"Maestros de aula y vida"
En la colaboración de Noroeste del 4 de febrero del presente año, donde hacía referencia a los alumnos identificados como “problema”, ahí también se mencionaba la labor de algunos maestros, quienes, poseedores de vocación y sensibilidad, dedicaban tiempo y esfuerzo personal con la finalidad de “rescatar” -así se dice-, de la reprobación o deserción escolar a estos alumnos, con quienes se llegaban a establecer lazos de amistad duraderos para toda la vida.
Incluso, la redacción del artículo se presentaba un tanto provocadora (en el sentido de preguntar al lector, ¿de quién se acordaba?), con la firme intención de lograr una comunicación viva, mediante la evocación de los recuerdos. Por los comentarios recibidos, creo que así fue.
La idea original de lo escrito en ese artículo es la de reconocer a todos esos docentes que a lo largo de nuestras vidas han estado presentes de diversas formas, incidiendo -a veces sin quererlo- de manera importante.
Estoy seguro que -sin importar la edad de quien lee esto- todos hemos o mantenemos en la actualidad algún tipo de relación con alguno de nuestros maestros.
Éste es uno de los mejores reconocimientos, aunque no se exprese de manera material, proporciona mucha satisfacción.
Es esta parte humana, la que se busca explorar con lo que se escribe, conectar al público con los recuerdos, con los sentimientos, para reiterar que enseñar es una actividad -más allá de la función o jerarquía-, un encuentro entre seres humanos.
Reconociendo lo anterior, es pertinente entender el mecanismo que le permite controlar el efecto causado por los problemas derivados de su vida familiar.
El maestro es visto muchas veces como un ser atemporal e inmutable, haciéndose caso omiso de los diversos conflictos derivados de su vida personal.
En los hechos se olvida que como ser humano es vulnerable a los problemas familiares, los cuales debe olvidar y mantener alejados del aula.
Son tratados como dos mundos diferentes. En su vida familiar es padre o madre de familia y en el aula maestra o maestro.
En esta función deberá acudir al salón de clase con la mente fría, haciendo acopio de serenidad y paciencia.
No es ocioso recordar que muchas veces nos olvidamos de lo anterior, tendiendo a considerar el comportamiento de los maestros bajo una óptica diferente, y cargamos todo el peso de la responsabilidad de sus actos a factores o características de su personalidad, dícese que tiene mal carácter, que viene de mal humor y sin entusiasmo.
Sin embargo, muchas de estas situaciones son producto o reflejo de su propia vida.
Es importante recalcar que bajo ninguna circunstancia se trata de ocultar, o peor aún, justificar cualquier acto indebido de agresión en la escuela.
De algo de esto puedo dar cuenta, cuando vienen a mi mente recuerdos que permiten dimensionar lo anterior: con toda claridad recuerdo cuando cursaba la primaria, un día mi maestra se encontraba laborando en el salón de clase de manera normal, y sin embargo noté que estaba triste, que se quedaba pensativa, cosa que le hice saber y de lo que no obtuve respuesta.
Al paso de los años la volví a encontrar y ella me recordó ese episodio, me confesó que en efecto, en esos días se estaba divorciando… no imagino el esfuerzo que tuvo que realizar, -en ese entonces- para poder mantener apartado el grave episodio por el que estaba pasando en su vida personal.
No alcanzo a comprender cómo lograba mantener la estabilidad emocional para no llevar su pesar al aula. Ésa fue una gran lección de vida, de aula.
Por otra parte, el maestro está obligado a reconocer y atender a sus alumnos. Reconocer los estados de ánimo, los problemas familiares, enfermedades, etcétera, ya que cualquiera de estas situaciones incide en el aprovechamiento escolar.
Deberá estar atento y vigilante para reconocer las señales que de forma oculta -las más de las veces- se harán presentes en las actividades escolares.
El alumno que no cumple con sus tareas, no termina los ejercicios, baja su rendimiento, se distrae mucho, es rebelde o reta la autoridad; expresa por medio de sus actos, llamados de auxilio que piden la intervención del maestro.
Son en sí, un lenguaje que alerta y nos refleja problemas o conflictos en la familia, donde el maestro no puede intervenir, aunque desde su ámbito puede apoyar.
¿Cuántos de estos maestros con su intervención han logrado dar fortaleza y consuelo a sus alumnos en el momento oportuno? Son lecciones para caminar por las aulas de la vida.
Por lo mismo, recordar y reconocer la complejidad de la labor docente, que establece una relación entre dos seres humanos, los cuales comparten no sólo conocimientos sino también vivencias; trozos de vida que al pasar el tiempo van llenando las páginas del álbum de los recuerdos que al ser evocados reviven.
Qué extraño misterio de la vida permite disparar y recuperar los momentos e imágenes del pasado y ser transportados al presente.
El poder de la mente humana, convertida en máquina del tiempo, capaz de convertir los recuerdos en vivencias tan lejanas como reales. Recordar es vivir reza el refrán.
Y se vive con más intensidad, sobre todo cuando se han abandonado las aulas y ese olor y ruido característico de la escuela, los rostros de algunos de los alumnos, queda alojado en los recuerdos.
Recuerdas algún maestro cuya labor de apoyo haya trascendido los muros del aula.
¿Qué imágenes vienen a ti de tu escuela? ¿Qué ha sido de tus ex compañeros y alumnos? ¿Recuerdas a alguno en particular?
Todo lo antes expuesto, no es en vano, tiene sus recompensas, no necesariamente económicas, pero tan invaluables como ellas, porque quedan grabadas en la historia.
Cuando el escritor Albert Camus recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957, sólo tuvo en mente agradecer a su madre y a su viejo profesor de primaria, enviándole la siguiente carta:
“París, 19 de noviembre de 1957.
Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido de todos estos días antes de hablarle de todo corazón.
He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted.
Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto.
No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido.
Un abrazo con todas mis fuerzas. Albert Camus”.
El poder del recuerdo y el agradecimiento, como en este caso, permiten exaltar el verdadero valor de ser maestro de aula y vida.
Leopoldo García Ramírez es licenciado en Economía Política por la UAS, profesor en licenciatura en educación primaria, de la Escuela Normal del Pacífico. Profesor de bachillerato. En la actualidad se desempeña como Investigador de tiempo completo en el Centro de Investigación e Innovación Educativa del Sistema Educativo Valladolid.