Amarillismo

BUHEDERA

    A propósito de la célebre publicación Alarma! (que alcanzó hace décadas tirajes nunca jamás vueltos a lograr en México), el Gus evoca esta sabrosa anécdota: “Se atribuye a Joe Pulitzer -quizá una versión apócrifa- una frase que, de cualquier modo, es muy interesante: El legendario editor increpa a un aspirante a reportero, a quien le dice: ‘Jovencito ¿Sabe usted qué hace un maniático sexual?’ El pobre muchacho, tembloroso, dice: ‘No, no... no señor, no lo sé’. Y Pulitzer le grita: ‘¡Vende periódicos, idiota!’”.

    Al borde de la muerte

    Juan Ignacio González Íñigo: “Desde que estuve al borde de la muerte en una doble operación de un cáncer colorrectal hace cuatro años, me he concentrado día con día a gozar el encanto de la vida simple, sin preocupaciones, alejado de temas tóxicos, y de pecados capitales como la codicia y la envidia, dos de las malezas más verdes y frondosas de este valle terrenal. Mi mujer maneja los ahorros que nos quedan. Todo dinero está destinado a hacer felices a quienes nos rodean. El dinero es un simple medio para vivir en paz. La paz interior es la llave de la felicidad. Por ello admiro tanto a los escritores y en general a todos los artistas dedicados a vivir, a ser felices, a reír y hacer a un lado las preocupaciones que nos impiden disfrutar de la vida. Frente a la idea de ser el rico del panteón, prefiero mil veces ser feliz mientras viva y hacer felices a todos, sin esperar nada a cambio.

    ‘El joven que no llora es un salvaje, pero el viejo que no ríe es un necio’, decía el filósofo y literato George Santayana (Madrid, 1863 - Roma, 1952, 88 años) educado en la Universidad de Harvard, EU, y en Cambridge, Reino Unido. Es una frase profundamente conmovedora; y creo que he tenido que llegar a los alrededores de la vejez para poder comprenderla en toda su sabiduría. ‎Originario de España, Santayana fue criado y educado en EU desde los 8 años y se identificó como estadounidense, aunque siempre conservaba un pasaporte español válido. A los 48 años, Santayana dejó su puesto en Harvard y regresó a Europa permanentemente.

    REMBRANDT (1606 -1669, 63 años), fue un hombre muy vital y probablemente supo ser feliz en muchas ocasiones. Alcanzó un tremendo éxito como pintor siendo muy joven, tuvo varios amores, se casó en segundas nupcias con una mujer a la que adoraba. Pero luego la vida le pasó factura. Su inmenso talento le impidió seguir siendo el artista comercial que triunfa haciendo los retratos complacientes que le pide el mercado. Eligió pintar cada vez mejor y de manera más auténtica, y eso le hizo perder la clientela. Su éxito terminó, los encargos dejaron de llegar y se llenó de deudas. Para comer tuvo que venderlo todo, incluso su colección de arte. Cuando murió estaba en la más completa miseria.

    El Rembrandt que pintó el último autorretrato (del centenar que pintó en su vida) era un hombre olvidado y arruinado. Y no sólo eso: para entonces había enterrado a su primera mujer, y luego también a su segunda y muy amada esposa, fallecida prematuramente pese a que era mucho más joven que él; por último, también había tenido que soportar la muerte de su hijo Titus. Y, sin embargo, pese a toda esta devastación, o seguramente por todo eso, el Rembrandt de este autorretrato sonríe. Asomado de escorzo a la ventana del lienzo, el pintor nos contempla y parece decirnos: ‘mirad, esta es la vida, la gran broma pesada de la vida, así es la inocencia de los humanos, así el afán, el fulgor, el dolor’. Es una sonrisa triste, pero serena e inmensamente sabia”.

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