"La dignidad de los animales"

"La dignidad de los animales"
15/11/2015 08:24

    El hombre posee dignidad humana. En la época moderna, pensar en el ser humano como un ente digno parece un concepto obvio, aunque, lamentablemente, aceptado a ciegas, sin ningún cuestionamiento.
    Muchas veces, los argumentos que sustentan la dignidad humana y le dan razón de ser son ignorados o incomprendidos por el propio hombre. De una manera muy vaga, se podría llegar a definir a la dignidad como la cualidad de ser valioso. Pero, ¿acaso se le puede asignar un valor al ser humano? No, o al menos no en el sentido con el que generalmente se asocia esta palabra. Un ser humano, per se, no es valioso porque alguien más le asignó un valor en función de algo, llámese posición social, color, sexo o posesiones materiales, sino que es valioso por el hecho de ser lo que es: un hombre.
    De acuerdo con la tradición kantiana, las cosas que tienen un precio pueden ser reemplazados por otras equivalentes. El hombre, por ser libre y capaz de desarrollar una moral, de distinguir entre el bien y el mal y de tomar decisiones en base a su razón, va más allá de cualquier precio y es digno de ser respetado como un fin en sí mismo. Así pues, la dignidad es algo intrínseco al ser humano; no es un elemento que pueda perder, transmitir o comprar a lo largo de su vida.


    Los otros habitantes del planeta

    Pareciera que garantizar la dignidad humana es suficiente. Tal vez para el hombre lo es: saber que es digno, valioso y que tiene derecho a ser respetado es algo bastante reconfortante. Pero el ser humano no está solo sino que coexiste, convive e, incluso, depende del resto de millones de seres vivos que habitan el planeta Tierra. Tradicionalmente, los animales no representan una gran problemática moral y son considerados, bajo diferentes argumentos teológicos y filosóficos, como seres inferiores, incapaces de ser tomados en cuenta a la hora de hablar de dignidad, derechos o justicia. Sin embargo, con el paso del tiempo, han cobrado cada vez más importancia en la ética y numerosos filósofos se han aventurado a desafiar las propuestas clásicas sobre el tema.
    El debate sobre el valor, la dignidad o los derechos de los animales sigue estando presente en la época actual y, ante la creciente preocupación sobre el cuidado y conservación del medioambiente y los impactos de las acciones del ser humano sobre la naturaleza, se ha convertido en una de las problemáticas éticas modernas más notables. La dignidad siempre ha existido como una característica exclusiva del hombre, pero ¿acaso se puede extender hacia los animales? Es aquí donde surge el gran dilema.
    El razonamiento occidental actual ha evolucionado a partir de la filosofía cristiana y la cultura griega, pensamientos meramente antropocéntricos. Así, el ser humano, por haber sido creado a semejanza de Dios, es naturalmente superior y puede utilizar con toda la libertad al resto de los organismos vivientes para cubrir sus necesidades o cualquier otro propósito que le parezca. Incluso, Santo Tomás de Aquino, al hablar sobre los animales, afirmaba que "[…] no está mal que el hombre se valga de ellos, ni al matarlos ni en ninguna otra forma". Esto no significa que ser crueles contra los animales es algo moralmente correcto. No obstante, la justificación cristiana consistía en que la crueldad contra los animales debe ser evitada para impedir que esa crueldad no fuera dirigida posteriormente contra un ser humano, o bien, para suprimir cualquier dolor que el maltrato a los animales pudiera traer a un hombre. Aristóteles, por su parte, ofrece una visión más compleja. Para él, todos los seres vivientes son una parte de la unidad de la naturaleza, pero con una jerarquía establecida que garantiza la seguridad de todo el conjunto, es decir, hay quienes nacen para regir y otros más que nacen para ser regidos. De acuerdo con Aristóteles, los animales son regidos por el ser humano, o bien, son inferiores a él, porque, a pesar de su capacidad de demostrar su sufrimiento o su placer, no son capaces de razonar y tomar decisiones considerando el bien y mal o valores esenciales como la justicia y, por lo mismo, es imposible entablar amistad con ellos.
    La Edad Media y el Renacimiento no representaron un cambio de estas concepciones. Todo lo contrario, el Renacimiento no hizo más que fomentar el énfasis en el ser humano y colocarlo como el centro del universo, pero al menos Aristóteles había dejado claro para todas estas generaciones que los animales son capaces de sentir dolor y placer. En la Edad Moderna, esta enseñanza fue contradicha por Descartes y Malebranche. Desde su perspectiva, los animales se reducen a ser simples máquinas. Esto, por supuesto, es absurdo. No es necesario viajar a una gran selva para comprobar que esta visión es errónea; basta con poner atención a cualquier mascota para notar que los animales sienten y expresan dolor.
    Kant, por su parte, no le restó importancia al hombre. La ética kantiana propone que la regla fundamental de la que se derivan los derechos y obligaciones es la de actuar solamente en la forma en que todos los seres racionales encontrarían aceptable y universalizable. En otras palabras, la moral surge del ser que razona y que, por lo tanto, posee dignidad. Kant creía que el ser humano no tiene un deber inmediato para con los animales. Así, pues, los animales solo tienen valor cuando sirven al ser humano. Sin embargo, Kant reconocía que es moralmente incorrecto torturarlos, pero, de nuevo, no porque el animal tenga un valor intrínseco, sino porque el hombre que se dedica a dañarlos, puede dañar también a otro hombre.
    Los utilitaristas modernos, encabezados por Bentham y Mill, parecen ser los primeros en "defender" o, al menos, considerar a los animales. Para ellos, una acción es moral si procura el mayor placer al mayor número de seres y evita el mayor sufrimiento posible. Bentham y Mill, al referirse a "seres", no piensan exclusivamente en el hombre, sino en cualquier organismo capaz de sentir dolor o placer, es decir, al considerar correcta o no un acción, no importa si los afectados son hombres o no; eso es tan poco relevante como el color de piel. Así pues, los seres humanos y los no humanos tienen igual derecho a la consideración moral.
    Actualmente, la ética biocéntrica argumenta que la vida y no solo los seres razonantes tienen un valor intrínseco que no depende del hombre. Muchos exponentes del biocentrismo, entre ellos Paul Taylor, consideran que los seres humanos no son inherentemente superiores al resto de los seres vivos. Asimismo, bajo la perspectiva de la ecología profunda (Deep Ecology) de Arne Naess y George Sessions, "el bienestar y el florecimiento de la vida humana y no humana en la Tierra tienen valor en sí mismos". Sin embargo, ante estas perspectivas, al igual que ante la perspectiva utilitarista, surge una pregunta crucial: ¿los animales son iguales a los seres humanos?


    ¿Todos somos iguales?


    El debate sobre el valor de los animales es bastante antiguo. Sin embargo, no se llegado a ningún consenso o resolución concreta. Si se tratara de discutir contra las posturas éticas clásicas, se podría mencionar el caso de las personas con discapacidades mentales que no les permite hacer uso de la razón que tanto caracteriza al ser humano. Las personas discapacitadas son, obviamente, capaces de sentir dolor y placer. Sin embargo, en muchos casos, no pueden ni siquiera distinguir entre el bien el mal. Aun así, son respetados, o deberían serlo, de la misma manera que se respeta a un hombre "normal". De acuerdo con Adela Cortina, los seres humanos, gocen o no de sus capacidades mentales, "[…] son personas y por tanto la sociedad tiene que tratar de que las ejerzan mediante el desarrollo científico y la protección social".
    Ahora bien, si no debemos torturar o ser crueles con gente que tampoco posee una capacidad de razonar, ¿por qué habríamos de serlo con los animales? Además, ¿acaso todos los animales carecen de razón? Lo anterior parece desmentirse al analizar casos como el de Koko, una gorila de 38 años de edad que ha logrado aprender a comunicarse mediante lenguaje de señas, actualmente tiene un vocabulario de más de 1000 señas e, incluso, ha creado algunas nuevas por sí sola, además de entender el idioma inglés. Asimismo, de acuerdo con Gorilla Foundation, Koko ha establecido una conmovedora relación con varios gatitos, a quienes ha adoptado múltiples veces como mascota. La gorila es capaz de expresar sentimientos como la alegría, la tristeza o la compasión y su uso del lenguaje pudiera dar indicios de un uso de la razón. Sin embargo, quizá nunca podamos decir lo mismo de un insecto o una lombriz, aun a pesar de ser capaces de demostrar, de una manera u otra, el dolor.
    Entonces, ¿los animales son iguales a nosotros? De cierta manera sí, porque el ser humano no tiene derecho de causarles sufrimiento al igual que no tiene derecho de torturar a otro ser humano. Sin embargo, una gran variedad animales sirven para cubrir las necesidades básicas de alimentación del hombre y, por lo tanto, muchos animales sufrirán y morirán por ello. Una ética que descuide las necesidades básicas del ser humano no tiene sentido.
    Por lo tanto, la respuesta a la pregunta de si los animales son iguales a nosotros tendrá que ser no. Los animales no son dignos y nunca lo serán en el sentido estricto de la definición de dignidad. No pueden poseer la dignidad humana, simplemente porque no son capaces de razonar, algunos individuos primates como Koko podrían ser la excepción, pero nada de esto es aún contundente. No obstante, esto no significa que su sufrimiento sea algo que la ética y la moral no deban tomar en cuenta. Todo lo contrario, siempre debe ser algo a considerar a la hora de tomar decisiones moralmente correctas y se debe evitar a toda costa el sufrimiento innecesario e injustificado. Esto no significa, por su puesto, que el hombre y los animales deban ser tratados siempre igual. Simplemente, cada uno tiene diferentes necesidades y, de nuevo, al final de cuentas, el que tiene la capacidad de decidir qué está bien o mal es solo el ser humano.
    Y es que el hecho de respetar a los animales, no amenaza en ningún momento a la dignidad humana ni a la justicia social, es decir, no le quita ese valor intrínseco al hombre. Más bien, procura un mundo más justo y con sentido. La ética debe reconocer que el ser humano es especial porque es capaz de razonar, pero también que el hombre es solo una de las tantas especies que habitan el planeta y que todas deberían ser respetadas y vivir sin sufrimiento en la medida que se pueda.
    El ser humano, gozoso de su dignidad, deberá tomar responsabilidad de las acciones propias que atenten contra los animales. Tal vez algún día esta discusión parezca tan absurda como la esclavitud en base al color de piel o la discriminación en base al sexo. Hasta entonces, no queda más que encontrar un punto medio.

    *Alumna de Ingeniera en Desarrollo Sustentable en el Campus Monterrey