Los periodistas y comunicadores comprenden que ejercer su misión es una empresa de alto riesgo. Ante el asesinato de Luis Enrique Ramírez, muchos de ellos se vuelven a preguntar: ¿hasta dónde será sensato publicar verdades, exhibir personas, denunciar corruptelas y exponer su vida? ¿Convendrá actuar con prudencia o lanzarse irresponsablemente? ¿Dónde radicará la justa frontera para no dejarse llevar por una alocada audacia? ¿Cómo evitar contagiarse por el miedo o cobardía?
En el capítulo XXIII de la Primera Parte del Quijote, Cervantes hizo decir al aforístico escudero: “Señor -respondió Sancho-, que el retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios es guardarse hoy para mañana y no aventurarse todo en un día”.
Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, reservó un lugar especial para la prudencia (fronesis, en griego, pues froneo significa comprender), que viene a ser como una sabiduría práctica o mesura. En latín se aceptó el uso de prudencia para indicar la sensatez o buen juicio; en otras palabras, es la habilidad para leer y evaluar contextos particulares con la luz de la sabiduría, a fin de elegir y tomar las decisiones más adecuadas.
Por tanto, la prudencia no es una forma cómoda de retirarse o callarse para evitar problemas, como señaló el novelista George Bernanos: “La prudencia es la coartada de los cobardes”. Todo lo contrario, actuar con prudencia es elegir la mejor manera de hacerlo, de acuerdo a San Agustín: “La prudencia es un amor que elige con sagacidad”.
José Luis Martín Descalzo expresó que le resultaba insoportable la falsa y paralizante prudencia: “Y no es prudente el que se calla la verdad”, sino el que “reflexiona con seriedad sobre el modo y la ocasión de decirla”.
¿Actúo con prudencia?
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