Algo muy grave va a ocurrir en Culiacán

    Así el ánimo en Culiacán apenas los primeros días del año, con la histeria colectiva encendida porque pareciera que algo muy muy grave va a ocurrir. Puede ser. La única diferencia es que, los ponchallantas, las cámaras rotas y los halcones, no son el preámbulo ni la premonición de cosas terribles que están a punto de suceder. De hecho, son el resplandor del fuego vivo en una ciudad que lleva mucho tiempo ardiendo en llamas.

    Despojo de vehículos a mano armada, ponchallantas en las calles, destrucción de más de la mitad de las cámaras que vigilan la ciudad, halcones que no le pierden el rastro a las caravanas de militares y de la Guardia Nacional. Cosas raras están pasando en Culiacán, y la ciudadanía está a la expectativa de algún evento fuerte que pueda estar a punto de suceder.

    Algo similar relata Gabriel García Márquez en su memorable cuento, “Algo muy grave va a ocurrir en este pueblo”, en el que una comunidad entera termina consumida en llamas, a causa de los malos augurios y el pánico colectivo.

    La historia, si mal no recuerdo, se cuenta de la siguiente manera: una mañana una señora que tiene dos hijos, está sirviéndoles el desayuno con una expresión de preocupación. Los hijos, al verla, le preguntan qué le pasa y ella les responde -No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.

    Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice -Te apuesto un peso a que no la haces.

    Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta -Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.

    Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice: -Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto. -¿Y por qué es un tonto? -Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

    Entonces le dice su madre: -No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen. La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero -Véndame una libra de carne. Y en el momento que se la están cortando, agrega -Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.

    El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: -Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas. Entonces la vieja responde: -Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras. Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor.

    Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice: -¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo? -¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor! -Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor. -Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor. -Sí, pero no tanto calor como ahora.

    Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz: -Hay un pajarito en la plaza. Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito. -Pero, señores, siempre ha habido pajaritos que bajan. -Sí, pero nunca a esta hora.

    Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. -Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy. Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen: -Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos. Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.

    Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: -Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando: -Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.

    Así el ánimo en Culiacán apenas los primeros días del año, con la histeria colectiva encendida porque pareciera que algo muy muy grave va a ocurrir. Puede ser. La única diferencia es que, los ponchallantas, las cámaras rotas y los halcones, no son el preámbulo ni la premonición de cosas terribles que están a punto de suceder. De hecho, son el resplandor del fuego vivo en una ciudad que lleva mucho tiempo ardiendo en llamas.

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!