Adrián García Cortés
"Dama de singular entendimiento, grados de honestidad y singular hermosura que cualquiera de ellas puede muy bien entrar en número de las mujeres más famosas del mundo y ser a justo título celebrada de los buenos ingenios".
Así calificó Bernardo de Balbuena, en su poema épico "Grandeza Mexicana", a Isabel de Tovar y de Guzmán, una de las primeras mujeres nacidas en Culiacán que dieron renombre a la Villa de San Miguel.
Balbuena, entonces cura de Lagunillas en Compostela, primitiva capital de la Nueva Galicia, compuso el poema a solicitud de Isabel para que le describiera la entonces capital del Virreinato de la Nueva España, a donde se disponía ir para estar cerca de su hijo, el jesuita Hernando de Tovar, martirizado entre los Tepehuanes.
Mujeres del género: la
historia también es mujer
Hoy que las mujeres del todo el mundo, en particular las mexicanas y más especialmente las de Culiacán, se preocupan tanto por la equidad de género, y que participan en institutos de mujeres y destacan como empresarias, poco, muy poco, se ocupan en hurgar en la historia, quienes antes dieron brillo universal a esta tierra sinaloense que tanto las admira.
Tal pareciera que más les inquieta las cuestiones del divorcio, el aborto, las torturas matrimoniales, el sexo temprano y tantas y tantas tribulaciones nacidas más por su competencia con el sexo opuesto, sea para superarlo o dominarlo como si se tratara de un desquite histórico pendiente de saldar.
Destacan, sí, las figuras del presente y el cercano quehacer social, como las que ganan medallas del oro olímpico, las que entregan a sus hijos para la guerra o las que poetizan su lugar natal con desafíos de controversia.
Ya es tiempo, vale subrayarlo, que entren a los escondrijos de la historia, la literatura, la leyenda y cuanta actividad constituya lo que podríamos llamar la identidad de sí mismas, de sus familias, de su menester social y de su participación en el rescate de la paz y la tranquilidad de la convivencia.
Desde las amazonas, que un día creyó Nuño Beltrán de Guzmán hallarlas en el río de las Mujeres, las tan celebradas indígenas tahues que tanto ponderaron por su belleza los relatores de la Conquista, o las que defendieron con sus vidas las tropelías francesas en la antigua Villa de San Sebastián (hoy Concordia), hasta, si se quiere, la Valentina, la Adelina y Agustina Ramírez, hay un manantial de hechos y circunstancias para hacerlas valer tanto o más como el oro olímpico.
Isabel de Tovar, la
primera de las bellas
Fue, así, Isabel de Tovar, con el hecho de haber nacido en un Culiacán que sobrevivía en medio de tribus selváticas "y fieras del nuevo Orbe", como las llamó Andrés Pérez de Ribas en sus "Triunfos de Nuestra Santa Fe", quien con sólo su belleza, su enorme capacidad maternal, y su talento para iniciar al hijo hacia el martirio y la santidad, pudo ya, en el siglo XVI, trascender en el imperio español por la admiración que le tuvo ?y hasta un amor quizás reprimido--, al que se recuerda más su obra poética que por su ministerio sacerdotal.
Nacida en 1560, hija de Pedro de Tovar y de Francisca de Guzmán, contrajo matrimonio con Luis de los Ríos Proaño, hijo, a su vez de Diego Hernández de Proaño, primer alcalde de la Villa de San Miguel de Culiacán, y heredero de una explotación minera en Zacatecas, donde aún se conserva el nombre de Cerro de Proaño cerca de Fresnillo.
Pedro de Tovar, de ilustre linaje, fue uno de los fundadores que se quedaron en la Villa de San Miguel, que incursionó, también, en la búsqueda de las ciudades de oro, Cíbola y Quivira acompañando al expedicionario Francisco Vázquez de Coronado y a Francisco de Ibarra en el descubrimiento del pueblo Hopi en el hoy Arizona de los Estados Unidos de América.
En la Villa, asentado ya, llegó a ser hacendado, ganadero, minero con propiedades en Culiacán, Zacatecas y Jalisco y, sobre todo, una especie de mecenas o fondero de cuantos viandantes pasaban por su casa en busca de aventuras y otros horizontes, como lo fueron los jesuitas que fundaron la Provincia de Sinaloa, con asiento en San Felipe y Santiago (hoy Sinaloa de Leyva).
Madre e hijo abocados
al servicio religioso
En 1581 nació su hijo único, Hernando, de quien se dice que habiendo pasado por su casa el cráneo del mártir jesuita, en 1593, cuando tenía alrededor de 12 años, decidió que sería, también jesuita y emular al mártir, cosa que logró en 1616 en la masacre de los Tepehuanes.
Los Tovar y Guzmán, habían conjuntado intereses mineros en Zacatecas con el padre de Bernardo de Balbuena, de donde venía el conocimiento y contacto de dichas familias. Parece que Bernardo conoció a Isabel todavía casada; su esposo Luis murió entre 1599 y 1600, cuando tenía apenas 38 años e Isabel 40. En 1602, cuando sola en Culiacán decidió mudarse a la ciudad de México para estar cerca de su hijo, Balbuena la visitó y fue entonces que la musa le pidió le describiera la capital donde iría a vivir, de lo que resultó el poema citado.
"De la famosa México el asiento, origen y grandeza de edificios, caballos, calles, trato, cumplimiento, letras, virtudes, variedad de oficios, regalos, ocasiones de contento, primavera inmortal y sus indicios, gobierno ilustre, religión, estado, todo en este discurso está cifrado".
Así empieza su poema llamándolo argumento; pero no descarta una dedicatoria sospechosa de amor por la viuda cuarentona, cuando de ella dice: "Criada en los desiertos arenales, sobre el mar del sur que resaca y quiebra nácar lustroso y perlas orientales". Para en otro poema, de distinto corte, como el "Siglo de Oro en las Selvas de Erífile", decirle: "Dulce regalo de mi pensamiento, otra alma nueva para el alma mía, nueva a los ojos, no a la fantasía, a quien hizo el amor su eterno asiento".
San Lorenzo, el claustro
de damas muy ilustres
Isabel, desde su traslado a la ciudad de México, casi en el mismo año que la visitara Bernardo, se recluyó en el Convento de San Lorenzo, al que contribuyó con unas primas a su establecimiento, fundado cuatro años antes. Catorce años después perdió al hijo y allí permaneció hasta el fin de sus
días que se estima ocurrió aproximadamente en 1625; sus restos están aún en la iglesia de San Lorenzo de la calle de Belisario Domínguez del Centro Histórico de la ciudad de México. Dos años después murió Bernardo Balbuena, siendo obispo de Puerto Rico.
Sobre el Convento de San Lorenzo, largo tiempo usado por la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica del IPN, ahora convertido en centro de estudios de posgrado, recientemente se han publicado dos libros de indudable aportación histórica, documental y gráfica, ambos para conmemorar los 400 años de la fundación (ahora serían 110) y los 70 de la escuela.
El primero: "El Convento Jerónimo de San LOrenzo (1598-1867), investigado y escrito por Alicia Bazarte Martínez, Enrique Tovar Esquivel y Marta A, Troncoso Rosas, donde se trata, propiamente cuanto fue el edificio conventual y sus ocupantes seculares.
El otro, titulado "Desde el Claustro de la Higuera.- Objetos sacros y vida cotidiana del ex convento Jerónimo de San Lorenzo", lo firma Alicia Bazarte Martínez como coordinadora. En este se reseña el paso por el convento de las ilustres lorenzanas que registra la historia, entre ellas y de manera preponderante y emotiva, Isabel de Tovar, de donde se han tomado muchas de las notas aquí transcritas. En esta obra, precisamente Alicia anota a dos ilustres sinaloenses: Idolina Velázquez Soto, de Guasave, y Rina Cuéllar Zazueta de Culiacán.
Ambas publicaciones estaban programas para ser presentadas en Culiacán en una feria del libro del IPN. No se sabe nada de ello. Ojalá que las mujeres tan inquietas de la equidad de género, logren que tal institución cumpla este propósito, sobre todo donde se exalta la figura de Isabel de Tovar, que ya debiera ser un ícono de estas defensoras de tantos derechos genéricos, porque en ella hallarán un ejemplo vivo, permanente, de lo que ahora se llama la cultura del esfuerzo.
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