" no tener madre"
Arturo Santamaría Gómez
Alejandro Martí y Nelson Vargas
1.Fuera de México no tener madre significa literalmente lo que se lee o escucha, pero en nuestro país le damos una connotación agresiva, altisonante. Decir en México poca madre o no tiene madre es una grosería, aunque en algunas regiones del país se dice tan comúnmente que ha perdido su intención original. Lo mismo sucede con muchas otras expresiones o palabras que en otras épocas o en diferentes localidades del territorio nacional sonaban como palabras prohibidas en ciertos contextos o espacios y en otros todavía suenan así. En los medios de comunicación suele censurarse ese léxico; pero en Sinaloa la costumbre lingüística regional permite que en nuestras páginas o en otros periódicos, o en la radio sinaloense se diga, por ejemplo: hueva, sin que nadie se ofenda, cuando en otras localidades sí sucedería. Y así pasa también con otras palabras.
Aunque siempre se corre el riesgo de perder el equilibrio o tensar demasiado la cuerda, lo cierto es que en ciertas circunstancias es inevitable permitir e incluso resaltar expresiones que por norma son consideradas altisonantes y no propias de su publicación y/o difusión.
Hablemos de dos casos recientes de expresión desafiantes que se escucharon en los medios. El Si no pueden renuncien, de Alejandro Martí, es tan significativa como el no tener madre de Nelson Vargas; sin embargo, la frase del primero fue colocado en las ocho columnas de varios medios de comunicación en México y la del segundo no. Lo cual se explica muy fácilmente: la expresión de Vargas, padre angustiado por el secuestro de su hija, se considera altisonante en nuestro contexto cultural.
A mi juicio, esas palabras de Nelson Vargas reflejan mejor que ninguna otra expresión lo que él piensa de las autoridades y lo que millones de ciudadanos mexicanos también piensan y dicen de quienes están a cargo de las oficinas de seguridad pública del país; por lo tanto, merecían ser destacadas. Lo sorprendente es que en la radio lo destacaron y en los medios escritos no. ¿Será que se piensa que lo escrito es indeleble y, por lo tanto, más fuerte? La verdad, no tengo ni siquiera una respuesta tentativa.
Por otra parte, tanto el juicio de Martí como el de Vargas y el de Andrés Gómez, el joven estudiante que le gritó espurio al Presidente Felipe Calderón, sean injustos o no, revelan un amargo hartazgo de millones de mexicanos por el estado de cosas en nuestro territorio y también que los ciudadanos cada vez levantan más la voz ante quienes anteriormente solo escuchaban lisonjas.
2. Observatorio ciudadano
En Sinaloa, pese a ser una de las entidades más violentas del país, no hay traza alguna de que desde el Gobierno del estado se vaya a auspiciar un Observatorio Ciudadano que vigile el cumplimiento de los compromisos del Pacto Anticrimen. En realidad el único observatorio ha sido el de los medios escritos, como Noroeste y Ríodoce, y algunos radiofónicos.
El viernes en la Ciudad de México
Podría ser mucho más autónomo, sano y eficaz, siempre y cuando los representantes de las universidades no sean incondicionales del Gobernador.
En México se sumaron no tan solo las universidades públicas, como la UNAM, UAM e IPN, sino también privadas como la Ibero y el Tec de Monterrey. Lo mismo podría hacerse en nuestro estado.
Estamos en guerra (irregular)
3. El pasado jueves, en un pequeño recuadro que se colocó en la página 7B donde se citan declaraciones de Ricardo González, delegado del Programa de Libertad de Expresión y protección a Periodistas México, donde éste dice que México no se encuentra en estado de guerra y que aun así se han asesinado a 28 comunicadores.
Si pensamos en una guerra convencional, donde se enfrentan fuerzas militares convencionales, en efecto, México no padece una guerra; pero si aceptamos que hay guerras irregulares, como cuando se enfrentan un ejército convencional contra fuerzas guerrilleras entonces, sin duda alguna, el país está ante una guerra.
Los grupos armados del crimen organizado utilizan tácticas y estrategias similares a las de las guerrillas con la diferencia, al menos en México, de que poseen armamento muy superior, más dinero, trabajo de espionaje mucho más sofisticado, sobre todo a través de las policías cooptadas, un amplio apoyo de sectores importantes de la población tanto en las ciudades como en el campo, particularmente en las sierras. Atacan todos los días y gozan de asesoría política; por lo tanto, por supuesto que México está inmerso en una cruenta y larga guerra irregular.
El mariachi y la tambora
4. Tiene razón el antropólogo Jesús Jáuregui, nacido en Nayarit, cuando dice que en México no se sabe apreciar lo propio. El ejemplo que resalta, en una entrevista el pasado viernes (página 1C) es que fue necesario que la célebre Ana Pavlova bailara el Jarabe Tapatío para que la Secretaría de Educación Pública le concediera valor. Jáuregui, prácticamente hace un reclamo a quienes han olvidado en nuestro país los estudios del mariachi. Desafortunadamente no es tan solo el mariachi lo que se ha olvidado estudiar sino muchas de las tradiciones culturales de México. La situación es tan grave que, al menos en Sinaloa, la mayoría de los jóvenes que llega a las universidades tiene una idea muy pobre de la historia nacional o simplemente no tiene ninguna. Ellos saben que son mexicanos pero no porque tengan un sentido de la historia. Su mexicanidad carece de sentido histórico.
Hablando de la poca valoración a lo propio, así como Jáuregui realizó una exhaustiva y bella obra sobre el Mariachi, la cual adquirí a principios de año en Guadalajara, en Sinaloa tenemos la notable investigación sobre la banda que realizó Helena Simonett, la cual se intitula En Sinaloa nací; sin embargo, no ha sido suficientemente valorada ni por críticos ni por el público.
Helena, entre otras cosas, explica cómo es que la banda siendo contemporánea del mariachi no fue escogida como una música que representara a la nación. Pero, en otro parte del libro, nos dice cómo es que la tambora prácticamente desplazó al mariachi en el consumo de discos y en el gusto popular a partir de la década de los ochenta del siglo recientemente fenecido.
Las dos obras las recomiendo ampliamente. Son deliciosas y bellas. La ventaja de El Mariachi es que su edición es de lujo; soberbia. El libro de Helena Simonett merece una edición semejante. Sinaloa saldría ganando.