"Votos en vilo"

"En definitiva, el voto de castigo, independientemente de su modalidad, tendrá un efecto sobre la composición de la Cámara de Diputados y podría ser directamente proporcional a la cantidad de los ciudadanos que se orienten por este camino"

    El castigo electoral ha sido una constante en los procesos electorales. Lo ha practicado el ciudadano molesto con el partido en el Gobierno o de plano contra todo el sistema de partidos. Adopta la forma de voto en contra pero también de voto en blanco. O la simple ausencia de las urnas o votando por candidaturas independientes.
     
    Sin embargo, esa práctica, que durante mucho tiempo fue íntima y por lo tanto que no daba más allá de la simple anécdota en las tertulias de amigos, en los últimos años ha dejado de serlo para transformarse en un cuestionamiento cada día más organizado, utilizando los medios electrónicos, generando redes y foros, donde se parte de la premisa de que la democracia no funciona y resultanecesariomovilizarse para cuestionarla con sus propios elementos 

    En efecto, no se trata de un comportamiento antisistema sino todo lo contrario, y de algo sencillo que cualquier ciudadanos de a pie convencido de que la "democracia sigue siendo el mejor sistema político conocido" y ante a ausencia de otro sistema más eficaz en la distribución de los beneficios, o de pérdidas sociales y económicas, lo que se necesita es mejorarla continuamente. Eliminar lo que no funciona. Reinventarse cada día.

    Por eso, la primera medida de esta inconformidad organizada bajo redes es contra el sistema electoral y el sistema de partidos, cuando lo que está produciendo no es lo esperado por el ciudadano. Al que le han dado gato por liebre. En lugar de un buen sistema representativo, lo que tenemos es un sistema partidocrático, donde los políticos profesionales se han apropiado golosamente del sistema democrático y a los ciudadanos se les reduce a simples votantes, sin mayor consecuencia en el diseño e instrumentación de políticas públicas. 

    Y donde los políticos parecen ver sólo su propio ombligo. No es casual, entonces, que ante la ineficiencia de las democracias desarrolladas claro, no es el caso de México, que todavía convive bajo las reglas del viejo régimen
    legal heredado por el PRI y con sus sesgos antidemocráticos-, un intelectual como José Saramago haya escrito a principios de esta década su Ensayo sobre la lucidez, que es un alegato brillante contra la democracia
    ineficaz y una forma de resistir revitalizando la democracia con su arma más explosiva: El voto. 

    Si, esa inofensiva boleta que cada cuanto introducimos en la urna como ciudadanos responsables y elegimos a nuestros gobernantes. Saramago recomienda que ese voto debiera depositarse en blanco cómo sucedió en la mítica mesa electoral 14. Nunca el blanco fue tan atemorizante, cuando siemprefueuna bandera de paz. Claro, la boleta que nos entregan los funcionarios de casilla a cada ciudadano el día de la jornada electoral debe ser depositada tal cual en la urna. 

    En este acto no se cuestiona el ejercicio democrático de elegir, sino se le refrenda votando, sólo que como no hay a quién elegir, ya que los candidatos de los partidos tradicionales aplicarán  las mismas políticas, entonces el sufragio se transforma en un acto de protesta contra el sistema político, que si es sensible deberá introducir modificaciones de manera de evitar caer en un estado de ilegitimidad. Bien, en ese ejercicio político literario, el Premio Nobel concluyó en una entrevista que, al menos en Portugal, en los próximos años habría de tener seguidores por el bajo rendimiento de sus instituciones democráticas.

    Voto de castigo
    En México está apareciendo con cierta fuerza entre segmentos de las clases medias y sobre todo ilustradas,
    de manera que existen foros donde se está discutiendo sobre las particularidades que pudiera asumiresta modalidad de resistencia ciudadana.
    Hay quienes abiertamente dicen que no asistirán a votar cómo lo hizo el 60 por ciento en las elecciones
    intermedias de 2003. El año de la mayor caída de la participación ciudadana que haya tenido la joven democracia mexicana. Existen además
    quienes se inclinan por anular el voto con una cruz atravesando la boleta o escribiendo el anatema de juicio a Salinas. Pero también los que suscriben la recomendación de Saramago o los que protestan llamando a votar por candidaturas independientes. Seguramente no habrá acuerdo entre las voces disonantes.
    Pero una cosa es real, ya está aquí. Y el 5 de julio habrá todo tipo de manifestaciones, de manera que veremos engrosar los votos por lalista de candidatos no registrados o los votos nulos.
    Quizá, entonces, la pregunta que se encuentra en el ambiente de la resistencia
    ciudadana es si la abstención
    alcanzará el 70 por ciento, una cifra que se acerca a la frontera de la incertidumbre del sistema político (o peor aún, el 83 por ciento de la mesa 14). Que dicho sea de paso –o mejor aún, con perspectiva de fondo- esto representaría no un problema de legalidad
    por el principio de que gana el que tiene los mayores votos, así sea uno, sino de legitimidad del sistema político –que recuerda las "elecciones
    plebiscitarias" de 1976, cuando López Portillo, no tuvo adversario. El ganó ¿cómo si no? Pero fue un triunfo espurio. La legitimidad es un asunto de percepción ciudadana y si ésta noexiste lo que tenemos es el síndrome del hijo olvidado. Es decir, no basta reclamar la legalidad de la paternidad,
    sino también su legitimidad. En términos políticos esto significa que la gente confíe verdaderamente en el sistema democrático.
    Más aún, supongamos una hipótesis
    desprendida de las cuotas de intención de voto que han arrojado las principales encuestas. Veámoslo con la participación de 2003. Asiste a la urna el 41 por ciento de la lista nominal. El PRI, que tiene la mayor
    intención de voto con un 40 por ciento, tendría diputados con un promedio de 16 por ciento, es decir, le votaría una cantidad de ciudadanos
    ínfima de la lista nominal. Este porcentaje vale para los diferentes partidos y puede llegar a ser menor sila gente no sale a votar. Esto muestra el tamaño y la gravedad de la crisis
    de representación que se viene viviendo desde hace algunos años en el país. Diputados infradotados pero también muchos otros políticos
    en el ejercicio de Gobierno. Y ahí es dónde radica el problema de la legitimidad del sistema político. No porque se piense que todos los que están en la lista nominal deban votar, eso no ocurre ni en las mejores
    democracias, sino que haya en la urna un número suficiente de votos y un ambiente de confianza a favor del sistema democrático. Si no hay ni uno, ni otro, la legitimidad del sistema
    está en entredicho. Obligaría por la salud del sistema a cambios institucionales.

    Voto duro
    Sin embargo, como en política no hay vacíos y como toda conducta electoral tiene consecuencias sobre el sistema de representación, una lectura que se hace es a cuál partido beneficiaría estas conductas ciudadanas. 

    A qué parte del espectro político golpeará más este tipo de voto. No se cuenta con una información empírica que permita evaluar ya el efecto que podría tener en los resultados electorales. Lo que sí tenemos son unas encuestas que nos dicen que el PRI es el partido con una mayor intención de voto y un PAN que va en segundo lugar y que está en espera de que la gente reconsidere y les vote por la lucha de este Gobierno contra el narcotráfico  (pero, ¿después de lo de Zacatecas puede argumentar eficacia policial?) o por la estrategia contra la influenza; y el PRD, situado en un lejano tercer lugar en medio de una crisis de credibilidad y rota su unidad interna. López Obrador, por otro lado, ofreciendo a sus simpatizantes un modelo de voto cruzado entre los candidatos del PRD y el PT que puede llevar a la confusión en el momento de votar. 

    En fin, estamos bajo un ambiente enrarecido y con un gran desánimo democrático, donde la apuesta de los partidos por simple lógica es la de cualquier formación política que quiere ganar. Restar el voto leal de los otros partidos con capacidad de triunfo e incrementar el propio. 

    El PAN lo intenta con los dardos envenenados del compromiso del PRI con el narcotráfico, y el PRI, con sus 18 gobernadores, seguramente refuerza su estructura clientelar para estar a tono con los pronósticos de las encuestas. Y no sólo eso, ya que ninguna de ellas le ha dado el 42 por ciento de la intención de voto, la llave de la cláusula de gobernabilidad, lo que hace que ponga las veladoras para que los votantes de los otros partidos no vayan a las casillas el 5 de julio. Es una apuesta a la inmovilidad y al clientelismo. Claro, en estos tiempos de escasa escrupulosidad de la política, ¿a qué partido le importa utilizar ese tipo de estrategia? 


    Los datos a la mano, que son mínimos aunque con fuerza mediática, me indican que los apoyos a la estrategia de este voto de castigo, son principalmente los de un votante de izquierdas, molesto con el sistema político y principalmente un elector tradicional de los candidatos del PRD. Si este segmento de votantes es a los que más les pegaría, podría tener un doble efecto: Uno, que en un escenario de alta abstención el partido o coalición con mayor voto duro sea el que esté en mejores condiciones de sacar provecho, sobre todo si va aderezado con fajas de dinero para la compra y la coacción del voto, que es muy difícil que el IFE lo pueda detectar en el momento oportuno. 

    Y quién sabe si tenga voluntad de meterse en este galimatías. Ya lo dijimos, el PRI, con su larga experiencia corporativa y clientelar, como el control absoluto que tiene en dieciocho estados, es el candidato idóneo para beneficiarse; y dos, ante el comportamiento de votante preferentemente de izquierdas deben estarse sobando las manos en el PRI o en el PAN, porque le reduce las bazas de apoyo en los estados gobernados por el PRD, especialmente en el codiciado DF, donde este partido lleva sin perder doce años. 

    Desenlace
    En definitiva, el voto de castigo, independientemente de su modalidad, tendrá un efecto sobre la composición de la Cámara de Diputados y podría ser directamente proporcional a la cantidad de los ciudadanos que se orienten por este camino. Sin embargo, tengo serias dudas acerca de las bondades de esta opción ya que más allá de la carga de malestar fundada que conlleva es difícil pensar que ello vaya a provocar modificaciones institucionales de fondo. Salvo que su volumen sea un ingrediente más en un escenario complicado y de una mayor ingobernabilidad. 

    Sin embargo, en esas coordenadas
    catastróficas y con la experiencia acumulada de autoritarismo, seguro no van a ser ciudadanos los ganadores. En cualquier caso, en la hipótesis de que sea ínfima la participación en julio, ¿empezaría a desmontarse el sistema partidocrático? No estoy tan seguro. Aunque otorguemos el beneficio de la duda: una ciudadanía movilizada en contra de la pasividad de nuestra clase política podría provocar un verano diferente. Que así sea y como sea.

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