Adrián García Cortés
Es la historia de un tren
prometido que nunca llegó
En efecto, lo que sigue pareciera un cuento, pero es la pura realidad. Una realidad de cuento que un niño ya crecido narraba como una de sus pasiones infantiles. En esencia, es también el paso de un tren que llegó para quedarse, que con el tiempo se fue para no volver. Una promesa, pues, que nunca se cumplió.
Pero, dejemos que su propio autor -el del cuento, por supuesto- nos diga como fue la promesa y qué tuvo que hacer para que se cumpliera, aunque en cerca de 80 años no tuvo un tren para quizás circular por el universo.
"En aquellos tiempos, en mi niñez ingenua cuyos pasatiempos eran eternos bajo las ramas de un frondoso macapule, el ferrocarril nos imponía un gran respeto. Porque era una máquina colosal que echaba lumbre, gas y que espolvoreaba una mezcla de aceite con polvo, que constituía una especie de azufre, de los dominios de Satanás".
Con el embrujo de una
locomotora locochona
"Yo viví embrujado toda mi niñez con una conseja de un primo mío llamado Daniel Acosta Montoya. Me ilusionó cuando en las largas tertulias de los niños me dijo:
"-Al que se enseña a manejar un tren se lo regalan en Guamúchil.
"-Yo le dije:
"-Pero ¿cómo es posible que me puedan regalar un tren, si no lo sé manejar?
"-Pues primo, ¡te tienes que enseñar a manejar un tren!
"Yo hacía viajes desde La Unión hasta Guamúchil, y me pasaba horas enteras observando las maniobras del maquinista. A mí me admiraban muchísimo los movimientos del maquinista y se los aprendí al dedillo con la esperanza de ser dueño por fin de un ferrocarril".
"Naturalmente que aquello constituía para mí una especie de magia, ver aquel hombre portentoso, vestido de mezclilla con una cachucha también de mezclilla, accionando una serie de palancas, y yo que no me perdía ningún movimiento para poder aprender los secretos de cómo manejar una locomotora y, consecuentemente, ser legal propietario de un tren".
El niño del cuento
nunca tuvo un tren
El niño del cuento, por supuesto que aprendió a manejar la máquina colosal, aunque fuese sólo en la imaginación. Pero no hubo nadie que le dijera donde regalaban trenes a los maquinistas del futuro. Y el neo maquinista se quedó sin su tren; ni siquiera la locomotora pudo poseerla.
Ya maduro, cuando abordó en Guamuchil el famoso tren Sud Pacífico, pudo darse cuenta de que lo dicho por el primo fue sólo divertimiento de éste y fantasía de su fiel creyente. Sin embargo, en el recorrido de tres horas que entonces duraba el trayecto a Culiacán, hubo de reconocer que fue otra ¡aventura inolvidable! Y por primera vez conoció una parte de México, del Sinaloa de los años 30, donde se detenía el tren para abastecerse de agua y leña, con poblados "sombríos, abandonados, donde no había ningún tipo de movimiento, más que el que proporcionaba aquella máquina escandalosa, movida a vapor".*
El niño creció y viajó
en tren ya sin cuentos
Pues bien, el niño de la locomotora nació en el rancho de La Unión el 26 de enero de 1930 a cuatro kilómetros de Angostura: rancho de ordeña y pan de mujer. Descendiente de japonés, tuvo cinco hermanos ante los cuales él era el mayor. Sus estudios primarios fueron en las proximidades angosturenses.
Graduado como contador privado en el Instituto Webster de Culiacán, a partir de 1955, se hizo reportero en El Sol de Sinaloa, del que fue director de 1976 a 1980; y tiempo después director de noticiarios de Canal 3 de televisión local
Su vocación, impactada por la fantasía del tren, lo condujo al arte y el oficio de escribir, muy inclinado a la crónica y a la investigación histórica. Ha sido autor de Sinaloa, agricultura y desarrollo; El agua al revés; Música de viento; Sinaloa, historia y destino; En el siglo de Guamúchil. En la novela incursionó con El derrumbe del Infierno y Fácil de arder. En la biografía con Échame a mí la culpa dedicada a José Ángel Espinosa "Ferrusquilla". En 2002 recibió el Premio Sinaloa de las Artes.
Un homenaje, ¿al tren o
o al niño que enmudeció?
A este personaje de singulares dotes y fiel memoria, el Comité Cultural Ciudadano en los Festejos del Cincuenta Aniversario del Municipio de Salvador Alvarado, le ha preparado un homenaje colosal en la ciudad de Guamúchil el día de hoy sábado 5 de mayo en la Casa del Corazón.
A dicho homenaje se han sumado la Secretaría de Educación Pública y Cultura del Estado de Sinaloa, La Crónica de Guamúchil, la Sociedad General de Escritores de la Región del Évora, la Fundación Dr. Enrique Peña Gutiérrez, A. C., El Sol de Sinaloa, la Fundación Jesús Kuroda y La Crónica de Culiacán.
El programa para el homenaje comprende la develación del Escudo de Guamúchil, la doble inauguración del Museo del Cincuentenario y las oficinas de la Sociedad General de Escritores de la Región del Évora y, por supuesto, el merecido reconocimiento a Herberto Sinagawa Montoya, personaje central de nuestro cuento.
No es remoto que en este homenaje, Herberto tenga que recordar su sueño infantil del ferrocarril apetecido, como también aquellos años en que presionado por la abuela tuvo que salir al poblado y a la cabecera a vender leche y pan que nunca pudo vender, porque según su propio dicho, era tan tímido que jamás tuvo voz para pregonar su mercancía.
El sueño se evaporizó;
pero la esperanza no
Atrapado por la satánica locomotora, sólo se empeñaba en aprender a manejarla; pero una vez aprendido y maestro en el arte de la humareda que exhalaba la máquina llenando el aire de vapor y de tronidos de sus enormes ruedas, quedaba mudo a la espera de que alguien le cumpliera su primera gran experiencia de la vida.
Sus amigos de siempre, cuando de trenes hablan, se comprometen entre todos a buscarle y obsequiarle, por lo menos, un trenecito de juguete; es más, siquiera una locomotora a la que le siga aprendiendo su manejo y le cure su timidez que la sigue cultivando, aunque ahora, ya de viejo, apenas perdido el miedo al micrófono y puesto al habla ante un auditorio querendón, no hay quien lo calle, porque tomada la palabra, el monte le queda chico y los cuentos le fluyen a borbotones.
Hoy, en el homenaje y con el corazón, lo único que el autor de esta columna puede decir es: ¡Herberto, que tus amigos te hagan el milagro y puedas tener tu locomotora!
*GARCÍA SEPÚLVEDA, Luis Antonio. "Después de todo fue divertido".
adriang@live.com.mx