"La huellas de Tlatelolco"
Martín Durán
CULIACÁN._ Aquel muchacho era hijo de un ex bracero que trabajaba de cargador en el mercado de Jamaica y de una lavandera que recorría casas y vecindades. Su padre, entregado a la bebida al perder los ahorros de su vida, desapareció un día de Morelia, Michoacán, y su madre lo encontró con un diablito y una tristeza a cuestas en el Distrito Federal.
Desde entonces vivieron hacinados. Eran nueve los hermanos de Jorge Delgado Cortés. Vivían en un cuarto miserable de la capital, de donde se escapó un día perseguido por el régimen de Díaz Ordaz. Fue uno de los sobrevivientes de la matanza de Tlatelolco, aquel 2 de octubre de 1968, hoy hace 44 años.
Jorge dice que Culiacán fue su refugio. Llegó aquí el 1 de enero de 1970. La policía política lo tenía ubicado. Meses atrás, durante la manifestación del primer año de la masacre, había caído en prisión tres días.
Sabían dónde trabajaba, con quiénes se reunía, dónde estaba La Casa de Té de la Luna de Abril, aquella azotea clandestina donde imprimían panfletos y volantes para sostenerse en la lucha, la resistencia. Eran los momentos más duros de la represión tras la masacre.
La tarde más gris de su vida
Pero Jorge no hubiera llegado hasta aquí, dice, a contar su historia ahora que es maestro jubilado de la UAS, y ahora que cambió el mimeógrafo por una impresora donde sigue imprimiendo volantes, ahora contra las autoridades de la universidad, si no hubiera ido aquella tarde gris a la Plaza de las Tres Cultura, donde miles de estudiantes, obreros, amas de casa y dirigentes acudieran al Consejo Nacional de Huelga, el máximo órgano deliberador.
"Llegué como a las 4 de la tarde, venía del trabajo, ahí en la plaza se veían ríos y ríos de gente", narra.
En el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua, los líderes del movimiento arengaban a la multitud.
"Yo me puse abajo del edificio, para escuchar mejor, en la tribuna estaba Pablo Gómez, Florencio López Osuna, Anselmo Muñoz y otros diciendo su discurso, cuando vimos primero un helicóptero sobrevolar la zona", recuerda el sobreviviente.
Jorge cursaba el segundo de la Vocacional 7, ubicada muy cerca de ahí. La Olimpiada estaba en puerta en el país, pero para el CNH era más urgente el diálogo con el gobierno.
"Era una tarde muy gris, ya estaba oscureciendo; la recuerdo bien porque volteaba a ver el cielo y el helicóptero rondando", cuenta.
Entonces vio la bengala. El haz de luz atravesó la plaza, el cometa silente que anunció la masacre.
"Fue cuando se soltaron los catorrazos, fue una gran provocación porque por un lado dentro de los edificios estaban tirando, del Chihuahua y el de lado norte", relata Delgado.
Vio las balas derribando a estudiantes y trabajadores, vio a la multitud espantada, tratando de ocultarse, vio cómo trataban de meterse al edificio. Él fue uno de los que buscó uno de los accesos del Chihuahua.
"Por el lado de San Juan de Letrán, hoy Lázaro Cárdenas, y por el lado de los túneles y por Santiago de Tlatelolco empezaron a circular los tanques del Ejército".
"Yo estaba en el elevador queriendo subir, encontrar una escapatoria, yo miraba correr gente para todos lados, sangrando".
En ese momento se encontró a Chayito, una compañera de la prepa. Ambos vieron cómo la gente trataba de subir por las escaleras, vieron cómo los soldados encajaban las bayonetas en los cuerpos, que se desplomaban uno a uno, brotándoles la sangre.
Jorge se detiene en su narración: 44 años después la imagen sigue viva, suelta lágrimas, aire de los pulmones, sigue pensando que uno de los cientos de muertos de esa noche pudo ser él.
Chayito estaba histérica. "Yo me puse fuerte, ese momento no estaba para llorar, le di unas cachetadas "cálmate", le dije, y me abrazó, y le dije "vamos a salir"".
Abrazados, como si fueran pareja, empezaron a caminar en medio del caos, de la muerte. "Salimos como si fuéramos robot, porque si corríamos nos iban a matar", dice.
Mientras el resto corría, Jorge y Chayito caminaban, ignorando en sus adentros la masacre, como si nada pasara. Pero estaban aterrorizados. Así alcanzaron a salir hasta donde Reforma se convierte en la Calzada de los Misterios.
Ahí se despidió de ella para siempre. "Ahora sí corre lo más que puedas", le dijo antes de separarse, dejando atrás el fragor de las balas, los cuerpos caídos.
"Esa fue la última vez que la vi, ya no volvía a saber de ella", cuenta. Más de cuatro décadas después, ignora su paradero.
La persecución
Lo que siguió a la masacre de Tlatelolco fue la vida a salto de mata, la persecución del gobierno contra los huelguistas, las desapariciones forzadas, el ocultamiento de información en los medios de comunicación, el exterminio.
"Esa noche no dormí, todavía a veces esos recuerdos no me dejan dormir; viví en la paranoia, ya la vida cambió por completo", dice el sobreviviente.
El mundo supo de la masacre porque la periodista italiana Oriana Fallaci, de visita en México por las Olimpiadas, resultó herida en Tlatelolco. En las noticias de Jacobo Zabludovsky no se reportó ninguna novedad.
Las Olimpiadas se realizaron 10 días después de que borraron la sangre de la plaza.
Con el tiempo, Jorge regresó a la Vocacional 7, pero dice que ya estaba controlada por Ayax Segura Garrido, el agente de la Dirección Federal de Seguridad que infiltró al movimiento.
Un año después, los sobrevivientes se congregaron de nuevo en la Plaza de las Tres Culturas. Encendieron veladoras. Ahí fue donde Jorge fue detenido, señalado como comunista por un delator.
"Estuve tres días en la cárcel, ahí me entrevistó Raúl Mendiola, de la policía del DF que hizo muchas desapariciones", narra.
Mendiola en persona lo interrogó. Cuenta Jorge que para entonces se había devorado los documentos comprometedores. Para librar la muerte, dijo que era carrocero, y sin saber cómo, convenció al jefe policiaco.
En diciembre de 1969, se corrió la voz de estaban tras los pasos de ellos. En la víspera de año nuevo, Jorge Delgado recibió el mensaje de que tenía que salir del DF.
Sin esperar más, esa misma tarde partió en compañía de Florencio Posadas a bordo de un autobús con destino a Culiacán. Al siguiente día, fueron recibidos en la Casa del Estudiante ubicada en Rafael Buelna y Andrade, hoy el Centenario.
Hoy en día, Jorge pelea por sus derechos como jubilado de la UAS. Volvió al DF a estudiar antropología, pero para 1975 estaba de regreso como maestro. Fundó la preparatoria Salvador Allende y partició en la fundación del Suntuas académico.
Se considera disidente de la administración actual, y asegura que nunca se entregó a una causa por dinero.
Hoy, con 64 años, sigue imprimiendo volantes para criticar el manejo del fideicomiso de jubilados, por el cual hay una demanda.
-¿Por qué ser así, no era mejor estar con el poder?, le pregunto.
-Entramos a la lucha porque éramos muy ingenuos... aunque yo creo que lo sigo siendo -, dice y suelta la risotada.
"Esa noche no dormí, todavía a veces esos recuerdos no me dejan dormir; viví en la paranoia, ya la vida cambió por completo".
"Entramos a la lucha porque éramos muy ingenuos... aunque yo creo que lo sigo siendo".
Jorge Delgado Cortés
Sobreviviente de la masacre de Tlatelolco