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"Opinión"

"800 espacios"

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    La difusión de la noticia del tráiler que movió a 150 cadáveres en tres municipios de la zona metropolitana de Guadalajara, me hizo recordar algunos tétricos fragmentos del libro “Los hornos de Hitler”, de Olga Lengyel, una valiente enfermera húngara que sobrevivió a los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau.
     
    El fondo de las razones que condujeron a Luis Octavio Cotero Bernal, ex director del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses (Semefo), a mantener en cajas refrigeradas de tráiler los cadáveres que se iban acumulando mientras les llegaba el turno para ser identificados, no se encuentra en el repunte de los ajustes de cuentas entre el narco, la insuficiencia de espacios para colocar los cadáveres o a la falta de peritos y médicos forenses. La raíz de las supuestas razones, pienso, se encuentra en un problema que resulta tan o más grave: el extravío de su sensibilidad moral. La misma tara de Heinrich Himmler y los soldados que empleó para llevar a cabo su “solución final”. Me explico.
     
    Cerca del final del primer capítulo de “Los hornos de Hitler”, Olga Lengyel comparte la siguiente crónica: “Nos había llegado el turno. Los soldados empezaron a acercársenos y a empujarnos. Se nos condujo como a ovejas, obligándonos a subir a un vagón vacío, de ganado. Nuestro único interés, de momento, era mantenernos juntos conforme nos iban empujando. Luego, la única puerta del vagón se cerró después de nosotros. No recuerdo si rompimos a llorar o a gritar. El tren empezaba a moverse. Noventa y seis personas habían sido embutidas en nuestro vagón, y entre ellas muchos niños que estaban casi aplastados entre el equipaje. El miserable y escaso equipaje, que sólo contenía lo más precioso o lo más útil. Noventa y seis hombres, mujeres y niños en un espacio donde solo cabían ocho caballos. Sin embargo, no era aquello lo peor. [...] a medida que fue pasando la primera y la segunda hora, íbamos cayendo en la cuenta de que los detalles más fundamentales de la existencia se estaban poniendo extremadamente complicados. Ni hablar de retretes o cosa parecida. [...] Pronto se hizo intolerable la situación. Hombres, mujeres y niños se disputaban histéricamente cada pulgada cuadrada de terreno. Cuando cayó la noche, perdimos todos la última idea de comportamiento humano, y el escándalo subió de tono hasta que el vagón se convirtió en un verdadero infierno. [...] El tren se detuvo en la primera estación. Se abrió la puerta y entró un soldado de la Wehrmacht. El hijo del muerto gimió: -Tenemos un cadáver entre nosotros. Se ha muerto mi padre. - Pues quédense con su cadáver -replicó el otro brutalmente-. ¡Pronto tendrán muchos más! Nos indignó su indiferencia. Pero no tardamos mucho en tener, en efecto, bastantes más cadáveres; y pasando el tiempo, también nosotros nos hicimos insensibles hasta el extremo de que no nos importó. [...] El vagón de ganado se había convertido en matadero. Más y más plegarias fueron surgiendo por los muertos en la atmósfera agobiante. Pero los miembros de la SS no nos permitían enterrarlos ni retirarlos. No teníamos más remedio que vivir con los cadáveres alrededor nuestro”.
     
    Más adelante, en el capítulo 12, “El depósito de cadáveres”, Lengyel describe lo siguiente: “Aunque mi trabajo estaba en la enfermería, durante algún tiempo tuve que trasladar también los cadáveres del hospital. Por si esto fuera poco, habíamos de limpiar los cuerpos, tarea horrible, porque se trataba de nuestras antiguas pacientes, y además, nuestro suministro de agua para lavar a los vivos era muy limitado, cuanto más para limpiar a los muertos. Cuando terminábamos el trabajo, teníamos que arrojar a los muertos a un montón de cadáveres putrefactos. Y luego, no contábamos con nada con qué desinfectarnos o lavarnos siquiera las manos. [...] A la entrada del depósito, dejábamos las parihuelas [camillas improvisadas] en el suelo y cargábamos al cadáver al interior. No hacíamos más que amontonarlo sobre los demás. Sudábamos copiosamente, pero no nos atrevíamos a limpiarnos la cara con las manos contaminadas. De entre todos los horripilantes trabajos que tuve que realizar, este fue el que me dejó recuerdos más macabros. No quiero seguir describiendo cómo teníamos que tropezarnos con los montones de cadáveres en putrefacción...”.
     
    La descripción del viaje hacia Auschwitz y Birkenau, así como trabajo que Olga Lengyel realizaba en los campos de concentración, encaja perfectamente con una parte de lo sucedido en torno a los cadáveres del Semefo de Guadalajara. En medio de “la atmósfera agobiante” y la inevitabilidad de tener que vivir tropezándose con cadáveres en descomposición que yacían sobre los pasillos y espacios destinados para otras cosas, directivos y algunos empleados terminaron por volverse moralmente insensibles. Por esa razón, y no por la falta de espacios, peritos y médicos forenses, es que los muertos que se acumularon en el Semefo deambularon por más de dos años en cámaras refrigeradas que se aparcaban en almacenes, baldíos y cualquier otro sitio desolado, hasta que su tétrico hedor los delataba.
     
    La misma sangre fría e insensibilidad de quienes dirigieron la estrategia y condujeron los trenes hacia Auschwitz y Birkenau, es la misma de quienes aprobaron, ordenaron y movieron los tráileres entre Tlaquepaque y Tlajomulco. Historia que, seguramente con otros matices, se habrá repetido en Durango, Saltillo, Uruapan, Torreón, Monclova, Jalapa, Chilpancingo, Monterrey, Acapulco, Ciudad Victoria, Celaya y otras tantas ciudades más, donde sus Semefos han rebosado de muertos.
     
    Y si esta historia suena tan escalofriante como la narrada por Olga Lengyel en su libro, vea la solución ofrecida por el Gobernador de Jalisco: “Se realizarán algunas adecuaciones para que los cuerpos no reclamados sean colocados en espacios adecuados y dignos. [...] Construiremos 10 módulos para albergar a 800 cuerpos”.
     
    Al parecer, a Aristóteles Sandoval, y seguramente a muchos otros gobernadores más, lo que le urge es acomodar a sus muertos. Diseñar y poner en marcha una estrategia efectiva y moralmente sensible para mantener a raya la violencia en las calles, pareciera ser responsabilidad de otros. 
     
    Mientras la estrategia llega, prepárese para toparse con una de esas morgues móviles que deambulan por nuestras calles.
     
    @pabloayalae

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