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"DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER"

"La maestra que, por los niños, no huyó de la Noria"

"En La Noria, un pueblo agobiado por la violencia, Marisol Lizárraga da una luz de esperanza a los niños a través del arte"
14/11/2015 07:09

    LA NORIA, MAZATLÁN._ En el salón de una casona antigua de la sindicatura La Noria, de ésas con paredes gruesas pintadas de blanco y techos altos para mitigar el calor, Marisol Lizárraga imparte clases de teatro guiñol.
    La mujer de sonrisa tenue dicta un ejercicio, mientras los chiquillos se divierten con las manos llenas de pintura.
    "A ver niños, ahora van a hacer una obra de teatro con estos muñequitos que tienen en sus manos", dice mientras camina por el cuarto habilitado como salón de clases.
    Los alumnos se agrupan e inventan sus propias historias. Hay que darle vuelo a la imaginación, por eso son niños. A Lupita, una niña de 13 años, le toca crear el guión de su grupo y propone una trama que versa sobre la búsqueda de una persona desaparecida en un bosque de la región.
    Lupita y sus dos hermanos que también asisten al taller, Juan David y Carlos Enrique, tienen a su padre desaparecido desde hace más de un año.
    El señor es un carpintero tradicional de La Noria, sindicatura ubicada al norte del municipio. Hace casi tres años partió a un pueblo cercano a hacer un trabajo y no regresó. Ahora se le considera una persona desaparecida, si es que la autoridad lo cuenta entre sus cifras oficiales.
    La ausencia del señor es, al parecer, una consecuencia de la violencia encarnizada que se vive en La Noria, protagonizada por grupos del crimen organizado.
    Cuando terminan de crear la historia, los niños liderados por Lupita hunden en sus manos los muñequitos de teatro guiñol, pasan al frente del grupo y comienzan a mover sus brazos para representar la obra. Desde una esquina del salón, la maestra los observa con atención. Conforme avanza la trama se da cuenta de que Lupita llevó su vida al teatro guiñol.
    Pero ésta no fue la única ocasión donde los hijos del carpintero evidenciaron las secuelas generadas por la ausencia de su padre.
    Días antes, en clase de pintura, Marisol les pidió a los niños que dibujaran su pueblo: La Noria. Unos hicieron casitas, otros colorearon calles y algunos delinearon personas. Juan David, el menor de los tres hijos del carpintero, pintó cruces rojas y negras, plasmó iglesias y panteones.
    Estos dibujos sorprendieron a la profesora porque el menor de 6 años siempre había sido un niño alegre con fama de "acomedido", pues le ayudaba a tirar la basura y quemar las varas caídas de los árboles.
    El más agresivo de los tres era Carlos Enrique, un niño de 8 años: se irritaba muy fácil y todo el tiempo parecía que necesitaba sacar el coraje por medio de los golpes, hasta estuvo a punto de ser expulsado. En contraste, era muy bueno para dibujar y tenía habilidades para las matemáticas. En la primaria sacaba rápidamente las cuentas.
    A principios de 2012, los tres niños ya no acudieron al taller. Al paso de los días la maestra Marisol se enteró de que ya no estaban en La Noria. Se habían ido a vivir con su madre a Mazatlán.
    Una tarde de diciembre, previo a Navidad, Marisol les pidió a sus alumnos que redactaran su deseo de Nochebuena. Los hijos del carpintero tomaron papel y crayones y comenzaron a escribir el anhelo más importante de sus vidas. Ése que llevarían por siempre alojado en su mente y que hasta la fecha no se ha vuelto realidad.
    El museo comunitario
    Marisol es una mujer de pelo corto y pocas palabras por lanzar. Tiene 35 años y hace dos años terminó la preparatoria. El encuentro para la entrevista es en la Plazuela Machado.
    Con un café negro entre las manos cuenta que es madre soltera y que espera vivir en La Noria todos los días de su vida. Su historia con los niños del lugar empezó en 2010, el año en que estalló la violencia en el pueblo.
    Marisol rentó en 600 pesos una casa vieja y amplia ubicada en la calle principal que planeaba adecuar como Museo Comunitario.
    Visitó vivienda por vivienda para contarles a los vecinos su idea y pedirles algún vestigio que pudieran donar.
    Así ha ido recabando las piezas del museo. Marisol no lo ha abierto porque necesita imprimir fotografías y láminas informativas, sin embargo, ya consiguió el dinero a través del Instituto de Cultura Municipal y espera inaugurarlo en los meses siguientes.
    Mientras tanto y durante estos tres años ha utilizado las instalaciones para dar talleres de pintura, literatura e historia a los menores del lugar.
    Al principio cobraba 10 pesos por asistencia, pero los chiquillos dejaron de ir y eliminó la cuota.
    En la impartición de los cursos colabora un par de personas que se apellidan igual, pero que no son parientes: Fabián Peraza, como instructor de pintura, y Dolores Peraza, en los talleres de lectura.
    Ella sólo colabora en las tardes porque en las mañanas vende dulces en la plazuela.
    Nadie lo planeó así, pero el taller se ha convertido en un lugar donde los niños se olvidan de sus problemas generados por la violencia, o por lo menos les sirve de catarsis.
    La profesora piensa que el arte y la lectura les ayuda a los niños a encontrar explicaciones de lo que sucede en sus vidas, como ejemplo, recuerda la anécdota de un niño que leía la historia de Oliver Twist, y dibujó a un hombre que portaba una arma. Preocupada, lo cuestionó.
    ¿Por qué dibujaste esto?, preguntó Marisol.
    "Porque la gente cuando es pobre debe tomar una arma y asaltar porque no tienen para comer ", le dijo el niño, seguro en sus palabras.
    ¿Y tú crees que los que andan de malos lo hacen porque no tienen para comer?, cuestionó Marisol.
    "Sí, eso los obliga", respondió.
    Estas anécdotas, refiere Marisol, son el verdadero pago a su trabajo. Han sido años de esfuerzo personal y de apoyo de sus amigos. Las cartulinas, los pinceles y las acuarelas las consigue por donaciones de profesores de pintura, o por regalos que le hacen amigas comerciantes de Mazatlán.
    "Una tiene una papelería y cuando se le mancha un paquete de cartulinas, me las regala", dice emocionada.
    Dentro del Museo Comunitario se encuentra un librero con cerca de 160 libros donados por el Instituto de Cultura de Sinaloa, con los cuales ha logrado convertir en lectores frecuentes a ocho niños.
    Marisol dice que no piensa dejar de hacer los talleres para niños, a pesar de que cada vez acudan menos. La asistencia ha ido bajando en proporción de sus habitantes: en 2010 iban 40 niños; en 2011, 20 y en 2012, 12.
    Actualmente se mantienen los 12 con la esperanza de llegar a 15 y formar el coro infantil de La Noria, para eso entró a clases de canto.
    Pero no sólo las asistencias han disminuido, también las actividades. Al principio hacían recorridos por zonas donde hay petroglifos, como en los poblados La Ciudadela, Jinetes y Juantillos, pero estos viajes ya no se pueden realizar por los peligros que implican.
    "Entre el proyecto estaba crear un tour ecoturístico, pero todo se ha quedado para después". menciona la profesora y también estudiante de Educación Especial en la Escuela Normal de Especialización del Estado.
    Comenta que, al principio, los propios pobladores le decían que ya no llevara a los niños a las zonas de riesgo, pero aun así visitaban los lugares casi prohibidos para los lugareños. Marisol piensa que no hay que perder los espacios ante los criminales.

    El deseo de Juan David y Carlos
    Enrique
    Marisol guarda como parte de sus tesoros más preciados los dibujos que sus alumnos realizaron previo a Navidad. De una carpeta amarilla saca unos trozos de cartulina donde los niños plasmaron sus deseos.
    Juan David y Carlos Enrique, cuyo padre se encuentra desaparecido, pidieron volverle a ver.
    "Yo deseo que esté mi papá con nosotros en Navidad", anhela uno; el otro: "Deseo que esta Navidad mi papá estuviera conmigo".
    Marisol ha tenido pocas noticas de Lupita, Carlos Enrique y Juan David. Le preocupa que en la actualidad ninguno de ellos estudie y que el coraje por la ausencia de su padre aumente.
    "Esos niños casi no estudiaban, la mamá no les ayudaba a hacer la tarea y nosotros decíamos: '¿qué irá a ser de estos niños cuando crezcan?'. A lo mejor agarran el camino equivocado. Tenían actitudes violentas. Por eso no quería que se salieran", lamenta.
    "Yo quiero que haya paz en La Noria. Sé que no me puedes hacer ese deseo. Y quiero que los locos se desaparezcan, por favor. Y yo quiero verte, porfas", pide una niña de 7 años del mismo pueblo, en un dibujo adornado con un árbol morado saturado de regalos.

    La irrupción
    de la
    violencia
    En 2010, La Noria sintió uno de sus peores momentos de violencia y, desde entonces, las muertes e intimidaciones no han cejado.
    La mayoría de las víctimas del cólera de las balas han sido adultos, pero también ha habido niños. Así fue en septiembre de 2010 en el poblado de Las Tatemas, un lugar cercano a Juantillos, sitio que los niños del taller dejaron de visitar.
    Cerca de las 5 de la mañana un menor de 12 años llamado Jonathan dormía su última etapa de sueño cuando un grupo de hombres encapuchados se apersonó afuera de su casa y gritó el nombre de su padre. El papá de Jonathan no respondió a la mención y huyó por la puerta trasera de la vivienda.
    Los hombres armados, desesperados, rociaron la casa con balas. Uno de esos proyectiles se incrustó en la cabeza del niño. Murió. La policía contó 62 balazos percutidos con rifles Kaláshnikov, también conocidos como "cuernos de chivo".
    En esa misma semana, por la noche, María Teresa, una niña de 13 años, viajaba en una camioneta junto a su padre por un camino de La Noria con dirección al poblado El Guamúchil. Avanzaban por los trayectos serranos cuando salieron varios hombres armados y dispararon a matar. La chiquilla recibió un balazo que se alojó en su espalda y le afectó varios órganos.
    En marzo de 2011, en Juantillos, un grupo armado secuestró a Luis Felipe, un menor de 16 años. Horas más tarde hizo lo mismo con su hermano Ceferino, apenas dos años mayor. Ambos fueron torturados y muertos con armas de alto poder.