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"NARCOMÉXICO"

"Narcoméxico"

"Un documental intenso, disparejo e ilustrativo fue el que difundió la televisión española el 2 de enero bajo el espeluznante título de Narcoméxico, que tiene como escenarios al Distrito Federal, Culiacán y Tijuana"
07/11/2015 08:22

    La noche del 2 de enero, TV 4 española presentó la segunda parte de un reportaje bajo el espeluznante título de Narcoméxico, coordinado por el periodista vasco Jon Sistiaga. Es un trabajo sobre la narcoviolencia en tres ciudades mexicanas: México, Culiacán y Tijuana. Un documental intenso, disparejo e ilustrativo. Una sola preocupación: mostrar al público español, y por extensión a un segmento europeo, el estado que guarda nuestra violencia cotidiana, la seguridad pública o la impotencia de los gobiernos para contrarrestarla. No establece puentes entre el narco y la política. El narco y la economía. Nada de los resultados del Gobierno y su combate contra el narcotráfico.
    En este esfuerzo por documentar nuestro principal cáncer social, el equipo de reporteros va desde la calificación siniestra hasta el realismo impúdico de las balaceras entre policías, soldados y delincuentes. Un thriller al que no están acostumbrados los españoles pues ni por asomo viven este tipo de incertidumbre. Es cierto que el pasado 31 de diciembre ETA militar hizo estallar una bomba en la sede de la televisión pública vasca bajo el argumento pueril de la "complicidad de esta empresa con la represión contra los ciudadanos abertzales", no obstante ese estallido sin muertos, la vida española es mucho más soportable a pesar de la recesión que vive su economía.
    Quizá por eso, una primera lectura atrevida sobre estos programas es que buscan informar sobre una parte del problema y lograr un alto raiting de la audiencia nocturna. Incluso, advertir de los riesgos que se viven en sociedades con altos grados de descomposición social e incapacidad para procesar sus conflictos. Alimentar la idea de que las cosas pueden estar peor. Instalarse en una referencia conservadora. Y esa práctica es frecuente: no hace mucho tiempo se presentó un reportaje sobre prisiones latinoamericanas, donde en todas ellas existe la misma sensación de desolación, sobrecupo, promiscuidad, segregación y lucha por el control de lo que ahí circula, que presenta unas sociedades sin gobierno y sin el más mínimo respeto de los derechos humanos. Pero luego de ver esta televisión "sin morbo", no falta quién se pregunte sobre lo que queda, más allá de corazones compungidos, alguna muestra de desprecio o la reserva de viajar a México.

    Ante la ausencia de esperanza sólo resta el lado ético, el valor ciudadano, las expresiones de Rosy Robles, Manuel Clouthier o las de un joven artista plástico de Tijuana. Élmer Mendoza, en este reportaje, al menos en lo que se exhibió, parece privilegiar la anécdota sobre una explicación de las causas del narco; los personajes épicos sobre las complicidades del poder; los hombres y mujeres protagónicos y el autismo de la sociedad; la escenografía y no el daño social, que son todos ellos rin tintín de su obra literaria.

    Reclusorio Sur
    Cuando decimos que el trabajo es disparejo es precisamente por el trato dado a la capital del país. Que quizá por su dimensión es la zona de mayor circulación de drogas por metro cuadrado y donde, seguramente, existe una compleja red de organizaciones dedicadas a la distribución de todo tipo de enervantes. Lugar de residencia de muchos capos y centro de blanqueo de dinero negro. El reportaje de marras, en lugar de abrir alas investigadoras, se circunscribe al Reclusorio Sur, donde el equipo de periodistas, de la mano del comandante Pedraza, un tipo de gesto duro y trato suave, les lleva con los reclusos penalmente correctos. Los que no se ensucian y no dirían algo que comprometiera su seguridad o el enojo de sus custodios, por eso muestra más la propia circunstancia cotidiana: celdas con sobrecupo, pobres, mucha humedad y olores fétidos.
    Es el culto carcelario a la Virgen de la Santa Muerte. La Santa Muerte a la que se le llevan las Mañanitas y se le hacen peticiones con sus respectivas "mandas", las mismas que si no se cumplen, la Santa Muerte cobrará tarde que temprano. No hay nada que indique la lucha por el control del penal o las pandillas, que llevan a crear situaciones de potenciales estallidos. Los reclusos cumplen su condena haciendo músculo o trabajando en los talleres de artesanías. Lo más radical son las muestras de hastío y rabia contenida. La mirada puesta en el horizonte azul de la libertad. La que está por encima de bardas perimetrales y los barrotes de acero resistentes al tiempo, a largas condenas.
    Con esas imágenes duras pero sin conflictos expresos, cuánto parece haber mentido la prensa que registra éste y otros espacios de la ciudad de México como lugares donde todos los días hay que luchar por sobrevivir a las agresiones, las enfermedades, la soledad del cautiverio. Desde ese lugar donde se cometen muchos delitos. Múltiples extorsiones, fraudes y amenazas. Y esa ductilidad de la sombra es materia prima de películas, novelas o reportajes, como el de Sistiaga. Eso no parece existir en ese reclusorio y, lo más increíble, tampoco en la ciudad de México.

    Culiacán
    La letra terriblemente optimista de un narcocorrido da la bienvenida a los españoles. El tráfico urbano se hace presente con su ruido de mil escapes y el trajinar de llantas cansadas. Es el recorrido por el panteón con tumbas de hasta tres niveles, sepulcros con mantas espectaculares, donde sus propietarios llevan cual decoro arma en mano, entierros con música de banda. Las casas de la colonia Chapultepec con su predilección por las grandes construcciones con bóvedas de mampostería tipo cañón, arista, esférica. Son las cruces estoicas sembradas en el asfalto con fotografías de jóvenes sonrientes destinados asustar la indiferencia de los conductores. Es el miedo del vendedor de narcocorridos que se niega a identificar a quien o quiénes está dedicado su producto.
    La imagen del éxito de las concesionarias automotrices, el gran número de avionetas privadas que descansan en el aeropuerto o los restaurantes exitosos donde el día menos pensado llega un comensal con sus amigos, cierra el local e invita, con la única condición de que nadie salga y menos aún hable al exterior. La muerte de un policía honesto que tuvo su último reposo sobre la mesa de un Oxxo y es la fotografía escatológica que se multiplica por miles en algún álbum privado o público. La imagen que se acomoda para un mejor trabajo de los hombres de las cámaras Nikon.
    Es la manta que cuelga del edificio del periódico Noroeste que con ironía recuerda los éxitos en materia de seguridad del gobierno de Aguilar Padilla, quien cierra con más de mil muertes violentas en 2008. La mayoría impune. Sin mayor respuesta a los deudos. Los saldos de la guerra que se libra en Culiacán. Un lugar donde según Manuel Clouthier la ley es una recomendación, antes que un mandato. Un imperativo ético. Donde la sociedad antes que salir a gritar y reclamar el derecho básico a la seguridad levanta bardas y no sabemos si la anima el miedo soterrado o los nuevos estilos de la arquitectura contemporánea. La ostentación del dinero, como lo muestra un recorrido por el llamado Museo del Narco, donde lo mismo se encuentran pistolas de oro o celulares con incrustaciones de diamantes o un maniquí ataviado como un mafioso rural; también son los distintos tipos de drogas o los medios de transporte inimaginables; las imágenes parcas de Jesús Malverde, el patrono del narco, que ya rebasó los límites comerciales de Culiacán: lo mismo se vende en el mercado Sonora del DF, que en el populoso de San Juan de Dios en Guadalajara. O algún swap meet de California. Es la capilla de este santón milagroso donde lo mismo van los narcos a pedir la bendición que agradecer los favores recibidos. A quien los policías piden protección ante lo inesperado. A lo ya sabido. La entrevista a la artista plática Rosy Robles y la respuesta valiente de quien montó la exposición Navajas e incluyó la muestra de Alfombra Roja, ocho cobijas ensangrentadas que fueron usadas en otros tantos crímenes del narco. Su verbo contundente es el de ¡Ya basta!

    Tijuana
    Más cruda. Más letal es esta parte del reportaje. Sistiaga abre con el dato escalofriante: diez muertos diarios. El doble que mencionó para Culiacán. No va a la cárcel de La Mesa y tampoco visita panteones, su iconografía es la de vida cotidiana. La de la calle y la del día a día. La del contraste entre San Diego y Tijuana. La línea fronteriza que se abre como el mar en las Playas de Tijuana. Los parias de la migración sin retorno. Que duermen donde se les hace noche. Drogadictos reconvenidos con un trapo sucio con el que sacan lustre a cualquier cristal. Son los jefes de la policía. Algunos innecesariamente trajeados dando clases de narcotráfico fronterizo y otros sombríamente más sencillos, de voces suaves que dan números y datos alarmantes. Los que hacen el trabajo sucio. Quienes recogen los restos después de cada batalla, los de las autopsias, los del lavado de sangre, el resguardo de armas que todavía huelen a pólvora. Es la noche menos esperada, cuando los periodistas van hasta el lugar de los hechos y se encuentran la violencia a todo color y sonido. Las ráfagas de R-15 se cruzan como las luces nocturnas de la guerra de Iraq o en la Franja de Gaza. Es la traca-traca de delincuentes contra soldados y policías. La huida y la histeria de los vecinos y transeúntes. Dos horas, cinco muertos. Reposan como piltrafas de la mala vida en las frías camas de terrazo. Una ciudad que sigue su curso, con las largas colas de vehículos que buscan cruzar la frontera. Es la interpretación de un médico forense, que describe con una tranquilidad samaritana los restos que llegan: un descabezado es signo de traidor; un cuerpo sin lengua, porque habló de más... y, así, con un didactismo que sorprende, viniendo de uno de los hombres de esos círculos rojos, pero que necesita decirlo para no ahogarse.
    Al final, luego de esa hora de programación cruzada por unos comerciales surrealistas, queda la sensación de que el reportaje muestra una parte de esa película interminable, la de los malos y unos pocos buenos, la otra parte, que como lo enseña Roberto Saviano en su libro Gomorra (Planeta, 2007), evidencia un tejido más abigarrado de intereses, lealtades o deslealtades. De resistencia del Estado y la sociedad.