Agencia Reforma / @jshm00
    La celebración de elecciones no es prueba suficiente de salud democrática. En los últimos años hemos visto el debilitamiento del componente liberal de las democracias en buena parte del mundo: ataque a las minorías, captura de los órganos de la imparcialidad, ascenso de liderazgos sin compromiso alguno con las reglas básicas del juego.

    2024 es el año de las elecciones en el mundo. Será el primer año en la historia de la humanidad en que la mayoría de los habitantes del planeta vive en países que tendrán elecciones. En la primera quincena del primer mes ha habido ya elecciones en Bangladesh y en Taiwán. En los meses que vienen tendremos votaciones en Estados Unidos y en Rusia, en todos los países de la Unión Europea para conformar su parlamento, en India y en Indonesia. 2024 será el año electoralmente más intenso desde que surgieron en Grecia las prácticas democráticas y desde que se ató ese régimen al método electoral.

    El dato podría hacernos pensar que vivimos en el momento de mayor esplendor democrático. Que la mayoría de los seres humanos vive bajo regímenes que tienen el respaldo de la ciudadanía y que deben rendirle cuentas a la gente. La realidad es que este año concentra los desafíos de un régimen en franco retroceso. El mundo vive desde hace tiempo una auténtica recesión democrática. Así lo registran todos los estudios internacionales. Después de la ola democrática de finales del Siglo 20 vivimos una resaca autoritaria. Democracias plenas que se vuelven defectuosas; democracias defectuosas que se convierten en regímenes híbridos o que caen en la categoría del autoritarismo.

    Pensemos en el país más poderoso, en el país más extenso territorialmente y en el más poblado del mundo. Estados Unidos, Rusia e India tienen elecciones este año. En cada uno de esos países se vive una profundísima crisis democrática, si no es que ya una franca quiebra de sus principios esenciales. Compite por recuperar la Casa Blanca un hombre que desconoció su derrota hace cuatro años y que intentó imponer su continuidad a través de la trampa y la violencia. Con Donald Trump, Estados Unidos ha perdido la certeza de que el veredicto electoral se respeta y que el perdedor reconoce con civilidad su derrota. No está en el aire solamente el resultado de la votación, sino su aceptación. ¿Acataría Trump el resultado si le es adverso? Y, ¿para qué usaría el poder si lo recupera? Su discurso no esconde que su propósito esencial es la venganza. Trump llama a la elección de un dictador. En Rusia, en cambio, las elecciones de marzo suscitarán poca incertidumbre. Nadie duda que Vladimir Putin permanecerá en el poder. Las elecciones no amenazan su reinado. No hay condiciones en ese país para hacer campaña desde la oposición. La democracia fue en Rusia una experiencia breve que terminó con la entronización de un autócrata que, habiéndose hecho de todos los instrumentos del poder, puede presentarse a elecciones sabiendo que obtendrá la aclamación. El admirable experimento de la democracia en India está también en peligro. La democracia más grande del mundo vive la peor crisis política de las últimas décadas. Narendra Modi, Primer Ministro popular y exitoso, ha ido carcomiendo las bases de la convivencia pluralista que han caracterizado a India desde su fundación. El acuerdo constitutivo de tolerancia multicultural, el respeto a las libertades esenciales es combatido desde el gobierno con una política de exclusiones, hostigamientos y represión a la minoría musulmana.

    La celebración de elecciones no es prueba suficiente de salud democrática. En los últimos años hemos visto el debilitamiento del componente liberal de las democracias en buena parte del mundo: ataque a las minorías, captura de los órganos de la imparcialidad, ascenso de liderazgos sin compromiso alguno con las reglas básicas del juego. A ese cuadro de amenazas populistas hay que agregar el factor tecnológico que ha dado a la desinformación una potencia descomunal. No es solamente la mentira la que prospera sino, quizá algo peor: la desconfianza. Este año veremos un desfile de información falsa que envenenará las contiendas. Por millones de pantallas en el mundo aparecerán candidatos diciendo cosas que nunca han dicho o negando lo que vemos. Para un ciudadano será casi imposible separar la verdad de la mentira. Y al no poder confiar ni en nuestros ojos, lo que irá imponiéndose es, seguramente, la incredulidad y la apatía.

    El tablero de los retos es complejísimo: polarización que hace de la política guerra; instituciones débiles o de abierta parcialidad, desaparición del compromiso democrático elemental, flamantes instrumentos para el engaño.

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