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"Remodelación"

"La Rosales: la 'calle de los pianos'"

"Frente a sus casonas y ruinas, la modernidad se abre paso entre la historia de una de las calles más antiguas del primer cuadro de Culiacán"
06/11/2015 11:58

    Por las tardes, cuando el Sol se ocultaba a principios del Siglo pasado, y las familias "tomaban" el fresco en los pórticos, en la calle General Antonio Rosales comenzaba un concierto de música de piano.
    El recital se formaba de "retazos" de piezas distintas, que terminaban y comenzaban al paso del caserío. La afición por tener un piano en cada hogar, pese a que fuera sólo un mueble decorativo, era señal de abolengo. La Rosales era la "Calle de los pianos".
    Los conciertos exclusivos dieron fama a la vialidad durante la época porfirista (1876-1910), pero terminaron con el inicio de la Revolución, cuando los Carrancistas tomaron como botín los instrumentos, de acuerdo al cronista Herberto Sinagawa Montoya.
    Mientras las familias pudientes del Culiacán de grandes arcos se divertían con los recitales hogareños, otros vecinos se enfrascaban en amenas charlas banqueteras. Luis F. Molina, el "Arquitecto de la Ciudad", fue uno de ellos.
    "Lo más enternecedor de todo era la escena de la plática cerrada, como no había periódicos, radiodifusoras, cines, teatros, nada, la plática era el pasatiempo predilecto de las viejas familias de Culiacán, y seguramente de Molina", expresa.

    Charlas y discusiones
    El historiador y cronista, Francisco Verdugo Falquez, en el libro Las Viejas Calles de Culiacán, rescata las tertulias que protagonizaron los intelectuales afuera del periódico El Monitor Sinaloense, en la esquina de Domingo Rubí.
    "La banqueta de la imprenta de El Monitor se llenaba, al caer la tarde, de conocidos concurrentes, que iban a tomar el fresco y hacer la charla de costumbre".
    Entre los asistentes se cuentan a Genaro Estrada, Manuel Bonilla, Jesús G. Andrade, así como a funcionarios de gobierno y uno que otro curioso. Las conversaciones iban desde poesía hasta política y en ocasiones terminaban en discusiones acaloradas.

    Despacho callejero
    Los Gobernadores que vivieron en la Casa de Gobierno, hoy Escuela Libre de Derecho, no fueron ajenos a la costumbre, y no era raro ver "despachar" en la banqueta al General Francisco Cañedo, Pablo Macías Valenzuela y Enrique Pérez Arce.
    Verdugo Falquez narra una anécdota peculiar del General Cañedo, Gobernador de Sinaloa durante el Porfiriato, quien cierto día al estar descansando en una silla frente a la casona, se cansó de que un vecino lo saludara cuatro veces en un corto lapso de tiempo.
    "El General Cañedo ya no pudo contenerse, y llamando cerca de él al pobre hombre, y estrechándole fuertemente la mano y sacudiéndosela nerviosamente, le repitió múltiples veces: buenas tardes, buenas tardes, buenas tardes, -agregando con fuerte voz-. Ahí tiene usted, amigo, saludos adelantados hasta por un año, para que no me moleste más".

    Primeros pasos
    a la modernidad
    En esa Rosales de decenas de historias, transitada por carruajes y diligencias, en la que el olor al petróleo de las lámparas se mezclaba con el del café y tortillas recién hechas, Culiacán dio sus primeros pasos a la modernidad con la llegada de Molina, en 1890.
    El arquitecto viajó para construir el Teatro Apolo, en la esquina con la avenida Álvaro Obregón, pero terminó viviendo en la ciudad hasta la Revolución cuando ser marchó después de recibir amenazas de muerte. Durante su estancia hizo la segunda planta del Palacio de Gobierno, hoy Archivo Histórico, entre otros edificios que aún se conservan, y que le dieron a la calle polvorienta, un toque más citadino.
    "La Rosales es de las primeras calles que tienen más connotación a partir de la época de Molina, porque a partir de él sufre una transformación al construir una serie de edificios particulares y públicos que le dieron mayor importancia", indica el historiador Gilberto López Alanís.
    Contrario a los tranquilos atardeceres de tertulias informales, en la Rosales las mañanas eran un ir y venir de gente en el Palacio de Gobierno, conocido durante el Virreinato como La Tercena, ya que allí se pagaban los impuestos de naipes, tabacos y vinos. Incluso de ese edificio iniciaron los funerales del Gobernador Diego Redo el 8 de junio de 1909, de acuerdo al libro Culiacán, colección Miguel Tamayo.
    Otro pasaje relevante de la vialidad conocida también como Camino Real, fue la entrada triunfante del General Antonio Rosales después de la derrota de los franceses en San Pedro, en 1864.
    "El Teatro Apolo fue otro edificio muy importante, fue el centro de la vida social, allí se presentaban óperas, obras de teatro, estaba el cine, y en los convites, un carro cortito modelo 26 con la Orquesta del Cachi Anaya se invitaba a Culiacán a ir a los eventos", relata Sinagawa Montoya.
    La Casa de Moneda en la esquina de Domingo Rubí, actual oficina de Correos, fue otro edificio pujante de la época, donde se acuñaban monedas con metales de las mineras de la sierra.
    "En el lavado de aquellos minerales, quedaban residuos que se despreciaban, y que salían con las aguas sobrantes por los caños que vaciaban en el mencionado callejón (calle Domingo Rubí); y se daba el caso de que personas pobres y sin ocupación recogían las humedades, y lavadas esas tierras con cuidado, les producían polvos del precioso metal que luego vendían", recuerda Verdugo Falquez en el texto.

    Episodios oscuros
    La entusiasta Rosales no se escapó de episodios oscuros: Sinagawa relata dos que conmocionaron a la sociedad. El asesinato de Alfonso Tirado en el bar del Hotel Rosales, en la esquina de Juan Carrasco; y el de Luis Pablos, en el Hotel Silvia, situado frente al anteriormente mencionado.
    "Poncho Tirado era un aspirante natural a la gubernatura del Estado, había postulado la necesidad de acabar con los gobiernos militares de Leyva, Delgado, Loaiza y Macías Valenzuela", dice.
    "Vino a Culiacán y se encontró en la cantina con Alfonso Leyzaola, y Leyzaola le dijo que se retirara de la campaña política porque el que iba a ser Gobernador era el Coronel Loaiza, discutieron y Leyzaola lo mató. Justo enfrente, en los años 50, también fue asesinado Luis Pablos, por la disputa de una mujer".
    Pese a los claroscuros, la Rosales fue una de las calles más importantes del Culiacán del Porfiriato, allí se celebraron carnavales, desfiles, marchas, pero el desarrollo de la ciudad fue emigrando a las oficinas gubernamentales hacia otros puntos, y la mayoría de las familias hicieron lo propio.
    Como recuerdo de esa prosperidad, quedan aún algunas casas estilo colonial. El hogar de Luis F. Molina, en la calle José María Morelos y Donato Guerra, se encuentra en ruinas. La majestuosidad de ese pasado cercano, se respira aún en las paredes sin techo, vigas carcomidas por la humedad, y amplias habitaciones, que hoy sólo sirven de almacén de tablas y maderas.