Al rescate del parque Ciudades Hermanas de Mazatlán

    Por eso urge frenar el deterioro de parques como el jardín de Ciudades hermanas, invisibilizado porque no representa un área de consumo para el turismo

    Pudo haber terminado en tragedia. La semana pasada un poste de luz corroído por el óxido se partió a la mitad, y le cayó en la frente a un niño de cuatro años que jugaba en el parque Ciudades Hermanas, en Mazatlán.

    Afortunadamente el niño se encuentra bien. Sin embargo, este suceso pone en evidencia el deterioro de uno de los espacios públicos más significativos de la ciudad.

    Quizá no estoy tan equivocado cuando digo que el parque Ciudades Hermanas es el más bonito, pero también el más descuidado de todos los jardines de Sinaloa. No le dan el mantenimiento que se merece.

    Fue construido apenas en 2018 en la ladera poniente del Cerro de la Nevería, donde antes se encontraba el Cobaes 37 y la Casa del Estudiante de la UAS, y en el mismo lugar donde tiempo atrás se ubicaba el antiguo Hospital Civil de Mazatlán.

    Es un jardín tipo explanada, levemente inclinado hacia al mar, bordeado por edificios que embolsan el viento que viene del Pacífico.

    No hay mejor lugar para contemplar un atardecer. Es el último rincón casi exclusivo que nos queda a los mazatlecos. Por alguna extraña razón los turistas pasan de largo. Miran de reojo y no se detienen. Será que no hay vendimias ni ruidos estridentes.

    Por las tardes es muy usual ver a familias enteras y a grupos de amigos sentados sobre el pasto. Ahí los niños corren libres, juegan al futbol o a las atrapadas sin la asfixiante supervisión de los adultos. Otros aprovechan la calma y las vistas para meditar, practicar yoga o Taichí.

    La importancia de este tipo de espacios es fundamental para la reconexión social ahora que somos más propensos a la soledad.

    Y es que, cada vez hacemos más cosas que no implican el contacto con los demás: compras en línea, comida a domicilio, banca por Internet, trabajo desde el hogar, cursos a distancia. Paradójicamente, la tecnología nos hizo más distantes.

    La soledad se ha vuelto una condición, casi una enfermedad. De hecho está comprobado que el aislamiento tiene serias repercusiones en la salud física y emocional. Las personas solitarias tienden a desarrollar ansiedad, depresión y otros padecimientos ocasionados por un sistema inmune debilitado.

    Por curioso que parezca, la soledad también repercute en lo político. La democracia solo es posible en sociedades donde están bien afianzados los lazos de solidaridad, donde la gente es empática, tiene contacto con sus vecinos, y hay confianza entre ellos.

    La soledad o la circunstancia de no formar parte del mundo es el caldo de cultivo de los gobiernos autoritarios, decía Hannah Arendt. Diversos estudios constatan que aquellos que se sienten solos y excluidos son más propensos a respaldar líderes populistas tanto de izquierda como de derecha.

    Si queremos construir sociedades más sanas, felices y democráticas, debemos empezar a cuidar nuestros espacios de encuentro social. Los lugares públicos de esparcimiento rompen la monotonía del trabajo, ahí nos sentimos acompañados y creamos comunidad.

    Por eso urge frenar el deterioro de parques como el jardín de Ciudades hermanas, invisibilizado porque no representa un área de consumo para el turismo.

    Tampoco es indispensable la presencia de las autoridades. Sería ejemplar que los mismo usuarios tomáramos acción para rescatar este espacio del que ya nos hemos apropiado para su uso.

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