Montserrat Capilla
Hablar de las mujeres en la migración viene acompañado de historias de violencia: hacia sus derechos humanos, a la vida digna, a la falta de oportunidades, empleo, acceso a la salud, pero sobre todo violencia de género. Esta es sistémica y nos arremete en todas las esferas de nuestra vida, nos acompaña no importando el país, nivel social o económico en que nos encontremos. Tan desesperanzador como suena, las mujeres, que además ejercen el papel de cuidadoras en sus núcleos cercanos -lo que generalmente no les permite colocarse como una de las prioridades en los cuidados-, toman medidas extremas en la búsqueda de una vida digna al migrar, pero ¿qué pasa con estas mujeres que llegan a un lugar donde además de todo lo anterior se les exige integrarse a un nuevo sistema cultural, económico y social? ¿Cómo enfrentan el duelo migratorio en conjunto con la funcionalidad que el sistema reclama?
En la búsqueda de un refugio, no solo físico y del Estado sino también emocional, suelen encontrarse a sí mismas en un proceso profundo de autoconocimiento y reconstrucción; descubren su fortaleza, la capacidad de reinventarse, de construir habilidades nuevas, de generar herramientas de cuidado propio y colectivo, pero además les confiere de una posición política que les impacta a ellas como sujetas de derechos y a las demás mujeres migrantes como compañeras de lucha. Sumar a esto lo socialmente aprendido en cuanto al cuidado y como dadoras de amor incondicional, las hace potentes agentes de cambio dentro de la comunidad de acogida a la que se integran. Las mujeres migrantes utilizan este amor incondicional como energía y fuerza que une, refuerza y se reproduce para trasmutar el ambiente con nuevas posibilidades de justicia y organización social y económica, colectivizando los cuidados de forma que sea más funcional para sus necesidades, lo que construye espacios más solidarios, en donde el amor -como lo dice Bell Hooks- se vuelve más que un sentimiento, una postura política.
Tener espacios de encuentro dónde compartir experiencias se vuelve crucial en estos procesos transformadores y es aquí en donde las organizaciones de la sociedad civil y las sociedades de acogida -como corresponsables sociales- cobran vital importancia en el papel de facilitadores de herramientas y espacios políticos y no paternalistas para la integración, sin obviar las dificultades que pudieran existir para el logro de estos espacios de reunión, entendiendo el impacto inmediato y como legado que tendrá en las mujeres y la niñez, además de construir espacios realmente interculturales por el intercambio rico entre nacionalidades. Espacios que pudieran ser terapéuticos, de aprendizaje, de desarrollo de habilidades blandas o duras, de creación de proyectos colaborativos o simplemente espacios recreativos.
Frente a la violencia que nos persigue y el Estado que no nos protege, la organización comunitaria entre mujeres podría ser un camino hacia la seguridad física, alimentaria, emocional y de acceso a derechos, por lo que es importante que sigamos organizándonos y alzando la voz pues, como dice Audre Lorde, nuestro silencio, no nos hará libres.
* Montserrat Capilla es Psicóloga social con perspectiva feminista brinda Acompañamiento Psicosocial a personas Migrantes, Refugiadas y Sujetas a Protección Internacional en Sin Fronteras IAP.
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