La barbarie se ha instalado en México como parte de la normalidad desde hace mucho tiempo, demasiado tiempo. En un mar de gritos, descalificaciones, propaganda y frivolidades, pasó como una información más el hallazgo de 456 bolsas con restos humanos cerca del estadio mundialista de las Chivas. Allí donde, como si no pasara nada, se llevará a cabo el Mundial.
Este hallazgo detendría y conmocionaría a cualquier país medianamente sano. Aquí no fue suficiente como para ser abordado en la conferencia matutina de la Presidenta, tampoco la clase política se dio por enterado, las mesas de análisis y columnas de opinión, casi en su totalidad, no estimaron necesario abordar el horror. Fue una nota más. Lo inhumano es parte de la escenografía de nuestra realidad desfondada.
¿Cuántas personas encontraron su fin en esas bolsas? ¿Quiénes son? ¿Por qué fueron asesinadas? ¿Cuándo? ¿Quiénes son los responsables? Lo único que sabemos es que todas estas preguntas quedarán sin respuesta, la certeza es que la impunidad prevalecerá, la verdad nunca será buscada, la identificación de esos restos tardará o nunca llegará, y eventualmente habrá otro hallazgo de estas dimensiones, como en su momento fue Tetelcingo, Colinas de Santa Fe, la Bartolina y tantos otros sitios de la barbarie.
En buena medida el horror puede reproducirse por su negación, principalmente de autoridades que han decidido no abordarlo seriamente y embriagarse en ideología o luchas por el poder, pero también por medios de comunicación que priorizan la coyuntura y por una sociedad que ha perdido la brújula moral.
¿Cuánto horror se requiere para exigir el fin de esta espiral criminal? ¿Cuánta evidencia se requiere para asumir que el Estado está carcomido y que urge sea descapturado de intereses criminales y corruptos? ¿Cuánta ideología puede seguir negando la realidad? ¿Las organizaciones sociales como universidades, iglesias, medios de comunicación y empresas, entre otras, asumirán un rol activo?
El reto es descomunal. En circunstancias extraordinarias, si cada quién hace lo que le corresponde, no alcanza; se requiere un compromiso y acciones adicionales. ¿Algún día terminará este infierno? ¿Hay algo más prioritario que detener la barbarie? Y que cada quién se pregunte: ¿qué estamos dispuestos a hacer y hasta dónde tolerar?
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El autor es especialista en Derecho Penal Internacional, Justicia Transicional y Derechos Humanos