"Innovación tecnológica en la formación ética"

"La innovación es una actividad muy humana pues refleja algunas de las características esenciales del ser humano: creatividad, inteligencia, valores, convicción, fe, perseverancia y responsabilidad"
15/11/2015 09:41

    Se ha vuelto lugar común la afirmación respecto a que la vida contemporánea es muy acelerada. En realidad, lo que genera esta sensación es la rapidez con que se accede a la información, se generan nuevos artefactos, surgen nuevas ideas, cambian algunas modas, aparecen ídolos y otros fenómenos que en épocas pasadas requerían de más tiempo para volverse parte de la cotidianidad. La innovación no sólo es palabra de moda, sino que se ha vuelto un valor con rango casi sagrado en algunos ámbitos. Nuestros estudiantes han asumido que para ser competitivos hay que ser innovadores, y que para ser innovadores hay que pensar y actuar con celeridad porque si no, la innovación pensada puede nacer siendo ya vieja y hasta obsoleta.
    Con frecuencia se ha entendido innovación como lograr lo distinto, lo más llamativo, lo más comercializable, lo número uno en una carrera acelerada por lograr la posición delantera en una competencia sin cuartel ni respiro. Y tal vez estos atributos sean aplaudibles para algunas disciplinas y carreras del Tec de Monterrey, y deben seguir fomentándose, pero debemos ser conscientes de que ello exige el cultivo de otras actitudes que más que correctivas a las anteriores, deben ser complementarias. Me refiero a la pausa, la reflexión, la observación, el esparcimiento y la contemplación, entre otras. No se puede vivir ni pensar ni trabajar siempre a la máxima velocidad.
    El comercio y la industria contemporáneos nos están habituando a un proceso innovador acelerado, de tal modo que cada día perdemos más y más la valiosa facultad del asombro, del sentirnos sorprendidos, la capacidad de admirar el talento y la creatividad humana. En cuanto empezamos a admirar un modelo el próximo ya está haciendo su irrupción. Por supuesto que tiene sus ventajas la innovación acelerada, pues con frecuencia da respuestas a necesidades reales urgentes en ámbitos como la salud, las comunicaciones o la protección ambiental, por mencionar sólo algunos. Cuando la innovación sirve para potencializar la vida humana, y sin afectar negativamente el resto de la vida planetaria, siempre será bienvenida. Por lo contrario, si la innovación está motivada exclusivamente por criterios comerciales y con afanes lucrativos, indiferente a posibles daños colaterales, deberá recibir su oportuna crítica reprobatoria.


    Los estudiantes millennials o nativos digitales en un mundo complejo


    Debemos partir del dato que los estudiantes del Tec de Monterrey son prototípicos de lo que ha dado en denominarse millennials o nativos digitales. Y esta consideración no sólo se refiere al aspecto cronológico sino también al socioeconómico. La mayoría de ellos y ellas provienen de familias con un poder adquisitivo y de inversión muy superior a la media nacional e internacional. Eso propicia que tengan las condiciones suficientes para desenvolverse en el ámbito de la tecnología comercializada a través de los múltiples artefactos de comunicación y confort como las laptops, tabletas, teléfonos "inteligentes" y la amplísima gama de ofertas que la tecnología y el mercado ofrecen generosamente.
    Lo anterior significa que la interacción de nuestros estudiantes -los del Tec pero también de muchas otras universidades- con el mundo está cada vez más mediada por estos dispositivos y todo lo que ello implica. Debe considerarse también, por tanto, que este ambiente tecnologizado y sus posibilidades no sólo son su forma de ser y de hacer en el ámbito de su formación universitaria, sino también en los otros espacios y aspectos de su vida general. Nuestra sospecha es que el ritmo de urgida asimilación de las innovaciones tecnológicas, científicas y pedagógicas está determinando también un estilo de vida donde la celeridad y el exceso sean dominantes. Nuestros estudiantes (y sus docentes) vivimos el riesgo de estar viviendo demasiado rápido.
    El antropólogo francés Marc Augé desde hace algunos años afirma que la característica principal de la posmodernidad, que él llama sobremodernidad, es el exceso, y especifica: exceso de tiempo, de espacio y de individualización. Este ritmo excesivo es lo que consideramos una de las condiciones fundamentales a considerar en el proceso pedagógico y formativo en la universidad contemporánea. Es condición característica de los procesos propios desarrollados por nuestras instituciones de educación superior la presencia en ciertas circunstancias del exceso: de información, de carga laboral, de metas a cumplir, de habilidades a adquirir, de procesos a evaluar, etcétera. Esa eficacia institucional, visión de futuro, calidad formativa, vanguardismo pedagógico y otras características distintivas, son las que han permitido al Tec de Monterrey ubicarse como una de las instituciones de referencia en América en calidad, profesionalismo y demanda. El gran desafío es, para los que nos ocupamos con la promoción académica y humana de la ética y la ciudadanía, desarrollarlas con eficacia en medio de una dinámica muy acelerada, pues ellas son por antonomasia disciplinas "lentas", es decir, se asimilan no como información ni como innovación, sino como procesos pausados de reflexión, observación, diálogo, análisis, contemplación y maduración. Este es el reto y la oportunidad: demostrar la necesidad y efectividad de nuestro aporte humanístico en medio de un ritmo tan envolvente y exigente.


    ¿Cómo integrar la formación ética y ciudadana en procesos de formación acelerada?


    Este desafío no es nuevo en absoluto y ha sido motivo de reflexión por especialistas de reconocimiento mundial en temas pedagógicos y de conformación de currículos. Sin duda, el conocido como Informe Delors ofrece algunos alicientes de gran valía y potencialidad de aplicabilidad en este proceso. Según este Informe Delors, la educación a lo largo de la vida se basa en cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a ser. De estos pilares vamos a compartir algunas reflexiones respecto a los dos últimos.
    Aprender a vivir juntos. Una institución de educación superior es casi ideal para desarrollar una enseñanza alternativa de la ética y la ciudadanía, pues en sí tiene múltiples microespacios para el despliegue de actividades y proyectos que permiten valorar y profundizar el valor de la interdependencia. La ética y la ciudadanía deben aportar el marco conceptual y el estímulo intelectual y emotivo para percibir todos estos espacios como posibilidades de interacción y enriquecimiento en múltiples dimensiones. Así, la ética y la ciudadanía pueden desbordar el ámbito cerrado de las aulas y de la currícula para convertirse en experiencias gozosas de vida y de mutuo reconocimiento en cada actividad que se viva en el campus y hacia fuera de él. La convivencia y el aprendizaje compartido, de conocimientos y experiencias, no estará así determinada por la celeridad de los procesos tecnológicos y digitales sino, por decirlo de alguna manera metafórica, por el ritmo del propio corazón que se abre a recibir las experiencias y las personas del entorno.
    El filósofo judío Emmanuel Levinas hizo del descubrimiento del "Otro" y del "otro" el gran fundamento de su reflexión. Según este autor, el que está fuera de mí, frente a mí, interpela mi humanidad, me hace salir a su encuentro, me provoca al amor y la amistad, despierta la empatía. Llegó a afirmar: "A este cuestionamiento de mi espontaneidad por la presencia del Otro, se llama ética". A nivel práctico, tal vez rozando el riesgo del pragmatismo, se trata de generar una enseñanza de la ética y la ciudanía que lleve a los participantes a esa apertura a la alteridad no como peligro sino como oportunidad, no como exhibición de las diferencias sino como promoción de la belleza y necesidad de mantener la divergencia.
    Y esos procesos de calidad empática promocionarlos en la cadencia natural de las relaciones humanas, no de las aceleradas de las comerciales o tecnológicas. Es decir, enseñar la ética y la ciudadanía como materias a ser degustadas y no asimiladas.
    Volviendo al Informe Delors, esta comisión menciona como posibilidades educativas en el reconocimiento y aprecio de la alteridad el conocimiento de idiomas y culturas ajenas. Nuestras universidades tienen las condiciones ideales para cumplir esta sugerencia. Se trataría ahora de que los docentes de ética y ciudadanía desarrollemos más la imaginación para generar un relacionamiento más estrecho entre programas como los de formación cultural, intercambios estudiantiles, estancias docentes, centro de idiomas, promoción de las artes y la cultura, encuentros deportivos, círculos de lectura, etcétera, para buscar una mayor profundización de la esencia de la ética y la ciudadanía desde experiencias concretas de encuentros humanos directos, cara a cara, no mediados por la cibernética.
    Se trataría, entonces, de bajarnos de vez en cuando del ritmo acelerado del flujo informativo y aproximarnos a las relaciones interhumanas donde también el diálogo, el ocio, la preocupación mutua, el hacer juntos, la diversión compartida, todos estos procesos de ritmo lento y pausado, sean correctivos o enriquecimiento a los otros de innovación acelerada.
    Aprender a ser. Este desafío puede ser asumido en toda su profundidad filosófica así como en un sentido eminentemente práctico traducido como cambiar hábitos y objetivos de vida. En el fondo ambas opciones nos conducen al mismo resultado, pues la existencia humana es un proceso de construcción que logra su concreción sólo en acciones cotidianas como hablar, estudiar, relacionarse, festejar, comunicarse, trabajar, amar o estar.
    En el genio de algunos idiomas el equivalente al verbo "ser" significa tanto ser como estar (to be, en inglés; sein en alemán; eimí, en griego antiguo), en tanto que en español tenemos que concebir como diferenciados el ser y el estar. Podemos estar necesariamente en un solo lugar, pero podemos desplegar nuestro ser de diferentes maneras en diferentes momentos, incluso ya sea de manera sucesiva o simultánea. Aprender a ser es por tanto un desafío existencial que implica poder desarrollar y desplegar la multiplicidad de variedades de nuestro "yo" en la vida. Nuestro yo puede responder a la innovación tecnológica y científica desde su despliegue en ámbitos como el profesional, empresarial, laboral o investigativo, pero otro yo necesariamente debe mantenerse relacionado a tiempos más pausados ligados al diálogo, la reflexión, el esparcimiento, el recogimiento o el descanso. Saber mantener el equilibrio, lograr la complementariedad enriquecedora, disfrutar las diversas formas de ser y de vivir los ritmos, etcétera, nos parece ser esencial para el despliegue de una vida en plenitud.
    Por ello es necesario que estas materias esenciales de formación humanística sean un aliento y una provocación a valorar también la dimensión pausada de la vida, del cuidado del yo interior que hace pausa para asimilar, crecer, creer y proponer. La innovación puede y debe ser rápida, pero posibilitada por personas que ya han llevado un desarrollo pausado de su interioridad, en otras palabras: estudiantes y docentes que han logrado que su conocimiento (rápido) y su sabiduría (pausada) estén al mismo nivel.


    En conclusión


    ¿Cómo lograr entonces el balance óptimo entre un sentido de lo humano en entornos deshumanizantes? Aunque la pregunta parece encerrar ciertos tintes de dramatismo, no por ello intenta ser promotora de preocupaciones. La innovación es una actividad muy humana pues refleja algunas de las características esenciales del ser humano: creatividad, inteligencia, valores, convicción, fe, perseverancia, responsabilidad. Pero nuestros entornos tienden a volverse inhumanos cuando permitimos o provocamos que sean negativamente competitivos, que el producto generado produzca beneficios orientados sólo a minorías selectas, cuando se pierde la alegría del trabajo en equipo y el gusto por otras dimensiones del yo creador. La ética y la ciudadanía deben ser entonces, más que un correctivo, un espacio donde se pueda reflexionar y amistarse con una vida donde todas las facetas del yo tengan un espacio y un reconocimiento, donde innovación y tradición puedan apreciarse por igual, donde una visión integradora de la vida tenga la posibilidad de hacerse presente. La tarea no es fácil, pero si las cosas que valen la pena...

    *Profesor de humanidades del Campus Sinaloa

    Responsable
    Ernesto Diez Martínez Guzmán

    Comentarios
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