|
Columna

Agustín de Hipona: ‘Toma y lee’

EL OCTAVO DÍA

    La conversión del pensador Agustín de Hipona -San Agustín para la grey católica- es uno de los momentos más impactantes de su vida y no exageramos al afirmar que lo fue para la humanidad: las consecuencias de esta iluminación no sólo se limitaron a su tiempo y geografía y aún siguen moviendo vidas, almas y conciencias.

    En su infancia y adolescencia en la costa de la Numidia, hoy Argelia, el Dios de Israel y Jesús no estuvo presente, a confesión propia. Su madre rezó tanto por él que hasta se hizo santa por su cuenta y mérito propio.

    Agustín medró dilatados años alejado de la fe, como cuenta en Las Confesiones, su libro autobiográfico donde recrea sus pecados carnales; no dudemos que de esa lectura surja el postulado de que “todo gran santo, antes fue un gran pecador”.

    Pero el africano no solo fue un gran santo para el catolicismo: es uno de los cuatro padres de la iglesia latina.

    Como muchos de nosotros, no era ni un religioso completo ni un ateo militante; un tiempo se dejó fluir en la corriente del Maniqueísmo... algo muy parecido a un New Age que revuelve a las ideas de Jesús con las de Buda y Zarathustra poniendo a un lado el bien y al otro el mal, sin punto de negociación.

    Un día, en un jardín privado, le ocurrió el flashazo que le despejó de toda duda. Así fue su conversión, escuchando la voz de un niño:

    “Mas yo, tirándome debajo de una higuera, no sé cómo, solté la rienda a las lágrimas, brotando dos ríos de mis ojos, sacrificio tuyo aceptable. Y aunque no con estas palabras, pero sí con el mismo sentido, te dije muchas cosas como éstas: ¡Y tú, Señor, hasta cuándo! ¡¿Por qué no hoy? ¿Por qué no poner fin a mis torpezas ahora mismo?».

    “Decía estas cosas y lloraba con muy dolorosa contrición de mi corazón. Pero he aquí que oigo de la casa vecina una voz, como de niño o niña, que decía cantando y repetía muchas veces: «Toma y lee, toma y lee» (tolle lege, tolle lege).

    Vale la pena acotar que, aunque magrebíes de origen, San Agustín y su coetáneos hablaban el latín vulgar del Imperio Romano, aunque este episodio ocurrió en Milán.

    Por un momento se preguntó si no habría un juego infantil donde se repitiese esa expresión varias veces, pero no, nada de eso.

    Así que tomó el Evangelio, lo abrió al azar, y tomó como dicho para él lo que se leía: «Vete, vende todas las cosas que tienes, dalas a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y después ven y sígueme».

    No se quedó con esa expresión general y volvió a repetir el proceso, que por cierto es llamado “las suertes virgilianas” porque el poeta Virgilio también lo aplicaba.

    Lo siguiente que leyó era más específico en cuanto a su gusto por los apetitos físicos. Comparto la misma traducción que leyó y que forma parte de una carta de San Pablo a los Romanos.

    “No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contiendas y emulaciones sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos”.

    No quiso leer más, ni era necesario tampoco. Se disiparon todas las tinieblas de sus dudas y comenzó a prepararse para su bautismo.

    Se retiró a la ciudad de Casiciaco para reflexionar y preparar su alma. Finalmente, durante la Vigilia Pascual del año 387, Agustín fue bautizado por san Ambrosio, obispo de Milán.

    No es el único caso a ese nivel en que algún hombre santo escucha una voz que lo llamara a tomar un libro. Casi tres siglos después, una noche, un joven camellero oyó esta otra frase:

    “Recita en el nombre de Dios que ha creado al hombre con sangre coagulada y le ha enseñado a servirse de la pluma y de las cosas que ignoraba”.

    Para Mahoma, “recita” significa “ponte a leer”, porque como en ese tiempo no existían los signos de puntuación los libros solo se podían leer en voz alta. Recitando.

    Agustín medró dilatados años alejado de la fe, como cuenta en Las Confesiones, su libro autobiográfico donde recrea sus pecados carnales; no dudemos que de esa lectura surja el postulado de que “todo gran santo, antes fue un gran pecador”.
    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!