debate académico, pero también en el político, de las democracias más avanzadas, como una forma de que la sociedad haga el trabajo cuando los partidos políticos se han vuelto espacios de ambición personal y no de servicio comunitario.
Más aún cuando la clase gobernante esta distorsionando los intentos de generar contrapesos institucionales, espacios de autonomía, que no fueron pensados como una dádiva a la sociedad sino que es un instrumento para la gobernabilidad y sobre todo para atenuar los excesos de los políticos.
Y es que nuestro pequeño drama regional son esos espacios de autonomía y participación ciudadana que se han transformado en su antítesis. Quizá, sólo por eso, ya sabe por qué la Ley de Participación Ciudadana y la Auditoria Superior del Estado no terminan de cuajar. No hay quien, con fuerza, lo exija.
Moraleja
Sólo una última reflexión: lo que hoy ocurre en Sinaloa se encuentra en prácticamente todos los estados de la República, de gobiernos de uno u otro signo ideológico, la idea de que ejercer el poder es ir con todo y por todo se ha vuelto parte de nuestras rutinas y eso está provocando una suerte de pequeños reinos, con sus cortes políticas, sus mercaderes y frecuentemente unos pueblos que no salen de su asombro. La inmovilidad. Y eso es el principio de un nuevo autoritarismo, sólo que a diferencia del viejo éste se encuentra fragmentado, pero no por ello es menos lesivo.
Es, con distinta intensidad, el producto de gobiernos sin oposición.

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